Valladolid
Las Descalzas Reales ponen fin a su vida conventual en la ciudadEl histórico convento situado frente al Hospital Clínico cuenta con un gran patrimonio artístico
Javier Burrieza
Domingo, 10 de agosto 2025, 08:35
La que era definida como una ciudad conventual y levítica, Valladolid, va perdiendo esta condición progresivamente. Tras el cierre de conventos como las Lauras, Santa ... Catalina, Corpus Christi o San Quirce, además de algunos otros en la provincia (carmelitas y clarisas de Medina de Rioseco, carmelitas de Tordesillas y Villagarcía, clarisas de Peñafiel, concepcionistas de Olmedo o dominicas de Medina del Campo), ahora llega ese desagradable turno para las Descalzas Reales, situadas en la avenida de Ramón y Cajal, frente al Palacio de los Vivero y el Hospital Clínico Universitario.
La comunidad ha sido hasta este momento de monjas clarisas, integradas dentro de la federación de estas hijas de San Francisco de Asís y de Santa Clara. Se despedirán este 12 de agosto con una eucaristía a las 9:30 horas en el templo.
Vivían en esta clausura una española (que ha ejercido funciones de gobierno como abadesa), dos mexicanas y una keniata, las cuales podrán repartirse por algunos de los conventos más próximos de su orden. La comunidad ha vivido un proceso progresivo de reducción, ni siquiera paliado por las vocaciones nacidas en otros continentes.
Vivían en esta clausura una española, que ha ejercido de abadesa, dos mexicanas y una keniata
Una primera consecuencia del cierre de un convento se encuentra en las vidas de las propias monjas: un importante desgarro para las que lo habitaban, a veces desde su noviciado, toma de hábito, ejercicio de vida contemplativa y con la intención de hacerlo eternamente, pues todavía mantienen sus cementerios.
Una segunda consecuencia es colectiva, propiamente histórica y patrimonial, para la orden religiosa, la Iglesia diocesana y el conjunto de la sociedad. Su propio nombre vinculaba a este convento con el proceso de reforma de las clarisas, que se inició en el tránsito de los siglos XV-XVI en Gandía, vinculado a la familia de los Borja y los Enríquez, extendida después a toda la península con el apoyo de la Monarquía o de familias como la propia del jesuita San Francisco de Borja, anterior duque de Gandía. De ahí, su consideración de Descalzas Reales.
Forzosamente las instituciones patrimoniales (Junta de Castilla y León), la federación de clarisas a la que pertenecía esta comunidad (propietarias del convento) y el propio Arzobispado de Valladolid tendrán que buscar una solución para la conservación de este edificio y de su patrimonio en el lugar para el cual fue realizado si no se quiere provocar un desastre y una descontextualización que en el siglo XXI no se podría entender.
La comunidad se despedirá de la ciudad este próximo 12 de agosto con una eucaristía a las 9:30 horas
Un patrimonio inmobiliario y mueble de gran calidad histórica y artística y un patrimonio documental que se supone importante por las instituciones que han propiciado la trayectoria de este convento de las Descalzas Reales en Valladolid, entre ellas la Monarquía de Felipe III como se manifiesta con los escudos de su propia fachada.
De Villalcázar a Valladolid
Siempre han existido traslados de conventos, pero nunca ha sido tan constante como ahora el cierre y desaparición de los mismos, ni siquiera en el caso femenino durante la exclaustración y desamortización que afectó a partir de 1835 a la práctica totalidad de los claustros masculinos.
La primitiva fundación de esta casa se produjo en 1550 en la localidad palentina de Villasirga (Villalcázar de Sirga), bajo la advocación de Nuestra Señora de la Piedad. Dos años después, los condes de Osorno favorecieron su traslado a Valladolid, con distintas ubicaciones y vicisitudes hasta la llegada de la Corte en 1601, con los monarcas convertidos en sus patronos. Y aunque murió la reina Margarita de Austria en 1611, su esposo Felipe III visitó las obras en 1615 e impulsó con mayores prisas su conclusión.
Su pertenencia al patronato regio se encontraba perfectamente dibujado. Las obligaciones mutuas se regularon en una nueva escritura, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción. Tanto Felipe III, como sus sucesores, establecieron que la corona tenía que financiar este convento con quinientos ducados anuales, dinero que servía para el sustento de las religiosas y sus criadas, los gastos de la iglesia, aunque siempre manteniendo la pobreza exigida en la Regla de Santa Clara.
El número de monjas que conformaban la comunidad era de 33, en recuerdo a la edad con la que murió Cristo. A ellas se unían seis o siete niñas que eran directamente designadas por el soberano y que entraban en el convento sin dote alguna. La misa conventual estaba destinada para rezar por el alma de la difunta reina Margarita, así como por los éxitos del gobierno del monarca.
El modelo se encontraba en otros claustros, especialmente de Madrid. Las donaciones y los trabajos de artistas de primera fila resaltan no solamente en la iglesia sino también en la clausura. El fervor real inicial se vinculó después con el tribunal y funcionarios de la Real Chancillería.
El patrimonio histórico y artístico de este convento es muy importante. Los Grandes Duques de Toscana –ella era hermana de la reina Margarita– enviaron a comienzos del siglo XVII importantes obras de arte con las cuales obsequiar a los monarcas españoles, para mejorar también las relaciones internacionales entre ambos.
La madre del gran duque Cosme II, Cristina de Lorena, encargó con precipitación y cortos plazos (en 1610), hasta treinta y dos pinturas a diecinueve artistas diferentes. Entre aquellos encargos, ya realizados, que salieron en el verano de 1611 del puerto de Livorno, abundaban las escenas de la Pasión. Respondían más bien a todo un programa iconográfico que los monarcas españoles decidieron ubicar en este convento de su protección. No llegaron al claustro en vida de la soberana, pues desembarcaron por Cartagena y pasaron por el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Precisamente, con la citada visita de Felipe III en 1615, fue cuando se colocaron en el convento todas estas obras. Como sucede con el de dominicas de Portacoeli en la calle Teresa Gil, ambos dos aglutinan una importante colección de pintura italiana. En Portacoeli, gracias a la protección de su patrono Rodrigo Calderón.
En las Descalzas Reales, por esta colección regalada a los reyes de España por los grandes duques de Toscana: un valioso catálogo de pintura florentina de principios del siglo XVII, a veces no de primeros autores pero única y digna de ser expuesta y cuidada en esta ciudad, tras la restauración que de los mismos realizó la Fundación de Patrimonio Histórico en dos fases con colaboraciones de las Cajas de Ahorros y la Fundación Reale. El gasto de conservación, restauración y difusión se acercó a los seiscientos mil euros.
Las Descalzas Reales se distinguen por algunos espacios impactantes. Antes de entrar en el coro alto del convento, como antecoro, encontramos una especial singularidad, el llamado 'reloj de la Pasión'. En cada una de sus paredes se detallan los diferentes momentos temporales por los que pasó Jesucristo en el último día de su vida terrenal, desde la tarde-noche del Jueves Santo hasta su depósito en el sepulcro, veinticuatro horas más tarde.
Virgen de la Piedad
Llama poderosamente la atención la presencia, dentro de una urna, de un conjunto escultórico de gran dramatismo: la Virgen de la Piedad. El coro es sorprendente. Su frontal, aquel que constituye un acceso cerrado a la iglesia conventual, es un enorme retablo relicario a modo de tríptico.
Las otras tres paredes están recorridas por una sillería de nogal. En una de sus esquinas contemplamos un sorprendente escaparate teatral de la Oración del Huerto. Tampoco debemos olvidar un pequeño Niño de Pasión que, montado en un borrico, servía para realizar la procesión claustral del Domingo de Ramos.
El claustro es de una gran austeridad. En distintos rincones se abren las capillas plagadas de imágenes de desigual calidad, donde sobreabundan las Vírgenes Dolorosas de vestir, los Niños de Pasión, meditando mientras se apoyaban sobre el árbol de la vida y del pecado.
Antes de entrar a la iglesia conventual no podemos dejar de admirar la sala 'De Profundis' y el refectorio. En el testero de este último hay una magnífica pintura de la Sagrada Cena de Jacopo Chimenti, con una curiosa manipulación pictórica para adaptar el dogma de la presencia real de la Eucaristía a la liturgia tridentina. Era la pintura habitual para escenificar el tiempo de comer de las monjas bajo la lectura de meditación.
El templo, abierto hasta ahora en la Eucaristía de cada mañana, sorprende por su gran retablo pictórico, dedicado a la Virgen María, rematado por un Calvario de Gregorio Fernández y por los santos franciscanos. Es un retablo propio de la Corte en el que predominaba la pintura sobre la escultura, realizada por más artistas de la Toscana y adaptado para su ubicación por el pintor real Santiago Morán.
En un lateral de la iglesia, encontramos un importante Crucificado de Francisco del Rincón, el escultor que introdujo al mencionado Fernández en Valladolid, monumental y corpulento, de principios del siglo XVII.
No olvidemos una última joya del convento. Tras los Grecos que existieron en Valladolid, por ejemplo en el Colegio de Ingleses o en la Catedral, en las Descalzas Reales encontramos el único que permanece hasta ahora de este artista cretense, Domenico Greco, el cual fue dado a conocer en 1966 por el entonces director del Museo, Federico Wattenberg.
Ha sido fechado en la primera época de su estancia en España, con esa mirada inquietante de espiritualidad intangible, propias del pintor cretense. Sin duda, el destino de las Descalzas Reales de Valladolid es una asignatura que el acuerdo de distintas instituciones obliga a aprobar con sobresaliente.
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