Toros
Apoteosis de Morante en SalamancaSalió a hombros junto a Marco Pérez en una tarde difícil de olvidar
En el quinto de la tarde, el último del triple lote de Morante de la Puebla, llegó la apoteosis. Entre la inspiración del genio de ... La Puebla y la bondad sublimada de su oponente de Garcigrande. Inspirado, ya la excelsa cadencia de las verónicas anunciaba un tiempo nuevo en un festejo en el que el tono de mediocridad se debía, principalmente, al escaso juego de los astados de la Ventana de El Puerto, Garcigrande, García Jiménez y Puerto de San Lorenzo, en proporción directa al desarrollo de sus astas. Monotonía y sopor en los tendidos, con algún conato de subversión de los aficionados, ya que muchos de ellos no pudieron acceder a sus localidades hasta el tercer toro de la corrida. Se preveía que se cumpliera la maldición del ese dicho que indica que toda corrida de expectación suele terminar en decepción. Cierto que en alguna faena de esos primeros cuatro astados pudo haberse cortado algún trofeo, pero el mal uso de la espada lo impidió. Así, Morante de la Puebla, que ante el de La Ventana de El Puerto desgrano algunos muletazos sueltos de calidad, fogonazos de escaso fuste ante un animal sin fondo.
La corrida había empezado con un paseíllo adornado con una atronadora ovación de los tendidos, mientras Morante de la Puebla y el chaval de la tierra, Marco Pérez, en su presentación como matador de toros. En el callejón, asistió a la corrida Alfonso Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León, mientras que en un palco de grada baja estuvo Santiago Martín El Viti, maestro salmantino al que ambos matadores brindaron sus primeros toros de la tarde.
Con Repique, el quinto (cierto que no hubo quinto malo, pero el sexto fue mejor) Morante desbordó el arte con las telas, amortiguó embestidas con una cadencia de plástica transparencia. Valor, oficio y dominio en el inicio de hinojos con la muleta, si bien, es lógico, el clamor llegó con la verticalidad de su toreo, de inmarcesible temple, en lentitud procelosa. Nada de dilaciones indebidas, sino de ralentización de exquisita fragancia. Una faena cumbre, no por perfección, sino por emotiva hondura. Una tarea sincera, con la apretura de la cercanía, de la suavidad en cada cite... Aunque levemente caída, el cigarrero enterró el estoque en toda su extensión. La plaza de convirtió en un clamor de pañuelos agitados que, finalmente, vencieron la inicial reticencia del palco, en cuyo antepecho aparecieron tres pañuelos ensabanados. Dos orejas y rabo, premio de proporción emocional. Y el azul de la vuelta al ruedo al toro, desproporcionado.
Sí pudo merecer el honor de la vuelta póstuma Despertador, un amable garciajimenez lidiado en sexto lugar. Marco Pérez, que no quería dejarse ganar la partida ante sus paisanos, replicó en gran parte del formato de la faena de Morante. Con el capote a una mano, quite garboso e inicio muleteril de rodillas. No defraudó el salmantino, que ofreció con generosidad entrega y valor. Aguantó parones del astado con quietud y firmeza. Toro de cuerna excesivamente abrochada, de franciscanas intenciones y con calidad en sus embestidas, siempre enclasadas. Porfía y dominio, aunque con trazos en ocasiones rectilíneos y con insuficiente confrontación en su colocación. Pinchó antes de enterrar la tizona y sus paisanos se encargaron de que saliera también a hombros, para no dejar solo a Morante.
Finalizó la corrida con la afición desatada en un río desbordado, un Tormes con una corriente imparable que llevó a Morante en volandas en dirección al hotel. Una locura desatada. Sigue Morante desatado, casi inmortal tarde a tarde. Marco Pérez, diestro interesante, comienza a propiciar algunas interrogantes. De lo que sucede en el ruedo, y de la gestión extramuros de los ruedos. Aún hay tiempo.



¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.