

Miles de vallisoletanos queman «lo malo» en la noche más corta del año
El arenal de Las Moreras acoge la madrugada de San Juan en una velada llena de fuego y celebración y en la que también ha irrumpido la lluvia
No hay San Juan que se precie sin playa. Las Moreras celebra el 23 de junio la noche más corta del año -para algunos la ... noche más mágica- donde cientos de hogueras, como antesala del gran encendido, reducen a ceniza el pasado, lo negativo y abren camino a nuevos y «mejores» deseos para el comienzo del verano en una fiesta en la que ha irrumpido también la lluvia.
El arenal de las Moreras cambia su habitual colorido de las toallas por miles de jóvenes en corrillos alumbrados por la luz más pura, el fuego. A primera hora de la tarde, aquellos que empiezan su primer gran cambio, una vez terminada la educación obligatoria, y que se encaminan hacia un bachillerato o una formación profesional, ocupan tímidamente la zona del muro, en busca de las sombras de los árboles que den cobijo del asfixiante calor de la tarde.
A medida que caía la noche, miles de jóvenes cargados con bolsas llenas de bebidas y los restos de hielo que el calor permite mantener llegaban al arenal por todas las entradas de Moreras. Que poco a poco se teñía de una neblina y un característico olor a parrilla.
Saltar sobre el fuego de una hoguera para «renovar las energías» y dejar todo lo malo atrás es uno de los rituales más comunes en San Juan, una tradición que se repite año tras año entre los más jóvenes y ya no tan jóvenes. «Hemos venido más veces, pero solo con alcohol; esta vez queríamos ver cómo el fuego se llevaba los malos recuerdos», señalaba Gonzalo Hernández, mientras entre risas mostraba unos apuntes de geometría con los que «pensaba avivar el fuego». «Con el mal año que me ha dado esto prende, está cargado», espetaba.
Si las Matemáticas estuvieron presentes en la velada, tampoco se quisieron perder la cita Descartes, Valle Inclán y Franco. «Queremos empezar la universidad con las energías renovadas», explicaba Ainhoa Bastos antes de dejar sus apuntes en la gran hoguera central.
De alcohol, fuego y apuntes iba la noche. Como señalaba Isa Ruiz, a la que «se le quedaba pequeña» la fogata para todo el papel que quería quemar. Algo más precavida se mostraba su amiga Marina Arribas, quien a pesar de «haber hecho muy buena selectividad» había acudido hasta el arenal con las manos vacías en un gesto de prudencia. «Lla nota es muy alta y creo que me da, pero…», indicaba. «Es algo muy bonito, vinimos alguna tarde a estudiar al césped y hoy quemamos estos apuntes, lo que aquí empezó, aquí termina», finalizaban.



¿Y cuál es el plan para el resto de la noche? «Aguantar hasta que el crepitar de las brasas se apague», señalaba Javi García, que aseguraba que «no iba a volver a casa» hasta que saliera el sol, aunque esperaba que no «le tuviera que despertar el equipo de limpieza», que volverá a poner la playa a punto a primera hora de mañana.
Gael Salvador, originario de Ecuador, tampoco quiso perderse la noche. Bañado en algo de nostalgia, explica que es el primer año que acude solo con su familia, ya que en otras ocasiones lo ha realizado con una pequeña comunidad de ecuatorianos afincados en la capital del Pisuerga. «Es algo que me recuerda a nuestra entrega de la rama de gallos», señalaba.
Si hay bebida, tiene que haber comida. Y en eso pensaron precisamente Francisco Gil y sus amigos, quienes con un saco de carbón, unas maderas y una parrilla tenían previsto cenar una barbacoa. Avituallamiento no les faltaba: «tenemos hamburguesa, chorizo, morcilla y panceta», indicaban los jóvenes.
Desde el comienzo de los DJs, a las 20:00, un importante operativo de seguridad vela por el bienestar de todos los participantes. Minutos antes de las 22:00, el equipo de Cruz Roja había atendido ya a tres personas (una por quemaduras y dos por caídas) en una tarde «muy tranquila«. Una noche que, paradójicamente, va a ser muy larga para los equipos de emergencia. «Si todo sigue su cauce habitual y la tendencia de otros años», al final de la noche habrán atendido a «unas treinta personas», aventuran.
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