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Son «expresiones patológicas de la realidad», dicen Manuel Marlasca y Luis Rendueles, periodistas de sucesos, reporteros de la crónica negra. Son fallas trágicas de ... la vida cotidiana. Dramas que parecen lejanos como un mal sueño y que son en realidad cercanos como una pesadilla. La delincuencia de aquí al lado. El crimen a la vuelta de la esquina. Por ejemplo, en La Rondilla. Sin ir más lejos, Cardenal Torquemada. Por apurar un poco más, detrás de esta puerta del primero B en el que los trabajadores del Servicio de Protección a la Infancia han pegado la oreja.
Al otro lado del umbral, de esa puerta que no se llegó a abrir, hay una tragedia que está a punto de sacudir Valladolid. Una historia que será dolor y titulares en prensa. Un drama que muy pronto se conocerá como el caso de la niña Sara –el abuso y asesinato de una niña de cuatro años– y que los periodistas Manuel Marlasca y Luis Rendueles acaban de llevar a las librerías.
'Territorio negro' es un libro, publicado por Planeta, que reconstruye trece crímenes ocurridos en España para ensamblar «una visión completa de la criminalidad en este siglo XXI». Ese caso ocurrido en Valladolid es reconstruido paso a paso, con la minuciosidad del reportero orfebre, en 'El síndrome del niño apaleado', uno de los capítulos de esta crónica del horror, de este «retrato de las zonas de sombra de un país».
«El caso de la niña Sara me llamó la atención desde el primer momento porque es de esos casos que la única que trató bien y con la atención que se merece fue la prensa local –que sigue practicando el mejor periodismo de sucesos, de calle, con fuentes, como dios manda–, pero al resto de España no llegó la verdadera dimensión y gravedad de lo que pasó allí», explica Manuel Marlasca, quien se ha encargado de la investigación y redacción de ese episodio.
El caso de la niña Sara
«Me interesaba e hice todo lo posible por mantener contacto con la gente que tenía relación con el asunto: los abogados que participaron, los policías... el padre de Sara, quien nos dio su aprobación, después de convencerle de que íbamos a hacer algo limpio, ningún ejercicio de sensacionalismo. Y así fui armando la historia. Creía que era necesario contarla un caso donde hay personajes tan horribles como Davinia, una mujer que mete a un monstruo en su casa y que además lo protege hasta el último momento», explica el reportero.
El capítulo comienza así, con unos dedos que llaman a una puerta en la calle Cardenal Torquemada. El timbre está estropeado. Es 1 de agosto. Dentro están Sara (cuatro años), su hermana Andrea (de 12) y Roberto Hérnandez (35), Bob, el hombre con el que desde hacía apenas unas semanas convivía Davinia (después de que ella se separara del padre de las niñas, de trabajo en el extranjero). Ella, la madre, estaba en el Mercadona, haciendo tiempo para burlar a los Servicios Sociales, que estaban tras la pista después de que la Fiscalía de Menores abriera un expediente por la visita de Davinia con su hija Sara al hospital Campo Grande, el 11 de julio de 2017 («ropa manchada, pelo sucio y enmarañado, labios hinchados, actitud huidiza y temerosa, hematomas en brazos, nalgas, la parte interna de los muslos, el pecho»). Los médicos avisaron a la Policía –esos golpes parecían síntoma de malos tratos–, las alarmas saltaron. Pero, como cuenta Marlasca en el libro, el lento y pesado mecanismo administrativo no jugó a favor de la niña.
«En este caso, como casi siempre en los servicios sociales, hubo un engranaje poco ágil. La gente que trabaja allí hace muy bien su trabajo, es gente que verdaderamente vela por el bienestar de los menores o de lo que tengan encomendado, pero están metidos en un engranaje muy pesado, que cuesta mucho mover. Y en el caso de Sara quedó palpable cuando iban a retirar a Sara el día que la asesinaron. Mayor fracaso que ese no se me ocurre. Y me consta que el equipo de protección del menor de la Junta hizo todo lo posible y lanzó las alertas que había que lanzar. Pero dentro de ese engranaje se vio superado por la rapidez con la que sucedieron todos los acontecimientos. Y lógicamente, también, sin la complicidad de Davinia, Sara no habría muerto».
La madre encubrió a su amante, un mecánico a quien conoció a través de una red social de contactos (Badoo) y que se quedaba con las niñas cuando Davinia iba a trabajar. El libro reconstruye una escalada del horror que comenzó con los mensajes de Whatsapp que Bob le enviaba a Davinia: «Vaya risas con Sarita. Me toca la cola y me dice:¿qué es eso? Cómo molan los niños» «Lo bueno es que se quita la ropa también». Apenas días después, el 11 de julio, Sara «amaneció con los labios hinchados y su cuerpo acumulaba ya los hematomas que le vieron en el hospital Campo Grande».
El libro recuerda, con nombres y apellidos, a los sanitarios, los trabajadores sociales, los agentes que trabajaron en el caso. «Llegar a esa escena y encontrar algo tan terrible deja cicatrices. Yo quería personalizarlo en los médicos y en la doctora que dio la primera alerta, que vio en el hospital que esas lesiones eran incompatibles con lo que estaba diciendo su madre». «Su madre mantenía que era una pelea entre la hermana y ella y esa médico, que venía de ser forense en Canarias, sabía perfectamente que las lesiones no se correspondían con lo que estaba contando. Y sí que quería personalizar. No quería hacer un genérico de los médicos o los técnicos de emergencia, sino que estuvieran sus nombres porque ellos seguro que todavía tienen presente a Sara por lo que vieron en aquella casa».
Marlasca continúa el relato a partir de sentencias, interrogatorios policiales, con la rigurosidad del dato exacto y el pulso narrativo de una novela. Cuenta las sucesivas visitas de servicios sociales, la preocupación de los tíos de la niña, su cuerpo cada vez más marcado por la violencia, la falta de colaboración de la madre ante la policía, el juicio. Roberto fue condenado a prisión permanente revisable. A Davinia le rebajaron la pena a trece años de prisión.
«Luis y yo somos periodistas y en este libro hacemos un ejercicio de reporterismo a fuego lento. Ya ha pasado todo. Puedes ver los atestados, los sumarios completos, las grabaciones de muchos juicios, hablar con los protagonistas... Un policía, un investigador, un juez o un fiscal te va a hablar con mucha más calma de un asunto que está ya sentenciado. En caliente hay flecos pendientes, lo que te pueda decir puede volverse en su contra. Pero cuando todo ha pasado, eso te da unas posibilidades que no te da la información diaria y en caliente».
«¿Quién puede matar a un niño?», se cuestionan Marlasca y Rendueles. «La mera formulación de esta pregunta parece antinatural», dicen. 'Territorio negro' (editorial Planeta, 17,90 euros) recoge no solo el caso de la niña Sara, sino el de otros cuatro menores asesinados a manos de sus propios padres o sus parejas. Como el caso de José Bretón, también recogido en un volumen que hace una parada más en Castilla y León, ya que también se fija en el asesinato de Denise Thiem, la peregrina de 39 años (nacida en Hong Kong, residente en EEUU)desapareció en el Camino de Santiago.
«Hemos elegido temas en los que pudiéramos aportar algo distinto. Por eso hay muchos casos de los que apenas se ha hablado, como el de Sara. Pero también hay crímenes mediáticos, como el de Ana Julia Quezada, siempre y cuando pudiéramos aportar algo distinto. Por eso no incluimos el de Diana Quer, seguramente el crimen al que más tiempo se ha dedicado en los últimos años. No teníamos nada nuevo que contar sobre este tema. Siempre hemos querido aportar al lector cosas que le van a sorprender.
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