Valladolid
Los temporeros que han desatado la alarma en Medina: «Necesitamos comida y una casa para alquilar»Cuatro hombres de origen marroquí, argelino y libio sobreviven bajo un puente en el cauce del soterrado río Zapardiel, a la espera de que empiece la recogida de la patata
La tarde es apacible y los Jardines de Versalles se convierten en uno de los puntos más concurridos de Medina del Campo. El lugar, en ... el margen izquierdo del soterrado río Zapardiel, es de los preferidos por los lugareños para tomar el aire y dar un paseo. Y en ese cometido, algunos aprovechan los bancos que se reparten a lo largo de la zona verde para hacer una pausa y reposar la compra antes de dirigirse a casa; otros escuchan música, sacan al perro o se reúnen para comentar los sobresaltos de la vida local con las amigas del vecindario.
De entre todos los presentes destaca un chico joven, de tez morena, gorro publicitario, ropa veraniega y chanclas, que se mueve en la veintena. No lo hace por su aspecto, sino porque carga dos garrafas de agua, de cinco litros cada una, que ha podido rellenar en una fuente cercana. Se dirige con ellas hacia la calle sin salida en la que termina el paseo, a la altura del conocido como puente de Hierro. Bajo sus lomos, dos colchones, una silla de escritorio y una bolsa con algunas pertenencias permiten intuir que el viaducto está habitado. A los pocos minutos, la presencia de otro compatriota africano, envuelto en una toalla y con el pelo mojado, confirma la sospecha.
Najim, de 31 años, es el único que domina el español y enseguida se erige como portavoz del grupo: cuatro jóvenes de origen marroquí, argelino y libio, de entre 25 y 35 años, que se han conocido en las calles de Medina del Campo, donde han llegado atraídos por la alta demanda de jornaleros para la recolección de la patata. Pide un minuto, se viste tras la ducha improvisada con el agua embotellada que cargaba su compañero de techo y abandona la marginalidad del cauce para hablar en el mismo plano en el que los demás conviven.
Son ajenos a la polémica que se ha formado por su presencia en las calles de la localidad, después de que el alcalde medinense, Guzmán Gómez, enviara una carta a la subdelegación del Gobierno solicitando incrementar la presencia de efectivos de la Policía Nacional por el «clima de inseguridad ciudadana» tras las quejas vertidas en el Consistorio. Sí son conscientes, sin embargo, de que están bajo la lupa de los agentes, porque son ya varias las veces, «por la mañana», «por la noche», que les han requerido la documentación, pese a que aseguran no haber tenido problemas de convivencia, más allá de un rifirrafe con otro grupo de «seis o siete personas» que se habían asentado en otro puente cercano y que les intentaron «robar». Un incidente aislado, tal y como corrobora posteriormente una vecina, que sostiene saber que estaban «ahí», pero que «no se les escucha», a excepción de aquella noche en la que «rápidamente llegó la Policía» y «enseguida se callaron».
«Hace seis o siete días que ya no están», matiza Najim sobre el otro grupo, asegurando desconocer que haya más personas en su misma situación. No son los únicos que se han trasladado a la localidad en las últimas semanas, pero aseguran no tener papeles, lo que los sitúa en una posición de desventaja en un mercado de alquiler más que tensionado. Pocas casas para cada vez más temporeros. «Antes yo estaba alquilado, pero ahora está todo ocupado porque mucha gente ha venido a la patata», asegura el marroquí, que lleva un mes viviendo debajo de un puente.
«Antes yo estaba alquilado, pero ahora está todo ocupado porque mucha gente ha venido a la patata»
Najim
Temporero marroquí
Najim es también el más veterano de los cuatro. Llegó a Medina en febrero y es la primera vez que viene en busca de un jornal desde que recaló en la costa mediterránea en 2018 y empezó a recorrer la geografía española conforme al calendario de cosechas, dejando atrás familia e hijo. En primavera y comienzos de la temporada estival, la naranja; en septiembre, la uva; en octubre, la aceituna; en verano, la patata. De Alicante a Valencia, a Jaén, a Granada; ahora a Medina. Donde salga faena. Vino animado por un «paisano», con trabajo en la «poda verde» y con hospedaje: una habitación que compartía con otras dos personas y por la que pagaba 150 euros. Pero hace un mes le cambió la suerte y se quedó en la calle: «Me dijo mi amigo que me viniera y me quedé en su casa, pero después se trajo a la familia y me dijo que me tenía que ir».
En la necesidad de guarecerse conoció a Ghamri, Mohamoud y Chebli, que llevan diez meses en España y que llegaron a Medina en junio desde Barcelona. «Escucharon que había mucha gente aquí y vinieron», apunta Najim, que hace las veces de traductor. Mientras esperan juntos la llamada para empezar a faenar, que atisban que se produzca la próxima semana, sobreviven a base de las sobras de los supermercados y de la caridad. Aseguran haber pedido ayuda a los Servicios Sociales del Ayuntamiento, sin éxito. «Nos ha dicho la trabajadora social que cuando no estás empadronado no te pueden ayudar». El regidor medinense ya advertía hace unos días que con el albergue municipal a pleno rendimiento, no tienen recursos para alojar a todos los temporeros en esta situación, que cifran en la veintena.
Con el jornal podrán comer y tal vez costearse la entrada de la piscina para darse una ducha en condiciones, pero poco más. «Hay días que ganas 40 euros, días que ganas 50 euros y otros que no te llaman», suspiran, sabedores de que con eso no podrán conseguir un techo, que encomiendan a la caridad. «Necesitamos ayuda, comida y una casa para alquilar», suplican. Les han hablado de que hay «pisos de bancos» pero lo descartan: «Yo conozco que hay casas de okupas, pero no podemos entrar, tengo miedo de tener problemas», reconoce.
Convivencia pacífica
Tras la charla regresan al viaducto, donde les espera otra noche a la fresca. Es verano, pero hay días que pasan frío «hasta las cuatro de la mañana». Allí mismo los pilló el aguacero que descargó 50 litros en minutos sobre la localidad hace dos semanas. Por suerte no llegó a inundarse el cauce pero estuvieron horas «mojados, sin ropa seca y sin comida».
«Podría haber pasado una tragedia», apunta Alberto Gil, vecino del barrio, que tras ser preguntado por ellos asegura que «no molestan». Este año, a diferencia del anterior, cuando las broncas y la intervención de la Policía fueron «más frecuentes», no ha habido «ningún altercado». Gil, que se muestra indignado porque tengan que estar durmiendo en la calle «cuando han venido a trabajar», resume el sentir general del barrio, en el que también algunas voces piden «más presencia policial».
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