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Un camión pasa junto a varios vecinos delante de una vivienda de Chañe. Antonio Tanarro

Segovia

«¿Tiene que morir alguien para que se ponga solución a esto?»

Los vecinos que ven pasar cada día camiones por sus casas en Chañe piden desviar el tráfico y que la colisión de un bus contra una fachada valga como aviso

Martes, 12 de agosto 2025, 09:30

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Fuencis y Sara Pedriza, dos hermanas de 73 y 77 años, respectivamente, pasaban un viernes anodino sentadas en el salón de la primera en Chañe cuando a eso de las cinco y algo de la tarde un autobús golpeó marcha atrás contra su fachada. «No me dio tiempo a mirar ni nada. Empezaron a caer los cascotes y eché a correr», resume la primera, sentada bajo la ventana sobre la que Sara vio venir el peligro. «Fueron décimas de segundo, pero se te mete dentro, todavía lo tengo aquí, mi cabeza es una noria, lo veo cada vez que cierro los ojos, es horroroso». No es un hecho aislado, sino el reflejo del trasiego de vehículos pesados por unas calles que los conductores han convertido en una raqueta para salvar el cruce de caminos que es el pueblo, cada vez más exigido por las empresas frutícolas del Carracillo. Con esa banda sonora de motores conviven los vecinos, pero aquello fue algo más. «Fue una explosión. ¡Plas! Como si se cayera la casa». Y ahora, tras saber que eso puede pasar, cualquiera concilia el sueño. Lo cuenta Fuencis, que se levantó a las dos y media del lunes cuando escuchó un camión, por si acaso, y ya vio amanecer. «Ahora tengo la obsesión de que van a volver a dar en cualquier momento. Nos podía haber matado, yo ahora lo veo muy cerca».

Chañe es un paso obligado para un sinfín de vehículos, fundamentalmente agrícolas, procedentes de lugares vecinos como Vallelado, Íscar, Gomezserracín, Fresneda de Cuéllar, Campo de Cuéllar o Arroyo de Cuéllar. El cruce entre carreteras es muy estrecho para vehículos grandes, que encuentran un alivio relativo girando por la calle Extramuros, en forma de 'c', pero la operación no es sencilla porque hay viviendas. La cosa parece viable cuando el firme está libre, pero no es raro que coincidan dos o tres camiones en esa intersección y ya toque rozar el límite con las maniobras. Unos impactos que llevaron al derribo a una casa levantada a principios del siglo XX. «¿Tiene que morir alguien para que se ponga solución a esto?», lamenta Patricia Herranz, hija de Fuencis. «¿Luego va a venir todo el pueblo al entierro?»

Las dos hermanas salieron el viernes escopetadas a por el conductor de aquel autobús que trasladaba a temporeros que trabajan en la zona. Le encontraron con las manos en el volante, decidido a reemprender la marcha. «Baja ahora mismo. La que nos has preparado, que nos podías haber matado. Porque estábamos aquí; si no, se va y no sabíamos quién lo ha hecho». El propietario de la empresa discutió ayer con los vecinos por denunciar el incidente ante el seguro mientras relataban la historia a El Norte. Tras su paso, el tránsito de camiones, unos 200 al día, se interrumpió unos minutos. «Vais a tener que venir todos los días, así se está en la gloria», ironizaban los afectados, seguros de que habían mediado llamadas para evitar una foto que, a la postre, se produjo. El alféizar donde impactó el autobús es un lugar donde la familia suele acurrucar a un bebé de 14 meses, el nieto de Fuencis.

Tras el susto, los servicios sanitarios tomaron la tensión a las dos hermanas. Con el visto bueno de los bomberos, Fuencis se quedó en casa para la primera noche toledana. El tránsito generalmente se interrumpe entre la medianoche y las cuatro, pero en ese momento empieza la banda sonora. «¿Sabes lo que me da mucha rabia? La ansiedad que crea. Mi madre oye la marcha atrás del tráiler y ya está alterada. Después de lo que ha pasado, es oír un motor y el corazón se pone a mil por hora», subraya Camilo Botrán, pendiente de que le arreglen el canelón tras llevarse un camión la arista de su tejado hace dos semanas. Este concejal desde hace dos años no esconde «la tensión vecinal» que la situación acarrea y el problema que supone para los camioneros, con los que habla: «Nosotros lo pasamos fatal cada vez que tenemos que hacer esto». Hay un vecino que sale de casa cuando atisba dificultades. «El pobre intenta controlar el tráfico sin cobrar nada, para que no le tiren la casa, defendiendo el cortijo. Y algún día le van a arrear». Hay quien compara Chañe, al oeste de la provincia de Segovia, con la mafia de Calabria por el silencio de los vecinos: «Es gente muy mayor y tienen miedo a las represalias», concluyen.

Plataforma

Los afectados, que han creado una plataforma bautizada como 'No más tráfico industrial en Chañe', dibujan en Google Maps un camino circular que serviría como alternativa. Aunque asumen que el Ayuntamiento no podría costear por sí mismo la infraestructura, piden que la reivindique ante la Diputación de Segovia o la Junta. «Chañe no está preparado para todo lo que ha crecido». Y citan ejemplos cercanos como Sanchonuño. El pueblo tiene unos 750 habitantes, pero recibe más de un millar de trabajadores en las épocas altas de la recogida de fresa. «No solo las empresas de Chañe, sino de toda la zona. Este es el punto caliente de toda la comarca», apuntan. Un tránsito que no solo incluye a dos de las empresas más punteras de Europa en el sector, sino camiones de pienso, madera o cisternas con mercancías peligrosas. «Lo que más me molesta es el camión de los animales muertos, es un dolor que no se puede soportar», señala Fuencis.

«Muchos dicen que esto es así, qué le vamos a hacer. Y no, esto es intolerable. Si vivieras donde vivo yo, en tensión todo el día, sin dormir... Que el otro día pudieron matar a mi mujer. A los que viven en la otra punta del pueblo, les importa tres narices», subraya José Herranz, el marido de Fuencis, que seguirá allí, aunque sea en vela. «Nosotros no somos el problema. Menuda rotonda más buena que iban a preparar, se lo regalaríamos. Yo no me planteo irme de mi casa ni loca. Eso sí, lo mismo un día me desechan».

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