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«Día de silencio y contemplación». Esta es la actualidad católica del Sábado Santo con la muerte de Jesucristo en la Cruz mimetizándose con los acontecimientos que sucedieron en la capital vallisoletana hace diez meses: el colapso de la cúpula de la Iglesia de la Vera Cruz, que también fueron «días de silencio y contemplación. De preocupación y desvelos». Y este tiempo después, con unos trabajos discretos y diligentes, el templo penitencial cerró su óculo para que pudiera volver la Madre de la Vera Cruz. Y el Ecce-Homo, el Atado a la Columna, Cristo del Humilladero, El Descendimiento…
Un tiempo, muchas horas, hasta esta jornada de sábado mariano en que el arquitecto de la obra, Fernando Bonrostro Palacios, volvió al templo para realizar el Ofrecimiento de los Dolores de Valladolid a la Santísima Virgen. Una proclama este año convertida en reconstrucción de la realidad que nos rodea enmarcada en el restablecimiento de este emblemático inmueble, que cuida la Cofradía de la Santa Vera Cruz y que abrazan todos los vallisoletanos, que al tiempo son recibidos con ese gesto de acogida, de brazos abiertos, de la Dolorosa.
Bonrostro habló de las 54 guerras que actualmente están reconocidas en el mundo, de los desastres naturales, «que son situaciones también cada vez más asumidas en nuestros tiempos»… Pero también llamó a todas las casas de los escuchantes para ofrecer el dolor a la Virgen de la Vera Cruz pidiendo esperanza, ayuda y protección con las enfermedades, por la atención a los ancianos «cada vez más numerosos y apartados, a quienes los acompañan, profesionales y familiares, el dolor por la incomprensión de los demás, por la pérdida de seres queridos, de los que nos rodean, de las dificultades económicas y los desafíos personales».
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También pidió abrigo para los inmigrantes, por todos aquellos que se convierten en nuestros vecinos saliendo de sus países de origen con motivo de algún conflicto armado o por pura supervivencia buscando un futuro mejor y más digno. A todos abrió las puertas de la ciudad y de esta penitencial. Porque este arquitecto realizó una proclama técnica que abrió a la luz las ocho ventanas de la linterna de la cúpula.
A la luz de la esperanza y de un futuro mejor teniendo presentes «los dolores que forman parte inseparable de la vida», como recordó el colegiado, en una convocatoria con más de seis décadas de existencia y, por tanto, con muchos años delineando los dolores de la ciudad castellana con días mejores y días peores pero que siempre mira a la Madre y al Sagrario.
De la misma manera y a los mismos símbolos donde se reflejó el sol cuando sus rayos entraron repentinamente por la cúpula colapsada, como recordó Bonrostro, tras describir aquellos momentos del 25 de junio de 2024, dando gracias en primer lugar porque no hubiera daños personales: «Entraba iluminando el Sagrario y, allí, encima, en el camarín, estaba tu imagen, a pesar de la nube de polvo. Esta imagen coronada de la Madre de los Dolores, mirando al cielo, con los brazos abiertos». Fue un relato en el que el arquitecto hizo ayer una auténtica plegaria en madera porque, como continuó, «no hubo nada, ni un rasguño, en las tallas, ni sobre el Lignum Crucis».
Una nube de la onda expansiva del derrumbe que parece simbolizó con la penumbra de los dolores de la sociedad que, poco a poco, van descubriendo la luz con la mirada esperanzadora de la Virgen María, «por eso aprovecho otra vez para darte las gracias», dijo el arquitecto, quien prefirió no hablar de milagros, pero sí insistió en dar las gracias porque hasta pocas horas antes este templo de la calle de la Platería había estado recibiendo a los fieles con sus oraciones y en las misas programadas: «Porque ocurrió ni años antes ni un minuto después. ¡Y tú lo sabes!».
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Así agradecía Bonrostro a la Vera Cruz, a la que denominó Señora del Sábado Santo de Valladolid, que no hubiera habido daños personales ni sobre el patrimonio barroco de la penitencial. Y, a lo alto, donde muchísimos ciudadanos han elevado sus miradas durante estos santos días, el sol. El mismo sol que también se dejó ver esta Semana Santa para permitir desde este templo las salidas procesionales programadas, comentaban varios hermanos de la cofradía.
La misma abertura, «que ha afectado a la vida de la ciudad», ha significado para el oferente «un retazo de vida, con sus dolores, esfuerzos y alegrías, que bien merecen ser recordadas» en alusión al hecho histórico que, además, a criterio técnico, siempre permanecerá con el dibujo marcado donde rasgó el templo. Fue en este momento, precisamente, donde Bonrostro agradeció a familias y amigos, a los responsables de la obra, la constructora y la cofradía, todo el empeño y el trabajo realizado ofreciendo a la vez un mensaje de pesar por la ignorancia de algunos ante los hechos pero que defendieron, según ha comentado en otras ocasiones, sin criterios justificados. Ése óculo que incluso el arquitecto asemejó al existente en el Panteón Agripa de Roma, en pleno Año de la Esperanza del Jubileo Romano 2025, donde hermanó a Valladolid con la Ciudad Eterna.
«Déjanos hoy, Madre de dolores coronada, ofrecerte nuestras amarguras y acompañarte en tu tristeza, que mañana es gloria. Gracias por aceptarlos y, envueltos en tu manto, hallar consuelo», concluyó Bonrostro Palacios ante una penitencial abarrotada de representantes institucionales, como el concejal Ignacio Zarandona, en nombre del alcalde de la ciudad, además de varios concejales del Ayuntamiento de Valladolid junto con miembros de la Junta de Cofradías, hermanos de cofradías penitenciales y de gloria, agentes de la Policía Municipal, directivos de las casas regionales de la capital y otras asociaciones religiosas y culturales.
Una celebración central del Sábado Santo de Valladolid que se desarrolló en la Iglesia de la Vera Cruz en vez de en la Catedral por la adversa previsión meteorológica, dado que la Virgen de los Dolores va a la Seo en procesión y hubiera resultado imposible por la lluvia que empezaba a caer justo al terminar el acto que estuvo presidido por el arzobispo de la Diócesis, Luis Argüello, acompañado del vicario general, Jesús Fernández Lubiano, y el párroco de ese entorno diocesano, Javier Carlos Gómez.
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