Manuel Oliva: «En el Camino se llora»
El sevillano reparte su vida entre su trabajo en Airbus y la ruta jacobea, a la que lleva 20 años vinculado como peregrino y hospitalero voluntario
josé antonio guerrero
Jueves, 25 de julio 2019, 09:26
Cabe pensar que a un sevillano del sevillanísimo barrio de Triana le tire más la Feria, la Semana Santa o El Rocío que el Camino ... de Santiago. Y Manuel Oliva admite que lo suyo no es muy normal. Su pasión es la ruta jacobea, que descubrió por primera vez con 40 años (ahora tiene 58) y de la que ya nunca se ha separado. La ha recorrido infinidad de veces como peregrino, pero también se ha volcado en ella como hospitalero.
-Un trianero más enamorado del Camino que de la Semana Santa...
-Sí, soy un sevillano un tanto atípico. No me gusta la Feria, no voy a la Semana Santa. Procuro evitar las masificaciones del Rocío...
-¿Cuándo se cruzó con el Camino de Santiago?
-A finales de los 90 me encontré con un antiguo compañero de escuela y me contó que había hecho el Camino. Había escuchado cosas en la tele, pero nunca había hablado con alguien que lo hubiera hecho y empecé a pensar en ello hasta que me animé en 2001. Lo empecé el 1 de septiembre y el 11-S me cogió en La Rioja. Tenía 40 años.
-Vamos, que ya no era una chaval...
-Ahora en verano baja la edad, pero el 90% de los peregrinos son de prejubilados hacia arriba.
-Dicen que el Camino se diferencia de otras rutas porque tiene alma, magia.
-Sí, yo la he sentido. Y por eso me enganché. Es mágico. Y especialmente el Camino francés, que es el gran camino de Santiago, el que atrajo a la cristiandad de toda Europa hacia Compostela. Transmite vibraciones, te entra en la sangre y, cuando lo terminas, ya estás pensando en volver.
-Y esa sucesión de pasos es...
-... un camino al interior de uno mismo. Una experiencia irrepetible e intransferible. Puedes ir con tu pareja por los mismos lugares y lo vives de forma distinta. Yo lo he hecho con mi mujer y los dos lo hemos hecho también solos. Y me gusta más caminar en soledad porque te permite hablarte a ti mismo e incluso pelearte contigo mismo.
-Aquel primero de septiembre de 2001 agarró la mochila, subió hasta Roncesvalles y compartió dormitorio con 15 desconocidos. Algo de respeto dará eso...
-Ese día la sensación es más como de miedo. Miedo en el sentido de no saber si te vas a adaptar, miedo a no saber si tus ilusiones y sueños se van a hacer realidad, miedo a que te salga una ampolla y no puedas caminar, miedo a que no puedas dormir esa noche, pero esos miedos se van pasando, se van modulando. Vas aprendiendo a hacer tu camino, a llevar tu ritmo, a cuidar tus pies...
Personal
-
Sevillano de Triana. Manuel Oliva tiene 58 años, vive en Triana, es metalúrgico de profesión y trabaja como responsable de una cadena de montaje para Airbus. Está casado y tiene un hijo de 39 años.
-
Trayectoria. Ha recorrido varias veces el Camino de Santiago en casi todas sus rutas: el francés, el aragonés, la Vía de la Plata, el Camino de Madrid, la prolongación de Finisterre... y ha sido hospitalero voluntario en decenas de pueblos.
-
Amigo del Camino. Es vicepresidente de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Sevilla y colabora dando cursos a los hospitaleros.
-¿El primer Camino es el que marca?
-Sí. Siempre digo que he hecho un Camino de Santiago, el primero.
-Sigue vinculado al Camino como hospitalero voluntario, ¿cómo fue eso?
-De aquel primer camino de 2001, cuando pasamos por Navarrete, a las afueras de Logroño, encontramos a una hospitalera voluntaria. Nos dijo: «Hoy abrimos el albergue con los donativos que ayer dejaron los peregrinos; con lo que tú dejes hoy, abriremos mañana». Escuché esa frase y me dije: ¡olé! Esto no es un producto turístico que compras en El Corte Inglés, esto es otra cosa. Recuerdo que era una chica de Bilbao que dedicaba parte de sus vacaciones a atender a los peregrinos. Y estaba feliz de la vida. Empiezas a percibir ese ambiente de solidaridad, de compartir, de tolerancia..., y eso me enganchó.
«Una gran oreja»
-Como hospitalero, ¿ha escuchado más alegrías que penas?
-Sí, afortunadamente. Tristezas algunas, pero, más que tristezas, son cosas contadas con emoción, como la pérdida de alguien querido. También ves que cada peregrino tiene sus propias motivaciones: sociales, culturales, deportivas, fotográficas, religiosas... Todas son buenas.
-¿El Camino le hace a uno mejor?
-Sí, aunque después, en el día a día de vuelta a casa, se hace difícil eso de compartirlo todo.
-¿Qué vivencia le marcó como hospitalero?
-Recuerdo a una chica catalana en el albergue de Ponferrada donde mi mujer, Lourdes, y yo estábamos de hospitaleros voluntarios. Esta chica llegó irascible, estaba como muy cabreada, todo le parecía mal, no quería hablar con nadie, decía que no sabía qué hacía allí. Y Lourdes se la quedó mirando y le dijo: «Yo sé lo que te pasa, tú lo que necesitas es un abrazo», y la abrazó. Y esa chica empezó a llorar y se tiró 40 minutos llorando. Creo que, a partir de ese día, su camino fue diferente.
-Un consejo para ser hospitalero.
-Ser una gran oreja. Escuchar mucho y dejar que el protagonismo lo tenga el peregrino.
-¿Del Camino hay que venir llorado?
-No es que haya que venir, es que todo el mundo viene llorado. En la Plaza del Obradoiro, cuando terminas tu peregrinacion, afloran los sentimientos y fluyen las lágrimas.
-Perdón por la osadía, ¿lo del polvo del camino es metafórico?
-Jajajaja. En mi caso, metafórico absoluto. Aunque conozco mucha gente que se ha conocido en el Camino y han acabado de pareja.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión