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CARLOS ÁLVARO
Domingo, 23 de octubre 2011, 03:39
M aría Rosa Suárez Zuloaga, la única nieta del pintor Ignacio Zuloaga, acaba de llegar a Pedraza de la Sierra y tomar posesión de lo que es suyo, el castillo que su abuelo adquiriera mediada la década de 1920. Una sentencia sobre el patrimonio familiar de los Suárez Zuloaga ha dividido en tres partes las propiedades y la colección del recordado artista y a María Rosa le ha correspondido el castillo, donde estos días ultima la instalación del nuevo museo Ignacio Zuloaga de Pedraza, que reabrirá el próximo viernes, 28 de octubre. La nieta de Zuloaga deja así la casa de Zumaia (Guipúzcoa) y el museo que ha dirigido desde que enviudó, cuando tan solo tenía 36 años de edad. Una vida entera dedicada al mecenazgo artístico y a la difusión de la memoria y el legado de su abuelo Ignacio que ahora tendrá su continuidad en Castilla, lejos del paisaje verde del País Vasco.
María Rosa nos abre las puertas de la fortaleza de par en par. Me acompaña Mariano Gómez de Caso, escritor e investigador segoviano, uno de los mejores conocedores de la obra del pintor. «Me quedé viuda muy joven -explica la nieta del artista- y por circunstancias familiares me dediqué a la colección, a fomentar el museo, a organizar veladas, a favorecer y apoyar la trayectoria artística de los jóvenes creadores, a ayudar a los investigadores... A continuar, al fin y al cabo, el espíritu de mi abuelo, que era un hombre abierto a todo el mundo». Esto es lo que quiere hacer María Rosa a partir de ahora en el castillo de Pedraza, que dará cabida a la parte de la colección Zuloaga de su propiedad: «Mi hermano Ramón, el mayor, se queda con la casa de Zumaia; Rafael, el pequeño, adquiere la propiedad del museo y la ermita de Zumaia, y yo me vengo a esta joya castellana que mi abuelo tanto amó. Tengo una labor apasionante por delante. Mis hijos están encantados. Quiero convertir este lugar en toda una referencia cultural».
Pedraza tendrá, pues, el privilegio de acoger una buena parte de la colección de Ignacio Zuloaga, no solo pictórica -como hasta ahora- sino también de los objetos, muebles y antigüedades que el artista adquirió en vida. En el castillo estarán, por ejemplo, los retratos que Zuloaga pintó a sus amigos Manuel de Falla y Juan Belmonte, o la obra 'La familia', magnífica, que estuvo expuesta en Nueva York, o lienzos de temática segoviana, como 'El Alcázar de Segovia', dos versiones del patio de la posada de Vizcaínos y alguna que otra del Azoguejo.
Ignacio Zuloaga (1870-1945) amó profundamente Castilla y la tierra de Segovia. Aquí llegó a finales del verano de 1898, animado por su tío Daniel Zuloaga Boneta, el ceramista, y después de haber vivido en Roma, París y Sevilla. Cautivado por su decadente belleza, en Segovia decidió trabajar, aprovechando las temporadas otoñales. Así lo hizo hasta 1914, año en que abrió la casa de Zumaia. Señala Lafuente Ferrari que en Segovia nació la primera pintura de Ignacio capaz de procurarle un éxito internacional. Aquí encontró el equilibrio, un reposo propicio para la creación alejado del mundanal ruido del París de modernistas y bohemios. Uno de los primeros cuadros que pintó en Segovia fue 'El alcalde de Riomoros y su mujer', hoy en el museo de Amberes.
El vasco interpretó como nadie la atmósfera de la Castilla de principios del XX, llena de tipos ataviados con vestimentas tradicionales, aldeanos de ancho sombrero y pardas capas y casas desvencijadas y panzudas.
«Quiero a Segovia»
Sin duda, el principal apoyo que el joven Zuloaga encontró en Segovia fue José Rodao. El periodista, entonces redactor del 'Diario de Avisos', lo defendió a capa y espada, incluso frente a aquellos que durante años azuzaron la llamada 'cuestión Zuloaga' a raíz de las pasiones encontradas que la obra del pintor suscitó, pues mientras Ignacio triunfaba en los salones de París y sus cuadros cruzaban con éxito el Atlántico, en España se le tachaba de divulgar una imagen del país poco real o denigratoria; precisamente a él, que se sentía español «hasta el tuétano».
A Rodao le confesó Zuloaga sus impresiones más íntimas, su personalísima visión del arte y de la tierra segoviana que tanto adoró: «Yo creo, amigo Rodao, que Segovia debiera pintarse con una paleta de granito, con pinceles de hierro forjado, en lienzo de refajo y con negro y amarillo. Ese es mi sueño. ¿Lo realizaré? No lo sé, pero lo que sí sé es que dedicaré toda mi vida y mis trabajos pictóricos a procurar que mis cuadros den esa sensación; pues quiero a Segovia como si fuera segoviano».
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