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«¿Valientes por emprender en hostelería ahora? Yo no lo veo así, nosotros nos dedicamos a ello y tenemos que seguir trabajando, la vida continúa». ... El que contesta con esta convicción es Alberto Fernández, 32 años, empresario del sector y que ahora ultima un nuevo negocio en la calle San Lorenzo, en pleno centro de Valladolid. Se llamará Sala 20 y ocupará 500 metros cuadrados en la parte trasera de los antiguos Cines Coca, a los que hará un guiño en su decoración exterior.
Como él, otros cuatro jóvenes profesionales –Kiko Requejo, Diego Rodríguez, Charly Montalvo y Manuel Francia– han comenzado con sus nuevos bares y restaurantes en plena pandemia por la covid-19. Segunda ola. Hay incertidumbre, sí, pero el espíritu emprendedor y el optimismo pueden con las dudas. Inversiones muy importantes que tienen que ser amortizadas, pero confianza también en que el carácter español perviva, a pesar del maldito bicho. La esperanza: que estos establecimientos sigan formando parte fundamental del ocio en este país. Donde esté un vermú, unos vinos, unas tapas o una cena con los amigos o la familia que se quite el resto.
«Antes de que todo esto comenzara ya lo teníamos planteado, pero luego hemos decidido arrancar por la capacidad del local, que es muy grande», aclara Alberto, copropietario de tres sidrerías en Valladolid (Los Trabancos, Los Guajes y El Gallu), además de los restaurantes La Aguada y La Maruquesa. Las terrazas de los locales antes mencionados «han salvado notablemente el verano», reconoce, pero ahora llega la prueba de fuego, más bien de hielo, con el invierno muy cerca.
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Este hostelero está reformando un gran espacio para abrirlo como muy tarde en febrero. Es lo que, a partir de ahora, buscarán los clientes, según prevé. «En los próximos años se van a llevar este tipo de establecimientos: techos altos y estancias amplias para permitir una buena separación entre mesas», subraya. Su idea es ofrecer un negocio «multifuncional» con bar-cafetería, copas, tapas y un restaurante «marcado por el producto de temporada y de calidad». En una altura superior, se habilitará una sala para eventos de todo tipo, que permitirá dar servicio a 130 comensales. Desembolso: 750.000 euros. Puestos de trabajo: diez empleados. Expectativas: «Somos conscientes de que en invierno bajará la facturación, tendremos que ajustar gastos, pero tenemos que vivir lo que nos ha tocado», subraya entre la resignación y el arrojo de un empresario con gran experiencia, a pesar de su edad.
Explica Kiko Requejo, en el interior de La Corrala del Val, en la plaza del mismo nombre, que el traspaso de su nuevo bar se cerró en noviembre de 2019 «cuando del coronavirus solo llegaban noticias de China». Su previsión era abrir el 19 de marzo, pero el estado de alarma no le permitió levantar la persiana. Inauguró el 12 de junio. Con participación también en el restaurante La Maruquesa, Requejo ha invertido cerca de 60.000 euros en su nueva oferta, un bar que ya existía, pero que ha reformado por completo en decoración y carta y que da trabajo a cuatro personas. «Sigue siendo una taberna; ofrecemos embutidos de caza, guisos tradicionales... adaptando la oferta a los productos de cada estación», expone.
Igual que sus colegas de profesión, este joven remacha que «no te puedes quedar parado». En su nuevo bar, la gran terraza de la que dispone, con 25 mesas, puede ser una tabla de salvación en los próximos meses. «Tenemos intención de colocar cerramientos y estufas para poderla aprovechar el máximo tiempo posible», adelanta. En su opinión, el futuro de la hostelería en tiempos de coronavirus pasa por la actitud de los clientes. «Precauciones todas, pero nunca miedo; somos los primeros interesados en mantener las distancias, en la higiene, en desinfectar... porque somos los que más expuestos estamos a la enfermedad al atender cada día a decenas de personas», argumenta. Se queja, por ejemplo, de las declaraciones de un virólogo que ha oído en la televisión. «Dijo que no entraría en un bar ni loco, ese tipo de mensajes no son buenos; una cosa es la necesaria prevención y otra crear temor», lamenta. En esta ciudad fría, este otoño que ya ha revuelto el tiempo les hace ver algún nubarrón, pero están preparados para afrontarlo si no hay «nuevas vueltas de tuerca» en las restricciones sanitarias a las que puede obligar la epidemia.
Diego Rodríguez (35 años), socio de Alberto en varios locales, confía en que La Perlita, su nueva marisquería abierta en el número 5 de la calle Calixto Fernández de la Torre, en plena zona de vinos de la Plaza Mayor, logre su espacio, a pesar de sus 25 metros cuadrados de superficie. Junto con Hugo García regenta este negocio abierto el pasado 3 de septiembre. Ostras, percebes, gambas o champán por copas. Un aperitivo de lujo que se servirá en las siete mesas con las que cuenta y en una terraza que pretende acondicionar para cuando el mercurio baje al mínimo. Y es que de momento los parroquianos tiran al exterior. «La oferta está teniendo una aceptación buena, también porque es una calle con mucha afluencia de público que busca un lugar para picar algo», recalca. «La hostelería ha sido la cabeza de turco de esta crisis cuando ha demostrado saber adaptarse a los cambios de un día para otro, mientras las paradas de autobús o el metro están hasta arriba de gente», argumenta, al tiempo que remacha que salir a tomar algo «es una insignia de España». No se perderá nunca.
En el numero 2 de la calle Magallanes abrió en julio Doña Pendeja, una taberna castiza del Grupo BlaBlaBla, con otros tres establecimientos hosteleros en la ciudad, entre ellos el chiringuito de la playa. Charly de Andrés, uno de los socios, matiza que el proyecto nació antes de la pandemia. «Teníamos que seguir adelante y estamos contentos con la buena acogida», afirma. Reconoce que la cuota de clientes en sus cuatro locales ha caído y que la gente sigue teniendo miedo a entrar en espacios interiores. Por eso están pendientes de la terraza. «Hemos solicitado autorización para 90 metros porque este invierno va a ser fundamental», apostilla este profesional, que en este nuevo bar tiene 18 empleados. Las consecuencias de la covid asustan al sector, vale, pero como asegura De Andrés «la ilusión no la hemos perdido nunca».
En la subida a Fuensaldaña, Manuel Francia, uno de los pequeños de una saga con gran tradición hostelera, abrió el 11 de julio La Tarara. Nada menos que un negocio que ocupa 10.000 metros cuadrados en el que se combina bar de tapas, restaurante, chiringuito, sala para eventos y una gran terraza. Espacios muy amplios que le otorgan cierta ventaja frente a otros.
«Llevamos dos años preparando el proyecto y está claro que los que nos dedicamos a esto o trabajamos o morimos; somos optimistas por naturaleza y si nos dejan, creemos que podemos funcionar bien», comenta este joven, que cuenta como cocinero con el chef Víctor Pérez. Dos millones de inversión que ahora hay que amortizar. «La dinámica del coronavirus nos va a llevar a sitios amplios y exteriores y aquí los tenemos», sentencia Francia, quien no oculta tampoco su incertidumbre. «Es mejor que la gente acuda a locales donde se ofrece seguridad, que a fiestas en casas o a botellones donde hay muchos más riesgos», añade. Estos cinco experimentados jóvenes no tienen miedo, están convencidos de que saldrán adelante.
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