Las obras de la VA-20 obligan a Emilio Barrul a marcharse: «Sé que me tendré que ir, pero no cuándo»
La humanización de la ronda interior aisla la casa del veterano chabolista, donde vive desde «hace seis años»
Emilio Barrul sale de su chabolita una mañana más. Lleva un pantalón vaquero, una riñonera, una gorra y una camisa de cuadros que tiene un ... pequeño bolso en el pecho. Allí guarda una magdalena. «Justo he salido que iba a desayunar, a tomar un café», comenta. Desde hace un año, el veterano chabolista, que salió del poblado de Juana Jugan, convive con las obras de humanización de la VA-20. Apenas unos centímetros separan el ya trazado carril bici del acceso a su casa, oculta tras la vegetación y tras un pequeño camino que se abre entre los árboles, cuyas ramas se ondean para dejar paso. «Esto lo levante yo solo, la gente sabe que estoy aquí y los vecinos me conocen. Saben cómo soy y que no molesto a nadie», expresa.
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Hasta ahora, el avance de las obras junto a su hogar no le han obligado a marcharse, a pesar de la cercanía, que se mide en pocos centímetros. «Han venido muchas veces los policías y he hablado también con los trabajadores y nadie me ha dicho que me tenga que ir», reconocía en mayo. Ahora, cuatro meses después, la historia ha cambiado. «Han venido y me han dicho que debo irme, que me van a sacar cualquier día para llevarme a algún sitio, pero no sé cuándo ni me han dicho dónde», lamenta Emilio. Hasta ahora, las obras han respetado el entorno de su chabola y los operarios han desbrozado y retirado las malas hierbas que crecían alrededor de la casita, en este primer tramo de las obras de humanización de la VA-20, donde los trabajos se centran ahora en pintar la senda ciclista que pasa a centímetros de su chamizo.
«Soy un guerrero. Tardé un año en levantar mi casa con lo que pillaba por ahí y aquí estoy bien. No paso frío y no quiero nada. Estoy bien. La gente sabe dónde vivo y me tratan bien, los vecinos me traen agua o lo que necesite. Me respetan y yo también a ellos. De lo que das, recibes», cuenta el chabolista. Dentro de su hogar, un pequeño patio se abre tras la puerta, donde otra más da paso a una pequeña estancia con un espejo, donde hay unas garrafas de agua colgadas y una palancana sobre una mesa. Desde aquí se abren otros tres habitáculos. Su habitación, una cocina con estufa y un pequeño salón.
Emilio Barrul, uno de los doce hijos de Antonio y Adoración, fundadores del poblado de Juana Jugan, vivió allí, entre el paseo de Juan Carlos I y la avenida de Madrid, durante más de cuatro décadas. Tras cambiar de lugar, el chabolista concreta que lleva viviendo en el entorno de la ronda desde «hace seis años». Hace unos meses, el fuego devoró otro chamizo que se encuentra a escasos metros de la chabola de Emilio, quien consiguió salvar la suya de las llamas.
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Emilio vivió en Juana Jugan junto a su mujer y dos hijos, sus padres -fallecidos- y otros hermanos. Sus padres, como ahora hace el propio chabolista, rechazaron las ayudas y optaron por quedarse en sus chabolas junto a algunos de sus hijos en Juana Jugan, donde fallecieron. Su padre en enero de 2016 a los 91 años y su madre en agosto de 2024 a los 85. «Soy un guerrero», repite Emilio Barrul, que cada día sale de su chabola sin saber si será el último.
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