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¿Vale cualquier cielo para enseñar las estrellas? «A priori, no; pero yo digo que sí», resume Carlos González, que ha acuñado en la provincia ... el concepto de astroturista, profesionalizando la divulgación de la astronomía a través del turismo. Para él, las imperfecciones son parte de la experiencia, por eso enseña el cielo en Segovia en la Noche de Luna Llena. «No es el mejor lugar, pero a mí me vale para enseñar y la gente puede ver cosas que nunca ha visto. Si quiero poner un observatorio científico, lo tengo que llevar a un sitio remoto, pero si quiero hacer divulgación, tengo que ir dónde está la gente. Pudiéndome ir al cerro de no sé dónde, prefiero hacer las observaciones en la plaza del pueblo». Porque hay una infinidad de lugares con un tesoro al alcance de la vista. «A veces creemos que no tenemos nada en los pueblos, pero ahí en el cielo tenemos un patrimonio de la leche que no tienen en otros lugares».
Carlos se crio en San Millán, pero dejó Segovia a los seis años rumbo a Azuqueca de Henares, donde se formó una pequeña colonia segoviana en los 90. Se aficionó a la astronomía por una asignatura en 2009 mientras estudiaba Matemáticas. «Digo que fue la dosis de una droga». Cuando cambió su vida laboral en 2017 –era programador informático– apostó por el astroturismo, aprovechando la casa que su familia tenía en Martín Miguel. «La astronomía me trajo de vuelta a Segovia, yo necesito un pueblo con cielo oscuro. El ambiente de oficina no era lo mío, me apetecía el medio rural». Y descubrió las dificultades de ser autónomo. «Me compro un equipo y me pongo a intentar montar jornadas y observaciones en los pueblos». Todo su equipo –dos telescopios, un proyectos y equipos de fotografía y sonido– cabía en un coche, unos 7.000 euros.
Encontró pronto un paraguas con una serie de talleres estivales que organiza con la Diputación de Segovia y empezó a hacer red con otros aficionados de la provincia –principalmente en El Espinar– que se dedicaban a ello de forma no profesional. Y buscó fórmulas para hacerlo rentable. «Yo siempre digo que el mayor beneficio del astroturismo lo tienen los alojamientos. No solo tienes ingresos por la actividad, sino porque consigues llenar la casa». Un observatorio astronómico es un elemento diferenciador entre casas rurales, una dinámica a nivel nacional. «Por 5.000 euros puedes tener un pequeño observatorio. A partir de ahí, lo que quieras». Casetas de aperos con el techo corredizo y un telescopio. En Muñoveros hay alojamientos burbuja: cúpulas transparentes que muestran el cielo desde la cama.
Carlos extiende las ventajas a los ayuntamientos: algo nuevo, diferente, un motivo para recuperar visitantes. «Es algo que van a poder hacer solo en su pueblo». Lo normal es que el pueblo pague –con la ayuda o no de la Diputación– y la gente vaya gratis; si no, propone actividades, pongamos en la ermita de Anaya, y pone un precio por entrada. «Intento generar buen rollo, preguntando, buscando cercanía. Y a medida que ya va empezando la noche voy con el telescopio a las cosas más visibles, como la luna o los planetas». No duran más de dos horas y utiliza un láser astronómico, un puntero que señala al cielo. «Cuando yo era niño eso no pasaba. ¿Ves esas tres estrellas? Y decías, ¿Cuáles? Esto es un haz que te permite dibujar perfectamente las constelaciones». Y añade la narrativa de la mitología segoviana, cómo usaban el cielo los ancestros. La constelación que indica el comienzo de la trashumancia: «Cuando las siete cabrillas veas a la hora de cenar, el pastor a la montaña ha de tornar». O la espiga, la estrella que avisaba del momento de la siega. «Utilizar el cielo como un calendario».
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