El chico del fondo
Fue un crío callado y deportista que estudió para cocinero y al que la presión estuvo a punto de retirar del ciclismoRepaso a la vida de Juanjo Cobo, el niño de Cabezón de la Sal que se ha convertido en el primer cántabro que entra en el palmarés de la Vuelta
LUCÍA ALCOLEA
Jueves, 15 de septiembre 2011, 14:19
En la función de Navidad del Colegio Sagrado Corazón, el pequeño Juanjo nunca fue San José. «Lo suyo era más el papel de pastor. En segunda fila. Participar y colaborar con todos, pero pasando inadvertido». La Pesa, en Cabezón, es desde hace días una facultad de biografías. «¿Y cómo es?», les preguntan a vecinos, primos, amigos, profesores y hasta al dueño del bar 'Sol'. Juan José Cobo Acebo (Torrelavega, 11 de febrero de 1981) es un tipo tranquilo, un héroe de andar por casa. Noble. Sin ruido. Un amante de la cara B, esa que a veces escondía las mejores canciones, aunque no se hubiera apostado por ellas.
Angliru. Año uno de la era Cobo. La cima de un infierno cuesta arriba le ha sacado de la calma en la que el chico se ha movido más a gusto. Porque al ganador de la Vuelta lo que más le agrada es estar en su casa. Ver la tele sentado en el sofá de cuero marrón con manta de siesta del salón de un hogar de La Pesa. Tomar unas cañas con Capi y Yeyo en el 'Sol' o en el 'Búcaro'. Sentarse a la mesa sin pensar en hidratos o calorías. Salir un rato en la fiesta de La Montaña. Jugar con Hugo, su ahijado, el hijo de su hermana Raquel. «Las cosas normales de la vida y las chavalas que están buenas, como a todo el mundo», dice Dieguito. Es uno de los amigos de Juanjo. Vive en Tenerife, pero cogió un avión para ver a su vecino en El Angliru. «Esto es mejor que San Fermín».
A pocos metros prefieren algo más de paz. Maribel y 'Pepito' son un foco de atención. Ellos son los más autorizados para dibujar el perfil y escribir la historia de Juanjo. Los padres de Cobo. Pero antes de repasar la vida de su hijo mayor, Maribel dice que se publican cosas que no le gustan. Cobo reconoció que hace pocos meses estuvo a punto de dejar la bicicleta, habló de su debilidad mental, de sus bajones... La madre no lo niega, pero se resiste a que eso sea el eje de todas las descripciones de su chaval. Y esa sensación está por cada esquina del pueblo. Reservado, sí. Se come el coco, también. Pero ya está.
«Nunca tuve un problema con él», se arranca Maribel sentada en un sofá de jardín junto a la puerta de la casa con uno de sus nietos llamando al «güelo», al abuelo, todo el tiempo. El Cobo niño fue un deportista precoz sin grandes travesuras en su paso por la infancia. Tienen que ser otros los que cuenten las pequeñas escaramuzas de un crío callado y sin maldad. Y son muy pocas. «Era graciosísimo», interrumpe con buena intención una vecina. «Se llevaba sólo tres o cuatro meses con mi hija, Vanessa. Y se quedaba ahí, en la verja hasta que la veía. Salía corriendo con los mocos colgando, las manos atrás, le pegaba un tortazo y se volvía corriendo a casa. Pero malo no era, que va. Para nada». Era un niño formal. Como ahora. «Es muy tranquilo. El teléfono lo odia, lo escucha y no lo coge», prosiguen sus padres.
Voley y surf
«Antes de los tres años ya sabían todos montar en bici», cuenta el padre con la fotografía delante de las primeras dos ruedas de Juanjo. Pero el pedal se mezcló con muchas aficiones. «Jugaba muy bien al voley y le llamaron para ir a una concentración en Guadalajara, pero era tan joven que no le dejamos ir». También el fútbol, como portero, el surf y el atletismo, la debilidad de 'Pepito'. Y es que Cobo padre es el presidente del Club de Atletismo Villa de Cabezón y a la hora de enseñar los 1.400 trofeos de sus chavales en el garaje no deja pasar la ocasión de recordar su marca de 2.55 en maratón, sus participaciones en los 100 kilómetros de ultrafondo y hasta el honor de haber portado la antorcha olímpica a su paso por el pueblo. Por eso, al repasar -trofeo en mano- el palmarés de Juanjo, el padre incluye con la misma importancia los éxitos atléticos de Raquel (campeona regional y subcampeona de España).
De los recortes de prensa se ocupa Maribel. «Juanjo no se preocupa de nada». Ella es su confesora. «Es que es muy callado. No es parlanchín, pero con ella sí que habla», dice 'Pepito'. «Tiene días. A veces hay que sacarle las palabras y otras no calla».
Y otra vez ejemplos del carácter casero. «No se ha ido de vacaciones nunca. Cuando tiene libre, está en casa o por el barrio. Una vez se vino hasta de México unos días aunque tenía que estar allí otra vez la semana siguiente». Juanjo disfruta en el salón. Es el único que aún vive con los padres. Se ha comprado una casa, pero no se va de la de siempre. «Aquí está como un marqués». «¿Y no le casa? Ahora tendrá a todas las chavalas como locas», le dice el periodista. «Calla, que si se casa ahora igual es mal asunto. A ver si van a ir por él porque es famoso», bromea Maribel.
Un niño bueno. Nada que ver con el demonio que agarra un tridente que lleva tatuado en el pecho o con «otro bicho, no sé», que también se grabó en la pierna. Y no es pasión de mamá. Dorita Zamanillo fue su profesora en el Sagrado Corazón durante tres años (Cobo estuvo allí desde 1984 hasta el 30 de junio de 1995, en que tenía 14 años. «Le gustaba mucho pasar desapercibido». Habla de un niño con un carácter «afable», sentado en un lateral del aula y «muy buen compañero». «Escuchaba, seguía la clase, no incordiaba nunca y no tenía ningún problema con nadie -apunta-. Es más, era un crío conciliador hasta en los recreos, donde se volvía loco, haciendo deporte y participando en todo. Subía a clase 'desfogao'». En las notas, ni brillaba ni todo lo contrario. Dorita no se atreve a decirlo, pero 'Pepito' sí: «Lo sacaba, pero sin más. Era listo, pero vaguete. Hacía lo justo». A la 'profe' se le cayeron las lágrimas cuando le vio en el Angliru.
Después del cole, su vida académica se completó en el Instituto Foramontanos, en clases de inglés y en la Escuela de Hostelería de Peñacastillo, en Santander. Sí, cocinero. Sin antecedentes y sin que en su casa le hayan visto pasar por los fogones nunca. «No sé por qué le dio». Estudió tres años y estaba convencido. Pero unos meses de prácticas y trabajo le quitaron las ganas. La cocina de un hotel de Santoña y desescamar pescado le devolvieron a la bici. De cabeza.
En esos años, los de antes, siempre anduvo cerca Álvaro Capiruchipi. 'Capi' forma trío con Cobo y Yeyo (Aurelio Corral). Hay más, pero ellos son el núcleo duro. Los de la caña cuando hay que hablar de algo, aunque Juanjo se calle muchas veces lo suyo. «Es introvertido con la gente que no conoce, pero cuando tiene confianza, habla de todo. Él se guarda sus cosas y eso explica lo que dicen de la presión. Hace bola. No lo saca y se agobia», explica su amigo».
Él habla de un Cobo amante de la buena mesa cuando puede. Como aquella escapada a Segovia en época de estudiantes. 'Capi' estaba entre Burgos y la ciudad del acueducto. Yeyo, en León. Y Cobo fue a verlos en un fin de semana que tuvo libre. «Pues lo normal. Comer cochinillo, unos vinos y salir a tomar unas copas...». Batallitas. Pero sus amigos insisten en que sólo cuando la temporada se lo permite. Nada de indisciplina.
Y es que la vida personal está pegada como un maillot a la deportiva. El Cobo ciclista, el de antes del año I (día del Angliru), es como ese Guadiana que aparece y desaparece. Los primeros colores que lució subido a una bici, cuando aún compaginaba sus victorias en Escuelas con paradas bajo la portería o tablas de surf en San Vicente. «Ya se veía era capaz de hacer cosas que no son fáciles. Hacía cosas increíbles, aunque luego desaparecía», recuerda Herminio Díaz Zabala.