Valladolid
Manuela Serrano, pregonera de Delicias: «Llevo medio siglo viviendo en esta calle»La «muy querida» vecina del barrio educó a cuarenta generaciones, escribió libros y luchó contra el franquismo por una correcta urbanización del terreno
Lucía San José
Valladolid
Sábado, 12 de julio 2025, 09:42
Manuela Serrano no necesita presentación en la calle Embajadores. De hecho, basta pasear con ella para que el saludo se convierta en un ritual: una ... antigua alumna emocionada por recordar viejos tiempos, un saludo desde un balcón o un halago de algún vecino por sus «batallas sociales». Geógrafa, maestra, viajera, escritora y vecina activa resume su vida desde el que considera «su santuario», un despacho lleno de libros y recuerdos. «Llevo 50 años en esta calle y me fui de la casa de mis padres a Delicias por decisión propia», dice con la serenidad de quien ha hecho del arraigo un arte de resistencia y aprendizaje.
El pregón de las fiestas de Delicias de este año recayó en sus manos: una voz firme, cargada de memoria en un escenario que recuerda «a la perfección» en los años setenta: «lleno de barro y las luces pequeñitas para coger el autobús».
Su unión con la enseñanza y la literatura comenzó desde la cuna: hija de profesores y nieta de «un hombre muy creativo» del que cree que ha heredado esa faceta artística. Ella fue maestra durante 40 años: primero, en San Pedro Regalado; después, en el Instituto Delicias, donde coincidió con los entonces niños Celtas Cortos, y acabó en el Arca Real.
Cuando se jubiló en 2005, tras toda una vida entre aulas y pizarras, continuó vinculada al instituto a través de talleres de escritura. «Porque más que artista, que también soy un poco, me considero maestra», explicaba. Para ella, la palabra «maestra» es un vínculo «de amor al conocimiento, de paciencia, de entrega sin esperar nada a cambio».
De hecho, los verdaderos retos llegaron los últimos años con la integración de «grupos grandes», con la «diversidad real en las aulas», con «niños colombianos, peruanos, ucranianos y gitanos». En ese momento, entra la vocación de una profesora: «Lograr que una niña gitana acabe cuarto de la ESO o vislumbre bachillerato, para mí, era una de las mayores alegrías de mi vida», dice, con el brillo en los ojos.
Lucha contra el franquismo
La política también formó parte de su vida. Su implicación antifranquista, su pertenencia a Lucha Obrera y aquellas asambleas clandestinas de los años sesenta y setenta, en la parroquia de Santo Toribio de Mogrovejo, cuentan la historia de un barrio que se construyó desde abajo. «Aquellos locales eran un bullir de ideas, de personas, de una concepción diferente del cristianismo», confiesa.
Manuela se crió entre libros y música, cantó, tocó un poco el piano y se dejó moldear por un modo de vida elegido con compromiso. Se formó en el Instituto de Teatro de Barcelona, en la Escuela de Psicomotricidad y Expresión Corporal, y durante años dirigió montajes en el Instituto Delicias, convencida de que el arte es también una «forma de enseñar a vivir».
El barrio «le ha dado todo» y ella le ha devuelto cada instante. Las viejas «casas molineras de la zona de Lola Herrera», los terrenos ganados o el parque de la Paz son algunos de los lugares de los que ha sido testigo de las transformaciones, además de las luchas vecinales para evitar más bloques de pisos y de las manifestaciones para conservar espacios libres. «Cuando han querido rescatar espacios, se han tenido que buscar con lupa», explica recordando aquellas batallas.
«Justicia, libertad y creatividad», confiesa que son sus tres palabras, aunque a ella le parecen pocas. En 1974, cuando retumbaba el eco de Franco, Manuela y sus vecinos pusieron bordillos en la carretera de Circunvalación para cortar el tráfico. «Me veían allí, poniendo bordillos, y un amigo me gritó: ¿Pero dónde vas, Manuela?», recuerda entre risas. Por esos tiempos, cuando pelearon por mantener verde el parque de la Paz, creó un eslogan con sus vecinas: «Ni humos ni olores. Jardines y flores.», recuerda emocionada.
Lectora desde los 4 años
Manuela fue lectora antes que escritora y la zapatería de su infancia fue su «primer y más importante aprendizaje». Tenía cuatro años cuando, en medio de una calle de su barrio, gritó emocionada: «¡Zapatería!». Un descubrimiento que, según dice, cambió su vida: «Ese día descubrí la lectura y no he dejado de leer ni un solo día», ya que no puede dormirse sin antes pasar por las páginas de un libro.
Lo importante para ella no es publicar, sino escribir. «Lo importante es traducir en palabras lo que sientes, lo que ves, lo que aspiras, el deseo, el dolor…», explicaba. Y sonrío cuando habló de una palabra que la persiguió durante días: «doliente». La escuchó en el traqueteo de un tren y supo que esa palabra merecía ser escrita. Escribir es, dice, «poner nombre a las cosas», mientras leía un poema con el tono de una profesora que siempre ha intentado transmitir ese amor por la literatura.
Su habitación es un pequeño museo de su vida y al lado «su pequeño santuario», donde descansan las obras de Juan Ramón Jiménez, Francisco Brines, «la mismísima» Rossetti o Sylvia Plath. En sus cuadros, cuelgan las fotos de sus recuerdos de África y de América Latina, donde viaja desde hace cuarenta años. «Esto es en Perú, aquí están mis libros, aquí están los dibujos de mis sobrinos...», enumera.
En sus tardes tranquilas, desde su ventana, ve pasar las cigüeñas al atardecer y las estrellas en la noche. Para ella, ese momento de silencio con un libro en la mano es «maravilloso». La lectura, la escritura y la contemplación son su forma de seguir siendo la mujer que siempre luchó por lo que consideraba justo.
«Por encima de toda la sabiduría del mundo, está el sentirte viva», afirma. Participa en talleres de escritura y en actividades culturales porque sigue creyendo en el poder de la palabra y la cultura para transformar vidas. Con humor, se define como «la reliquia de Santa Rita», porque cuando camina por el barrio le cuentan historias, le piden consejos y le agradecen sus esfuerzos en la comunidad.
Como ella dice, «cuando miro hacia atrás, pienso que el delante que tengo ahora tiene que ver con el atrás que he vivido». Y este viernes en el pregón de las fiestas de Delicias, ese «delante» se ha llenado de aplausos, de vecinos, de nietos de antiguos alumnos y de agradecimientos.
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