Un palentino recorre Japón en bici
Alberto Finistrosa Barrios asegura que cuando llegó a ese país, tuvo "la sensación de estar en Marte»
leonor nieto
Domingo, 7 de agosto 2016, 22:43
Alberto Finistrosa Barrios es un palentino de 39 años que sufre una adicción por viajar y conocer mundo. Adora cualquier actividad que se desarrolle en la naturaleza, pero también sufre debilidad por la vida sociocultural que ofrecen las ciudades. A pesar de haber estudiado Educación Física, nunca ha ejercido como maestro. Ha pasado gran parte de su vida dando saltos por países como la República Checa, Omán y Uganda.
Actualmente trabaja como píster socorrista en Baqueira Beret y se considera un apasionado de la buena música y pasar tiempo con sus amigos. Así es el chico que un día lo dejó todo para recorrer Japón con la única compañía de su bicicleta. Desde el país del sol naciente y aprovechando que la lluvia le permite pasar algo de tiempo en su tienda de campaña, contesta a estas preguntas.
Japón queda muy lejos... ¿Qué es lo que le llevó a marcharse allí con su bici ?
Me gusta mucho viajar, lo he hecho de todos los modos y maneras posibles en mil y un rincones del mundo, y de todas estas maneras, la que siempre me ha aportado más felicidad, así, con mayúsculas, ha sido la bicicleta. Te desplazas a la velocidad perfecta para que tus paisajes cambien a diario de una forma progresiva y asimilable por los sentidos, la gente se muestra menos desconfiada y más humana cuando el viajero que llega a su pueblo lo hace dando pedales. Descubres, hueles, oyes, ves y sientes cada metro del camino entre el punto A de salida y el punto B de llegada, al cual llegas gracias a tu esfuerzo físico y mental, lo que te genera una sensación de satisfacción difícil de expresar con palabras.
Ya ha recorrido más de 3.000 kilómetros sobre dos ruedas. ¿Cómo sienta eso?
Si lo miras así, de sopetón, la palabra es cansado, cansado pero feliz. Pero, al igual que las cosas importantes en la vida, se han conseguido pasito a pasito, preocupándome de si mañana lloverá o no, y de si tengo comida suficiente en las alforjas, del qué se esconde tras la siguiente curva o al terminar esta cuesta. Para llegar lejos hay que pensar cerca, y así uno es capaz de dar la vuelta al mundo o alcanzar cualquier meta que se proponga.
¿Cómo es el día a día de un ciclista español en Japón?
Anochezco con el sol y amanezco con él, que en estas latitudes viene a ser sobre las cinco de la mañana. Busco la motivación para levantarme, y desmonto la tienda de campaña. Duermo en bosques, templos, playas, parques de pequeños pueblos, prados, campos de béisbol... El gasto en dormir ha sido de 0 euros, y créeme que he dormido en lugares con muchas más de cinco estrellas. También es cierto que hay noches que el lugar en el que montar la tienda se hace difícil de encontrar y no es tan bueno, y deseo estar metido en mi cama, bajo el edredón allá en España, pero amanece un nuevo día y las expectativas del mismo derriban cualquier atisbo de nostalgia. A lo largo del camino, algún japonés viene a interactuar contigo, no digo hablar porque ellos, en general, no hablan ni una palabra de inglés, y mi japonés a estas alturas se reduce a unas quince palabras elementales para sobrevivir y ganarte a la gente local, pero de algún modo entre marcianos nos entendemos.
¿Y qué diferencias encuentra entre la filosofía de vida española y la japonesa?
Cuando aterrizas, tienes la impresión de haber llegado a Marte. Después, con el transcurrir de los días te vas dando cuenta de que el carácter de los japoneses no es tan diferente como pensamos del nuestro, si no fuera por la barrera lingüística éste sería un buen lugar para vivir. Los japoneses son cercanos, alegres, sencillos, generosos (cada día alguno se acerca y me regala algo de comer o de beber y me hace entender que valora que esté recorriendo su país en bicicleta) y con un sentido de la comunidad y del bien común que nosotros no tenemos. Se organizan para cuidar parques y jardines, los templos, para recoger la basura en los espacios comunes, y lo hacen como una actividad social con la que se crea un sentimiento de que dichos espacios pertenecen a la comunidad que hace que se mantengan siempre en buen estado.
Si se tuviera que quedar con una cosa, con una vivencia del viaje. ¿Cuál sería?
Me quedo con la generosidad del pueblo japonés, sin duda. Y ya sé que has dicho una sola cosa, pero tras casi 4.000 kilómetros me merezco dos, así que también me quedo con la naturaleza bella y salvaje de este país.
Viajar en soledad debe ser duro ¿Cómo lo lleva?
He aprendido a gestionar la melancolía y siempre, cuando acontece alguno de esos achaques de soledad, soy capaz de encontrar la motivación para salir de ellos. Si necesito comunicarme y no tengo con quien, escribo, escucho música, mucha música, toco el guitalele o me siento a leer; puede suceder que le busque lo bueno a la soledad o me pare a imaginar cómo será cuando esté rodeado por los míos. Pero ataques de soledad siempre hay.
Algún día tendrá que volver a Palencia... ¿No?
Soy muy palentino, por lo que regreso a mi ciudad natal el día 1 de septiembre por la tarde para pasar el jet lag de un viaje tan largo entre amigos la noche de San Antolín.
Mark Twain decía que «viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente». ¿Se identifica con esta cita? ¿Este viaje le ha hecho crecer a nivel personal?
Creo que si todo el mundo se atreviera a ensanchar su mundo, otro gallo nos cantaría. Además hay que diferenciar entre viajar y hacer turismo, viajar implica esa interacción sociocultural con el lugar al que se va, con el turismo te conviertes en un mero coleccionista de postales. También es bueno viajar para valorar todo lo bueno que tiene tu lugar, tu pueblo, tu entorno. Viajar es una apertura de puertas de doble sentido, hacia fuera y hacia dentro. Hasta que no te sientas extranjero no podrás saber lo que siente el extranjero.
Entonces... ¿Cree que más gente debería coger la mochila y viajar como usted lo hace?
Creo que hay que atreverse a salir de ese círculo de confort que nos abotarga y salir a enfrentarnos a nuestros miedos, a descubrir que el otro se parece a nosotros mucho más de lo que creemos, y que existe mucho mundo más allá de nuestra minúscula existencia. No importa cómo se haga, en bici, a pie, en bus o en tren, la clave es hacerlo, y hacerlo sin prisa por regresar. Estoy convencido de que así este mundo iría mucho mejor.
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