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Aznar

En el PP hay un sector que le adora y le añora, eso seguro. Pero hay otro que mira hacia la ventana cuando le ve aparecer por la puerta

F. L. CHIVITE

Sábado, 30 de abril 2011, 03:12

Empezaré confesando que no estoy seguro de ser capaz de escribir la columna que me gustaría. Aznar parece una persona compleja. E imagino que es difícil conocerle a fondo. Quizá lo sea incluso para él mismo. Sin embargo, su personaje se nos revela cada vez más nítido y perfilado. Cuando hablo del personaje me refiero, naturalmente, a esa elaboración más o menos acartonada que todos los hombres públicos muestran ante las cámaras y que, a la postre, puede acabar adueñándose del control, ya me entienden. Aznar resulta misterioso. No sé si se trata de algo deliberado. Es posible que no. Pero como personaje es fascinante: inaccesible, solemne, lapidario. Envuelto en esa especie de soledad de quienes infunden a la vez recelo y reverencia. Da la impresión de que tiene una alta consideración de sí mismo. Y de que hasta le complace que le teman un poco. Que le miren como de abajo arriba. A pesar de su estatura.

Tengo la teoría, quizá demasiado literaria, de que a los hombres de baja estatura que alcanzan el poder les gusta parecer elevados. Una vez conocí a uno de esos, al que yo le pasaba más de diez centímetros, y me maravilló su habilidad para conseguir, pese a todo, mirarme como desde arriba. Pero, por otro lado, Aznar da también la impresión de que aún no está del todo satisfecho. Alcanzó la presidencia con 43 años. Y en seguida se hizo amigo de Bush. La gente que llega pronto a lo máximo parece luego algo desorientada. Como si hubieran escapado a la ley de la gravedad, o algo así, y ya no sintieran el suelo bajo los pies. Supongo que en eso debe consistir el éxito: en salirse. En perder el contacto con la realidad, en el fondo tan vulgar. Tal vez por esa razón, sus declaraciones nos sorprenden tanto. Porque ya no se atienen a ninguna disciplina. Las recibimos como recibiríamos el impacto de un meteorito que cayera de pronto ante nuestras narices. A veces, parece hallar una oscura fruición en burlarse, con un cinismo más bien hermético, de las normas y las leyes. O en soltar declaraciones de una sonoridad epatante que no se sabe muy bien a quién pueden beneficiar y cuya intencionalidad resulta muy sospechosa. Otras veces, da la impresión de que se siente como el único o, en todo caso, el más tieso y convencido portador de la antorcha del 'Tea Party'. Entonces adopta una actitud de fiero y fiel guardián de las esencias. Pero también tiene algo de malo de película cómica. Una cierta imagen de 'petit napoleón' de dibujos animados que al principio mete miedo, pero luego da risa.

En el PP hay un sector que le adora y le añora, eso seguro. Pero hay otro, sin duda, que mira hacia la ventana con desgana cuando le ve aparecer por la puerta. ¿Qué quiere ahora? No lo sé. Lo que más me llama la atención es que tiende a reír solo. Un síntoma, cuando menos, inquietante.

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