Mis horas con Delibes: 'Niños y más niños'
Los personajes infantiles del escritor tienen un protagonismo muy especial en su literatura
Y hablando de personajes, como vengo haciéndolo en mis últimas crónicas, no puedo pasar por alto a los personajes infantiles de Delibes. Que también salían ... a relucir, cómo no, en nuestras charlas andariegas.
Hasta ocho protagonistas infantiles se enseñorean de otras tantas novelas delibeanas. Amén de no pocos niños más, llamémosles secundarios, «que corretean y hacen travesuras a lo largo de las páginas de mis libros», en propias palabras del escritor, precisamente en su libro recopilatorio 'Los niños'.
–¿Y eso por qué? –indagué yo más de una vez en nuestras rondas– ¿Por qué hay tantos niños en tus libros?
–Yo lo achaco a dos razones: la primera –y así se lo contesté a un periodista o a un estudioso de mi obra, no recuerdo bien–, porque el niño es un ser que encierra todo el candor y la gracia del mundo. Y además tiene abiertas ante sí todas las posibilidades; es decir, que puede serlo todo, mientras el adulto es un niño que ha perdido la gracia y ha reducido a una –el oficio que desempeña– sus posibilidades o aspiraciones. Y la segunda razón no es otra que la de que yo siempre he estado rodeado de niños: primero mis siete hermanos –conmigo ocho–, y luego, mis siete hijos. Un enjambre de vidas en ciernes rondando en torno a mí. Han sido los personajes que siempre tuve más a mano.
Rurales y urbanos
En la literatura de Miguel Delibes hay niños rurales y niños urbanos. O, como dice él mismo, «niños burgueses, o de gente bien, y niños olvidados, pobres y desatendidos».
–Y tú, Miguel, ¿con cuál de estas dos categorías te sientes más cómodo a la hora de novelar?
–Me da lo mismo, ambos son niños, y si los hago a unos u otros protagonistas es porque en cada caso me han fascinado por una razón u otra. Aunque verás: hay un niño protagonista por el que siempre he sentido una especial predilección. Me refiero a Daniel, por mote el Mochuelo, de mi novela 'El camino'. Siempre se ha dicho que fue con esta novela con la que encontré mi propia voz narrativa. Y es verdad. Y la encontré porque puse voz a un niño, no a un adulto. Un niño rural pero que está a punto de convertirse en niño de ciudad, puesto que su padre, el quesero del pueblo, quiere que se traslade a la ciudad para estudiar y «progresar».
«Una bendición de Dios»
Cogí yo el rábano por las hojas y repliqué comedidamente:
–El padre de Daniel quiere que su hijo emigre a la ciudad, pero el Mochuelo no quiere. Y creo, Miguel, que tú tampoco.Y lo digo porque hay en tu narrativa otro protagonista que está más o menos en las mismas circunstancias que Daniel, y deja bien clara su postura. Me refiero al Isidoro, personaje de 'Viejas historias de Castilla la Vieja'. «Ya en el año cinco –cuenta él mismo–, al marchar a la ciudad para el Bachillerato...». La misma circunstancia que Daniel en 'El camino', ¿o no? Y hay más: Isidoro, al principio, se avergüenza de ser de pueblo, de que se le note el pueblo pintado en la cara. Pero luego, con el tiempo, llega a esta rotunda conclusión: «Empecé a darme cuenta de que ser de pueblo era una bendición de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero». ¿Es esta misma tu filosofía, o mejor, tu credo vital y literario?
Como tantas veces en nuestros ires y venires , Delibes calla y sonríe a medio sonreír.
Como cuando otro día le solté:
–Tus niños literarios, Miguel, sean de pueblo o de ciudad, ricos o pobres, son niños «gloriosos».
–¿Gloriosos? –vuelve a sonreír–. Si tú lo dices, que escribes para niños...
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