El Real Valladolid y el sueño de un niño
Opinión ·
«Conocer mucho mejor la historia provoca que sepamos disfrutar mucho más los escasos momentos positivos que nos regala nuestro querido equipo»Antes del partido contra el Ceuta no tenía muy claro si tenía ganas de que empezara la liga. La herida de la temporada pasada sigue ... abierta, las cicatrices de las anteriores todavía duelen, y las dudas y el escepticismo han crecido a niveles que nunca había experimentado. Estando de camino al estadio, y después ya en los alrededores de Zorrilla, la sensación que me recorría el cuerpo era extraña, diferente a la de otras temporadas. Dando un paseo rodeando el templo pucelano minutos antes de empezar, recordaba cómo vivía ese momento cuando era pequeño: la ilusión desbordante, la alegría inocente y las ganas irrefrenables de ver en persona a los 'superhéroes' de los que coleccionaba cromos. Qué diferente es ahora todo.
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A medida que pasa el tiempo y vamos siendo más conscientes se pierde esa inocencia que lo cubre todo haciéndolo parecer oro. Aprendemos a analizar y eso nos conduce a un sufrimiento inevitable debido a la situación que lleva atravesando el Pucela desde hace demasiados años por la impotencia que genera identificar las causas, al menos parte de ellas, y no poder hacer nada para solucionarlo. Sin embargo, el hecho de conocer mucho mejor la historia y comprender la idiosincrasia del Real Valladolid, provoca que sepamos disfrutar mucho más los escasos momentos positivos que nos regala nuestro querido equipo. Y el viernes, sin esperarlo en absoluto, tuve uno de esos momentos. Nada mejor que no tener expectativas para llevarte una sorpresa.
Más allá del resultado, los tres puntos y volver a ver un triunfo del Pucela ocho meses después del último (duele hasta escribirlo) disfruté como lo habría hecho aquel enano que algún día fui con el partido de Iván Alejo. Quizá no fuera el mejor del equipo, aunque no estuvo lejos, y quizá no fuera el mejor encuentro de su carrera, pero estoy seguro de que es uno de los partidos de su vida. Un partido que muchos de los allí presentes hemos «jugado» una y otra vez a lo largo de los años. El sentimiento de pertenencia que tanto ha utilizado el club durante la pretemporada es el comienzo de lo que puede ser un nuevo futuro y para cerrar la herida, que las cicatrices dejen de doler y las dudas se disipen, no hay nada mejor que verse a uno mismo en el césped cumpliendo un sueño.
Definitivamente, si el Real Valladolid no existiera, habría que inventarlo.
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