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Huesecillos que estaban envueltos en varios ropajes.

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Huesecillos que estaban envueltos en varios ropajes. Catedral de Segovia

El sorprendente hallazgo de los huesos del infante que murió tras precipitarse al vacío desde el Alcázar de Segovia

La restauración del sepulcro deja al descubierto un cofre que desde el año 1558 guardaba unos huesecitos envueltos en una blusa de seda, un faldón y un cinturón de tela

Carlos Álvaro

Segovia

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Miércoles, 20 de noviembre 2019

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La exhumación de los restos del infante don Pedro –bastardo del rey Enrique II de Castilla– que yacen en la capilla de Santa Catalina de la Catedral de Segovia, podría dar un vuelco a la legendaria historia de la muerte del niño y, quién sabe, despejar las brumas que siempre han envuelto el trágico pasaje. Textos históricos sostienen que el pequeño tendría al menos doce años en el momento de su fallecimiento, ocurrido en el año 1366, pero el hallazgo de tres de sus huesos pone en entredicho la edad atribuida y, curiosamente, aporta más verosimilitud a la leyenda.

La tradición oral habla de un niño de corta edad que, estando en los brazos del ama de cría, se precipitó al vacío desde una de las ventanas del Alcázar. La mujer, horrorizada y temerosa del rey, se lanzó acto seguido por el mismo precipicio, falleciendo al momento. Por el tamaño de los ropajes y de los huesos encontrados en el cofre que guardaba el sepulcro, el infante debía de ser un niño muy pequeño, aunque el análisis de los restos biológicos que el Cabildo ha encargado permitirá saber más cosas del malogrado hijo de don Enrique, especialmente la edad que tenía cuando murió o si sufría alguna enfermedad.

La apertura del sepulcro tuvo lugar el lunes, bajo la atenta mirada del deán de la Catedral, Ángel García Rivilla, del secretario del Cabildo, Miguel Ángel Barbado, del encargado de Turismo, José Antonio García Ramírez, del arqueólogo territorial de la Junta de Castilla y León, Luciano Municio, de la jefa del Servicio de Cultura, Ruth Llorente, de la restauradora del Museo Provincial, Cristina Gómez, y de los encargados de la restauración del túmulo, Paloma Sánchez y Graziano Panzieri. Después de retirar la piedra que contiene la imagen del infante –escultura en relieve de un niño que aparenta tener diez o doce años–, se procedió a la apertura de un cofrecito de terciopelo rojo que se encontraba encastrado en la losa inferior. Dentro de la caja, del tamaño de un joyero, había tres huesecillos enrollados, de forma individual, en una blusa de seda con botones de tela, un faldón de mayor tamaño y un cinturón de tela del mismo color. «Los huesos se van a analizar para ver a qué parte del cuerpo corresponden y conocer la edad que tenía el niño. De lo que estamos seguros es que pertenecen al infante don Pedro, que supuestamente falleció tras precipitarse al vacío por una de las ventanas del Alcázar», explica el deán.

Distintos momentos de la exhumación. Catedral de Segovia
Imagen principal - Distintos momentos de la exhumación.
Imagen secundaria 1 - Distintos momentos de la exhumación.
Imagen secundaria 2 - Distintos momentos de la exhumación.

El resultado del análisis de los huesos podría, pues, dar un giro a la historia del infante don Pedro, muy popular en Segovia, pues su muerte forma parte de la relación de tradiciones locales que han ido pasando de generación en generación, desde tiempos inmemoriales, y se siguen contando para deleite de los turistas que visitan Alcázar y Catedral. Quizá debido a que la efigie del niño yacente existente en la tapa del sepulcro representa a un muchacho de diez o doce años, históricamente se ha pensado que esa es la edad que debía de tener el hijo de don Enrique en el momento de su fallecimiento. Un primer vistazo de los restos encontrados permite pensar que el niño era mucho más pequeño. «Lo que quedaba de aquel cuerpecito lo guardaron en un cofre, envuelto en los ropajes, y lo inhumaron después de trasladarlo de la Catedral vieja, ya en ruinas, a la nueva. Sacarlos a la luz después de tantos años ha sido algo verdaderamente emocionante», añade García Rivilla.

El deán confirma que los ropajes que envolvían los huesos serán enviados a Simancas, al Centro de Restauración de la Junta de Castilla y León. Una vez recuperadas, es intención del Cabildo exponer las vestiduras junto al sepulcro del infante, para que formen parte de la nueva musealización de la sala de exposiciones que la Catedral espera abrir antes de la Semana Santa del próximo año como espacio para mostrar la rica orfebrería que atesora el templo mayor segoviano.

Muerte, entierro y traslado

Las crónicas fechan la muerte de don Pedro el 22 de julio de 1366. Don Enrique, su padre, había hecho del Alcázar de Segovia su fortaleza, si bien, en la época en que ocurrió tamaña desgracia, pasaba más tiempo fuera debido a la guerra que libraba contra el rey Pedro I, su hermano, por la corona de Castilla. El fallecimiento del hijo golpeó cruelmente a don Enrique, quien, habiéndose proclamado rey en Calahorra en marzo de ese mismo año, expidió en Burgos un privilegio real para levantar un sepulcro en honor de su vástago que acabó construyéndose en el centro del coro de la antigua Catedral, situada muy cerca del Alcázar, en lo que se hoy se conoce como plaza de la Reina Victoria Eugenia. El monarca ordenó que la tumba del pequeño permaneciera iluminada por dos hacheros de día y de noche y custodiada por dos porteros de confianza del Cabildo «para siempre». Enrique, el primer rey de la casa Trastámara, se ciñó definitivamente la corona de Castilla en 1369, aunque pare ello tuvo que matar a su propio hermano, lo que le valió el sobrenombre del 'Fratricida'.

Un «movimiento brusco» del niño

Eduardo de Oliver-Copóns, en su obra 'El Alcázar de Segovia' (1916), se hace eco de la leyenda del infante don Pedro. «[Estando] el bastardo don Pedro asomado a una ventana de la sala llamada del Pabellón o Solio, bajo el cuidado de un ama, un movimiento brusco del niño, que no pudo esta contener a tiempo, hizo que cayese desde tan considerable altura al Parque del Alcázar. Pálida, trastornada por el terror y el espanto, vio la infeliz mujer desaparecer entre las malezas, rebotando en las peñas [...], el niño que cuidaba, y temerosa del castigo, azuzada por el remordimiento, o cegada por el cariño que tuviera al tierno infante, es lo cierto, o al menos la tradición lo asegura, que se arrojó por la ventana y su cuerpo fue a destrozarse en el suelo».

Los años pasaron y la Guerra de las Comunidades, ya en el siglo XVI, ocasionó daños irreparables en la vieja Catedral, por lo que se decidió levantar una nueva, la actual. Cuenta Diego de Colmenares que el 25 de agosto de 1558, con las obras del nuevo templo muy avanzadas pero no concluidas, se trasladaron en solemne procesión los restos del infante don Pedro, así como otras cajas con los despojos de María del Salto –protagonista de otro legendario episodio segoviano– y de canónigos y obispos. «Celebrado el oficio funeral con mucha solemnidad y luces, los huesos del infante fueron sepultados en el claustro en la capilla de Santa Catalina, caja o fundamento de la torre donde permanece el túmulo con la reja, en cuyo friso está la inscripción siguiente: Aquí yaze el Infante Don Pedro, fijo del señor rey Don Enrique Segundo, era M.CCCC.III. año 1366», escribe Diego de Colmenares en su 'Historia de la insigne Ciudad de Segovia y compendio de las historias de Castilla' (1637).

Casi quinientos años después de aquel traslado funerario, la exhumación de los restos ofrece la oportunidad de conocer con mayor profundidad los pormenores del fallecimiento del pequeño 'infante' (aunque en su sepulcro es referido como tal, no tuvo esta condición por no ser fruto de legítimo matrimonio y porque su padre no se lo otorgó en vida a pesar de haberlo reconocido como hijo) que tanto llama la atención de propios y extraños.

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