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Las manolas o hermanas de devoción forman parte de la tradición que envuelve la Semana Santa en Valladolid. Ataviadas con atuendo negro, mantilla, peineta y ... otros accesorios, como rosario, misal o guantes, desfilan como herederas de las Camareras de la Virgen, que se encargaban de preparar los pasos antiguamente. Su vestimenta es muy rigurosa y representan la tradición y la importancia de la mujer en la sociedad. Ana Isabel Jorge y María Gómez, ambas manolas de la Cofradía de la Exaltación de la Santa Cruz y Nuestra Señora de los Dolores, llevan procesionando con mantilla y peineta 35 y 20 años respectivamente y muestran cómo es el proceso de convertirse en manola para la Semana Santa vallisoletana.
Ana Isabel Jorge se puso su peineta y mantilla por primera vez hace más de tres décadas por herencia familiar. «Mis padres pertenecían a la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias y me vino heredado de familia. En mi caso nunca me he vestido de cofrade, soy incapaz. He sido y siempre seré manola, para mi es un sentimiento muy personal y soy de las que van en la procesión muy seria», explica.
Por su parte, María Gómez, quien también entró a la Cofradía de la Exaltación de la Santa Cruz y Nuestra Señora de los Dolores por herencia familiar, apunta que «ser manola es algo que he vivido desde pequeña, mi madre, mi abuela y mi bisabuela también lo son o lo fueron y lo tengo muy arraigado. Para mí está muy unido a una tradición y es una manera de conectar con un lado mas místico y con ciertos aspectos que igual durante todo el año no tienes tan presentes».
Vestirse de manola o hermana de devoción es un ritual que requiere de precisión, paciencia y conocimientos. «Lo primero es ir de negro. Sin nada que llame excesivamente la atención o escotes muy pronunciados. Siempre con traje de chaqueta y falda», explica Ana Isabel Jorge en la sede de la cofradía. «Una de las normas más importantes a la hora de vestirse de negro es que la falda debe estar siempre por debajo de las rodillas y las medias tiene que ser negras o de cristal, nunca tupidas», puntualiza María Gómez.
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El momento más especial del ritual es el de la colocación de la mantilla y la peineta. «Lo primero es recogerse todo el pelo con un moño. No ha de ser ni muy alto ni muy bajo, a mitad de cabeza es perfecto», explican. «Una vez hecho el moño la peineta se coloca recta y se sujeta con horquillas para después colocar la mantilla por encima y ajustarla con más horquillas. Por ultimo se coloca un broche en la parte de atrás que recoge la mantilla para que caiga en pico hasta mitad de las piernas normalmente», puntualizan las manolas.
El momento de salir en procesión es un momento austero y que cada una de ellas vive de una manera muy única, especial y particular. «En mi caso voy muy callada, muy seria, muy para adentro. Normalmente pienso en mí, rezo o recuerdo algún familiar fallecido ese año. No voy pendiente de quien me está viendo o no», argumenta Ana Isabel Gómez. María Gómez expresa un sentimiento similar: «Es un momento de interiorizar, de dar gracias, de pedir perdón y de rezar. Es algo místico y religioso».
El viento es su gran adversario en la Semana Santa de Valladolid. «Hay que reconocer que la peineta y la mantilla no son cómodas de llevar porque normalmente se mueven y si no las colocas bien molesta pero, si a eso le sumas el viento, se convierte en una especie de penitencia», señala María Gómez.
Vestirse de manola requiere de tiempo y conocimiento pero también de cierto desembolso económico «aunque hay opciones para todos los bolsillos y gustos». A rasgos generales una manola invierte entre 800 y 1.000 euros en la totalidad de la vestimenta. «El traje de chaqueta y la falda suelen ser económicos porque practicante en cualquier tienda puedes encontrarlo», explica Ana Isabel Jorge. El presupuesto comienza a incrementarse debido a las peinetas y, sobre todo, a las mantillas.
«Las peinetas suelen rondar los 50 o 100 euros, dependiendo de cómo la quieras, si más alta o más baja, más ancha o más estrecha, de un color o de otro», explica María Gómez, quien enseña su colección de peinetas, algunas heredadas de su abuela. «Las mantillas si que son lo más caro. Es cierto que las hay asequibles por 200 o 300 euros pero, si quieres algo de calidad o un poco más especial, el precio se incrementa», apunta.
De normal las mantillas se suelen heredar o comprar en momentos especiales. «Yo tengo una que no me pongo por miedo a que se estropee que tiene 250 años. Es de mi bisabuela, la tuvo mi abuela, después mi madre y ahora yo. Es de encaje negro precioso y es una reliquia familiar que tiene un valor incalculable», explica María Gómez. Sin embargo, Ana Isabel Jorge describe que la mantilla que luce «es hecha a mano por mi porque no me puedo permitir gastarme 200 o 300 euros en una mantilla de encaje o de bolillos».
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