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Jóvenes gitanos que se abren paso en la Universidad: «Hay que soñar a lo grande»Secciones
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Jóvenes gitanos que se abren paso en la Universidad: «Hay que soñar a lo grande»Esta noticia es noticia tan solo por una palabra. Si ese vocablo no estuviera involucrado, sin ese puñado de letras (apenas seis), la historia de ... Angelina tal vez no se hubiera asomado nunca a las páginas del periódico. ¿Qué tiene de extraordinario una chica de 19 años que el año pasado aprobó la EBAU, que estudia Magisterio, que juega al fútbol y colabora con una ONG? ¿Por qué ella y no tantas otras jóvenes de su edad que están en la uni, que hacen deporte, que dedican parte de su tiempo a los demás? «La suya es una vida normal», aseguran desde la asociación Pajarillos Educa (la entidad con la que Angelina colabora), pero se vuelve extraordinaria en el momento en el que se pronuncia esa palabra de seis letras.
Gitana.
A partir de ese momento, Angelina Gabarri (Valladolid, 2006) se convierte en referente, en una joven empeñada en romper estereotipos, en una chica que estudia Magisterio porque está convencida de que la educación es la mejor vía para prosperar. Esta semana, en la que se ha celebrado el Día Internacional del Pueblo Gitano (8 de abril), Angelina y otros tres compañeros (Raquel, Joel, Juan Javier) han compartido su experiencia en la Facultad de Educación, ante futuros trabajadores sociales y frente a escolares gitanos, chavales de Primaria, que pueden ver en Angelina un camino a seguir.
«Yo he tenido suerte en casa, siempre he contado con el apoyo de mi familia, pero es verdad que todavía es normal que, cuando una chica gitana cumple 16 años, le insistan en que deje de estudiar», cuenta Angelina. «A mí me ha pasado. De mi grupo de amigas gitanas, yo he sido la única que ha seguido estudiando», asegura Raquel Lozano (Valladolid, 2004). «En mi familia, he sido el primero en llegar a la Universidad, pero si estoy aquí, ha sido gracias a ellos», apunta Joel. «Lo que está claro es que formarse y educarse es la mejor manera de avanzar. Y eso no significa perder nuestras raíces gitanas», indica Juan Javier.
Angelina se pasea ahora por la Facultad de Derecho como hace años lo hacía por los pasillos del colegio Cristóbal Colón, las aulas del Galileo donde cursó Secundaria y el Bachillerato de Ciencias Sociales. «Desde pequeña me han gustado los niños y siempre he querido ser maestra. Cuando estaba en clase, pensaba en cómo se podían explicar las cosas de otra manera para que se entendieran mejor». Este curso ha comenzado la Universidad. Primero de Magisterio. No sabe todavía si encaminarse hacia profesora de Primaria o especializarse en Educación Física. «El fútbol me gusta. Lo he jugado desde pequeña en el Don Bosco. A los 10 años lo tuve que dejar por una pequeña lesión, pero no me he desvinculado. Además, a mí no me gusta perder. En ningún caso». Así que ni se le pasa por la cabeza que le metan una goleada en este partido por su futuro académico.
«Es verdad que de vez en cuando he sentido comentarios de otras personas de mi entorno, que me decían que no llevaba el estilo de vida que se supone que debería llevar. Pero nunca les he hecho caso. Yo me he sentido muy libre en mi camino. Y he encontrado el apoyo de mi familia y en los colegios en los que he estado, que me han dado toda la confianza necesaria para continuar».
«Ese apoyo es muy importante, pero sobre todo hay que tener muy claro lo que quieres conseguir», añade Raquel. «Mis padres siempre han visto que yo era una chica aplicada, pero hubo un tiempo, mientras estudiaba Bachillerato, en el que había gente que me decía que para qué estudiaba, que para qué tanto esfuerzo, si al final iba a terminar en el mercadillo o de cajera en un supermercado». Raquel no se rindió. Le dedicó más horas al flexo, terminó el instituto y comenzó la Universidad.
«Hice dos años de Derecho, pero se me hizo bola. Descubrí que eso no era para mí y no pasa nada. A veces los intereses cambian. Y formarse no supone pasar necesariamente por la Universidad. Eso es muy importante destacarlo también. El éxito educativo no es empezar una carrera, porque se puede conseguir mucho por otras vías. A veces llevamos demasiado peso encima y no pasa nada por buscar alternativas», indica Raquel, quien ahora cursa un ciclo superior de integración social en San Viator, después de sacarse el carné de conducir.
«Ser gitano y estudiar no tiene por qué chocar, debe normalizarse. Y creo que en estos años se ha avanzado mucho, que hay muchas personas que, con su ejemplo, demuestran que no somos menos que nadie», explica Raquel, monitora en el programa Conciliamos. Ahora contribuye a que ese éxito educativo llegue a las generaciones más jóvenes. Raquel, como también Angelina, trabaja en un proyecto de Pajarillos Educa que atiende a niños de entre 6 y 8 años.
«Estamos coordinadas con sus tutores y, por las tardes, les ofrecemos clases de apoyo en lectura, escritura… Reforzamos lo que aprenden en clase con actividades, fichas y juegos», cuentan. Y eso es importante para acabar con una brecha que, por desgracia, suele comenzar pronto. «Hay familias gitanas que no escolarizan a los niños con 3 años, sino más tarde. Y eso es importante, porque ya se genera un desfase que hay que atajar», indican. Su labor es también relevante para acabar con el absentismo escolar.
Un informe elaborado el curso pasado por el Observatorio Transformación y Participación analizó la implicación educativa de 124 alumnos del 29 de Octubre. La mayoría de ellos gitanos. De acuerdo con este estudio, el 70% no acudía a clase puntualmente. El 48% se olvidaba a menudo del material. El 92% no participaba en extraescolares o la mitad no hacía los deberes. Nueve de cada diez jóvenes de la barriada no acaban la Secundaria obligatoria. Por eso es importante la labor de Pajarillos Educa y de personas como Raquel y Angelina, que no solo son referentes, sino que también ayudan para que su ejemplo cunda entre los más jóvenes. «No somos más que nadie. Pero si nosotras hemos podido, ¿por qué no los demás?».
«Es fundamental inculcar unos hábitos. Que los chicos y sus familias preparen sus días con rutinas: colegio, comida, actividades por la tarde. Con compromiso y puntualidad. Y ahí el deporte también es muy importante», afirma Juan Javier Motos (Valladolid, 2003). «Yo hice la Primaria en el Pablo Picasso y luego hasta cuarto de Secundaria en el Lestonnac. No fui a Bachillerato, pero me he sacado el título de monitor de ocio y tiempo libre para trabajar con los chavales del barrio». Juan Javier (a quien todos conocen como 'Pichón') es entrenador de un equipo de fútbol alevín, con niños gitanos de quinto y sexto de Primaria.
«El deporte es una vía fantástica para inculcar valores y fomentar el estudio. Saben que si quieren jugar, tienen que ir a clase. Si faltan al colegio, ese fin de semana no juegan. Si no hacen los deberes, tampoco. Todos los viernes me reúno con sus profesores (en el Miguel Hernández, el Cristóbal Colón…) para saber quiénes han faltado a clase, si se han portado bien, si han sido puntuales… Y si no, pues en el próximo partido chuparán banquillo o jugarán menos que sus compañeros que sí que han cumplido». Gracias a estas acciones, han comprobado un descenso en el absentismo. «Hay chavales que están en la cuerda floja, en el precipicio a veces… y por eso es tan importante buscarles una motivación, que puede ser el deporte, e inculcarles valores de respeto, puntualidad o compañerismo», dice Pichón.
El deporte también es clave en la vida de Joel Ramírez (Valladolid, 2006). «Siempre he sido un niño con las cosas claras. Con cinco años comencé a practicar deportes de contacto. A los doce me pasé al fútbol, pero no era lo mío. Así que volví al kick boxing, empecé 'power lifting' y ahora doy también talleres de boxeo a los chavales del barrio», cuenta Joel, quien estudia Magisterio. «Yo nunca tuve claro el camino, pero la Universidad es el camino que he encontrado», asegura. El primer universitario de su familia. «Espero que no sea el último y que, en lo académico, sea un referente para mis primos».
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«Yo no lo voy publicando, pero si me preguntan, no tengo reparo ni vergüenza en decir que mi padre es gitano. Y no me he encontrado por eso ningún tipo de problema», dice Joel, quien, como Angelina, tiene claro qué tipo de profesor le gustaría ser al terminar la carrera. «Queremos fomentar el respeto, el compañerismo, la participación en clase, que haya un buen ambiente, porque eso es muy importante para estudiar. Y, sobre todo, trabajar mucho en la autonomía de los futuros alumnos, que tengan la ambición necesaria para conseguir aquello que quieren». Y sobre todo, animar a otros chavales en su situación, jóvenes gitanos con ideas claras, para que no abandonen los estudios y luchen por conseguir aquello que se proponen. «Ni barreras de los otros ni tampoco nuestras. Hay que soñar a lo grande. Si un niño gitano quiere ser médico, ¿quién le dice que no lo puede conseguir?», resume Raquel.
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