Defender el escudo dándole la espalda

O sí. En ese proceso al que hacía referencia hace ya algunas semanas, y que tiene que ver con un escenario de ruina futbolística en la que primero se apunta el banquillo, luego al vestuario y finalmente al palco, aún nos faltaba por asistir al penúltimo de los capítulos que acompaña a un club en caída libre. En esta temporada de continuas plusmarcas, ya hemos visto un equipo desangrado, nos hemos frotado los ojos con entrenadores desorientados, hemos intuido un vestuario roto en veintitrés añicos, y nos hemos atragantado incluso con directivos a la fuga... pero nos quedaba por ver una fractura entre la afición como la que se ha escenificado en la última semana a propósito de una respetable concentración de protesta que acabó derivando en una iniciativa delirante.

Clamar porque te pisan el escudo resulta tan loable como absurdo abandonarlo, aunque solo sean 45 minutos, mientras se bate en duelo sobre el césped. Dicho esto, la propuesta seguiría siendo igual de respetable de no ser porque un sector de los que se manifestaron a las puertas del estadio afearon la decisión de los que optaron por ocupar su localidad -para sentir más cerca ese escudo, entre otros argumentos-, llegando en algún caso a tacharles de «traidores».

Fueran tres, cien o dos mil, parece poco inteligente que en esta espiral de autodestrucción en la que se ha convertido la temporada en curso, acabemos por sumar una división propagada por aquellos que reparten carnés de 'pucelanismo'. Como si llevar un chaleco amarillo multiplicara el amor a unos colores.

Horas antes de que rodara el balón ante Las Palmas, un buen amigo me admitía que su mujer le llegó a preguntar:

- ¿Qué hacemos?

Él, que ha llegado a quedarse fuera de un estadio, entrada en mano, por puro nervio y por la ansiedad que le provoca su pasión por el Real Valladolid, lo tenía el viernes bien claro.

- ¿Acaso el de la primera parte no es el mismo escudo que el de la semana anterior, la temporada pasada o el de hace 96 años?

Pues eso. Amén.