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Joan Albert Amargós dirige a la OSCyL entre las guitarras de Vicente Amigo y su gente y la mirada expectante de Gustavo Martín Garzo. / FREN JIMÉNEZ
MÚSICA

Vicente Amigo logra una acogida apoteósica con su homenaje a Alberti

El guitarrista recorrió la obra del poeta gaditano, junto a la OSCyL, ante un auditorio repleto

VIRGINIA T. FERNÁNDEZ

Domingo, 5 de enero 2014, 19:46

Cuando, hacia los últimos años de su vida, escuchábamos recitar a Rafael Alberti aquello de Si mi voz muriera en tierra/ llevadla al nivel del mar/ y dejadla en la ribera, en su voz solemne, vibrante, preñada ya de la decadencia lógica de una existencia centenaria, el gran poeta gaditano no sabía (o quizá sí) que no vería nacer el siglo XXI. Murió en octubre de 1999. Pero sí fue testigo de tantos y tantos homenajes que se le hacían en los 90, ante su previsible marcha. Entonces, un jovencísimo Vicente Amigo sintió que le debía mucho. Y dedicó en 1992 a la célebre obra Marinero en tierra un concierto que años después se materializó en el álbum Poeta. Las últimas horas de ayer, cuarto día de 2014, fueron en Valladolid momentos de resurrección.

Vicente Amigo, agigantada su figura por la instrumentación de la OSCyL, hizo rebosar la Sala Sinfónica del Centro Cultural Miguel Delibes para resucitar una versión muy especial de aquel concierto. Resucitó también Alberti en las memorias del respetable, que lanzó sonoras ovaciones entre pieza y pieza.

El escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo, de riguroso negro, fue el encargado de poner voz a fragmentos de la obra de Alberti. El tributo al gran poeta llegó pasadas las nueve de la noche, tras el descanso. Ya en los minutos previos a la entrada del público en el patio de butacas corría un rumor de aprobación al comprobar que el preludio al tributo a Alberti sería un pequeño concierto exclusivo de Amigo y su gente. Isla de luz reinando la penumbra sobre el magno escenario del Delibes para dar la bienvenida: «Gracias por estar aquí, hemos venido a darles un abrazo a través de nuestros instrumentos y de nuestros corazones», decía Vicente Amigo poco antes de ofrecer 45 minutos de flamenco, temas de sus últimos trabajos discográficos. Se caldeaba el ambiente.

Nueve y cuarto de la noche. Segundo acto de un discurso musical nada habitual en el Delibes. Respaldo sinfónico para una buena dosis guitarrística. Y poesía. Poesía y música, sublimación de una de las formas de comunicación más íntimas, una suerte de conector de corazones que ayer confirmó su máxima eficacia. «Quiero volver a aquellos días de mi infancia junto al mar de Cádiz, aireándome la frente con las ondas de los pinares ribereños...». Así empezaba Garzo, destilando en su propia voz la nostalgia que emana Marinero en tierra, evocación de la patria alejada. Poemas que se convierten en música, sección de cuerdas de la OSCyL en todo su esplendor respaldada por los vientos. Alternanancia de momentos épicos, cabalgantes, con instantes íntimos, coincidentes con los quejíos flamencos reproduciendo aquello de «Oh mi voz condecorada/ con la insignia marinera...». Público entregado.

Dijo Alberti de Amigo que era un guitarrista que sabía exprimir todo «el latido y temblor» de sus versos. Ese temblor se dejó notar en uno de los momentos más intensos del concierto, cuando Martín Garzo recitó la composición Entre el clavel y la espada. En él reside el dolor de una España arrasada por la Guerra Civil.

Entre el público, representantes políticos y gente de la escena cultural vallisoletana: de las letras, del teatro y, sobre todo, muchos músicos locales mezclados entre un personal variopinto. En eso consistió todo, una simbiosis lírica para todas las sensibilidades. Aficionados al flamenco, amantes de la guitarra, abonados de la OSCyL, y público vallisoletano y de fuera de la ciudad que vinieron a disfrutar del trance místico. Al final, todos ovacionaron apoteósicamente al maestro y compañía.

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