Consulta la portada de El Norte de Castilla
José Antonio Alonso, en su puesto de la churrería Puente Mayor. J. Sanz

Hostelería

La última churrería callejera de Valladolid cumple 70 años: «Ya nadie quiere ser churrero»

El puesto de La Victoria, con José Antonio Alonso al frente, mantiene el tipo con una producción de hasta 6.000 unidades en una mañana al sumar «muchísimos inmigrantes» a su clientela tradicional

J. Sanz

Valladolid

Domingo, 28 de septiembre 2025, 08:20

«Vamos aguantando el tirón y subsistimos, pero los años pasan para todos y ya estoy intentando buscar un relevo porque veo la jubilación cada ... vez más cerca», reconoce José Antonio Alonso, la segunda generación al frente de la última (desde hace lustros) churrería callejera de la ciudad, situada al borde del río, en la esquina de la calle Pisuerga con el paseo de Extremadura, en La Victoria, un negocio que celebra su setenta aniversario desde que fuera fundado por sus padres, Ángel y Angelita en un lejano 1955.

Publicidad

«Aquí estamos y aquí acabaremos», suspira José Antonio, a sus 60 años, mientras prepara una tanda de churros en la freidora en una mañana cualquiera, con el sol asomando por el horizonte, como viene haciendo desde que heredó el negocio de su progenitor hace 28 años. «Mi padre se jubiló y se murió (1999)», recuerda con pena el titular de la churrería Puente Mayor, que así se llama la caseta que abre cada día (de martes a domingo) al amanecer, desde hace setenta años, para ofrecer su aún popular desayuno, al que incorporó las porras «porque se pedían muchísimo» y que mantiene su tirón con una producción diaria que puede rondar los dos mil churros y que alcanza los seis mil los domingos (el chcolate con churros cuesta 3,20 euros, 2,80 si es con café con leche, y la docena sale por 3).

«Nuestros clientes de primera hora suelen ser trabajadores de Fasa o Michelin y aún tenemos, como hacía Miguel Delibes, a algún cazador los fines de semanas»

¿Siguen gustando los churros? Pues José Antonio considera, aunque con matices, que sí. «Sigue gustando pero, aunque seguimos manteniendo una clientela fiel, lo cierto es que han bajado un poco las ventas, sobre todo, después de la pandemia», explica antes de destacar que en los últimos años se ha notado un cambio en el perfil de sus habituales.

«Vienen muchísimos inmigrantes, más que españoles, hasta el punto de que ahora mismo quizás el sesenta por ciento de mis clientes sean extranjeros», concreta para después suspirar que «a ellos les encantan los churros, los de siempre, mientras creo que a los de aquí cada vez comen más donut que churros».

Publicidad

Exterior de la churrería Puente Mayor de la calle Pisuerga. J. S.
Las porras, en primer término, que incorporó a la carta el churrero cuando heredó el negocio de su padre. J. S.
José Antonio Alonso fríe los churros. J. S.
José Antonio y María Ángeles cortan y preparan los churros. J. S.
La lista de precios de la churrería Puente Mayor. J. S.

1 /

Los que no han variado, aunque en menor número, son sus habituales de pimera hora (abre de 6:00 a 14:00). «Aquí vienen de siempre, y siguen haciéndolo, muchos trabajadores de Fasa o Michelin antes de entrar a la fábrica, sobre todo, y los fines de semana tienes a chavales que paran cuando vuelven de fiesta y, estos sí cada vez menos, cazadores antes de salir», relata antes de recordar con orgullo cómo entre estos últimos tuvieron durante años como cliente habitual, antes de ir de caza, a Miguel Delibes. «Venía mucho cuando yo era pequeño y todavía vienen algunos familiares», explica José Antonio, quien llegó a salir en un documental «emitido por La 2» sobre el escritor vallisoletano (1920-2010).

Los tiempos, no obstante, han cambiado. «Ya nadie quiere ser churrero y lo entiendo, porque a mí me duele todo ya, aunque ojalá pueda encontrar a alguien que mantenga el negocio cuando me jubile, porque tengo claro que a los 65 lo dejo y, aunque me gusta lo que hago, todo tiene un final», anticipa el veterano churrero, que a diario cuenta con la ayuda de María Ángeles, una trabajadora, y que los fines de semana, cuando más actividad tiene, suma algún empleado esporádico.

Publicidad

El puesto original de la churrería Puente Mayor, con Ángel y Angelita al frente, en la avenida de Burgos. Foto cedida por la familia
El puesto original de la churrería Puente Mayor, con Ángel y Angelita al frente, en la avenida de Burgos. Foto cedida por la familia
El puesto original de la churrería Puente Mayor, con Ángel y Angelita al frente, en la avenida de Burgos. Foto cedida por la familia
El puesto original de la churrería Puente Mayor, con Ángel y Angelita al frente, en la avenida de Burgos. Foto cedida por la familia
El puesto original de la churrería Puente Mayor, con Ángel y Angelita al frente, en la avenida de Burgos. Foto cedida por la familia

1 /

«Antes repartíamos, pero lo dejamos después de la pandemia, cuando bajó la demanda en general», justifica. Pero su negocio, pese a todo, continúa vivo. «Nos va bien, sobrevivimos, y sigue viniendo mucha gente de toda la ciudad, más allá de La Victoria. Y que sigan viniendo», desea el último churrero de calle de una ciudad en la que a principios y mediados del siglo XX llegó a contar con numerosos puestos como el que abrieron sus padres. Los hubo en Delicias, en Filipinos, en Poniente...

Pero todos fueron cerrando y, desde hace lustros, solo sobrevive la churrería Puente Mayor como último eslabón de la cadena. El negocio familiar apenas se ha movido unos metros desde que abriera sus puertas en 1955 en una caseta de madera situada en la esquina de la avenida de Burgos. «Estábamos enfrente, a cuarenta metros, hasta que en 1972 asfaltaron la avenida y tuvimos que mudarnos a la esquina (de la calle Pisuerga con el paseo de Extremadura) en la que estamos desde entonces», recuerda José Antonio, quien mamó desde niño el oficio que su padre Ángel aprendió en una churrería de la calle Especería.

Publicidad

Sus padres llegaron a tener un puesto ambulante cuando la feria «se montaba en Las Moreras», pero lo dejaron cuando los carruseles se mudaron a La Rubia. Después ya no se movieron, salvo en el traslado a unos metros de principios de los años setenta. ¿El secreto de la longevidad del negocio? «Nuestros churros se hacen a diario con buena harina, agua y sal y el saber hacerlos con algún truquillo que me reservo», sonríe José Antonio. Y así, con viejos y nuevos clientes, sobrevive la última churrería callejera de Valladolid después de setenta años. «Y que sean muchos más».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3€ primer mes

Publicidad