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«Llevo 16 años con el párkinson y el venir aquí ha sido todo para mi, aquí he encontrado una gran familia, gente que nos ... entendemos, porque hay veces que en la calle no entienden lo que supone esta enfermedad». Javier Asensio habla de la Asociación de Párkinson Valladolid (Aparval) como de un salvavidas al que agarrarse tras el diagnóstico.
Él trabajaba en una empresa de aluminio cuando con 52 años una amiga enfermera vio que arrastraba algo un pie y le animó a ir al médico. «A raíz de ahí me lo diagnosticaron», apunta.
«La vida te pega un vuelco total», afirma. Javier no tenía ni idea en aquel momento de lo que era la enfermedad de párkinson. Lo fue descubriendo en su día a día. «Hay etapas muy malas», reconoce este vallisoletano, que si tuviera que dar un consejo a un recién diagnosticado lo tiene claro: «Que venga a la asociación, que no lo pase solo, pasarlo solo tiene que ser muy duro».
Es una valoración realista, alejada del pesimismo, porque si algo no es Asensio es pesimista. Sonriente, activo y dispuesto a echar una mano siempre que hace falta en Aparval, describe que en su rutina habitual avía la casa, pasea a diario y acude a terapia dos veces por semana a logopedia y a fisioterapia, actividades a las que suma un desplazamiento más para los ensayos del grupo de teatro. «Recomiendo a todo el mundo que salga, como te quedes en casa es complicado», afirma Javier, que reitera que esos paseos por la ribera del Duero y por el campo con Bimba, su perra, le dan la vida. Un día encuentran setas. Otro, espárragos. Según la estación. Ahí la vida se sobrepone al diagnóstico, al párkinson.
Este vallisoletano recuerda cómo empezó a cursar en él una enfermedad que afecta de forma muy diferente según el paciente. «Comencé con el pie y sentía como si tuviera la cara acartonada, voy teniendo bloqueos, pero la medicina que me están poniendo todavía funciona…», explica Javier Asensio. Para quien no sabe lo que es un bloqueo, este diagnosticado de párkinson lo describe con nitidez: «Vas a empezar a andar y no puedes, no te responden las piernas».
Javier Asensio no oculta que padece párkinson. Hay pacientes que dosifican la información a su entorno, principalmente, para evitar estigmas. Son decisiones personales. «Yo no he tenido problema en decirlo en el pueblo. Al revés, la gente se vuelca conmigo», afirma.
Sí comenta Javier que nota el desconocimiento que la sociedad tiene de lo que viven los enfermos con párkinson y pone un ejemplo. «Vas al supermercado a comprar, llegas a la caja y la gente no tiene paciencia, no asimila que tienes que ir más lento», refiere. Una compañera de fatigas de salud comenta como hace unos días caminaba por una acera de la capital con un deambular tambaleante y aguantó la sorna de varios ocupantes de un coche que presuponían que iba bebida. «La gente cree que el párkinson son temblores o rigidez, pero son más cosas… hasta pesadillas que tienes por la noche. Hay días en que la medicación te hace efecto, con unas horas en las que te comes el mundo, pero cuando pasa ese efecto el bajón es terrible».
Javier vive en un pueblo. Eso es un hándicap para acceder a las terapias que permiten ralentizar el avance de la enfermedad a medida que esta avanza y llega la retirada del carné de conducir por el empeoramiento de los síntomas. Ahí se alza una barrera muy difícil de salvar para un enfermo que requiere desplazamientos continuos al fisioterapeuta, al logopeda, a terapias de movimientos, al psicólogo, al especialista… «Aquí en Valladolid te puedes arreglar con el autobús o con un taxi, pero en un pueblo, cómo te apañas… Hay gente de los pueblos que ha tenido que dejar de venir a la asociación. Es un problema grande», lamenta este vecino de Villanueva de Duero. Una reflexión dura de desigualdad entre lo rural y lo urbano, que Javier explica muy clarito, pero sin perder la sonrisa y que queda como tarea para quienes están al frente de las administraciones públicas.
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