Viajar al sur

He bajado al Sur, he pasado por un Madrid podrido de banderas 'ivanrredondistas' y con el miedo del taxista a otro apocalipsis doméstico. Y ahora vuelvo al terruño maternal, al nivel del mar, a un descanso extraño de algo que me desfonda y que quizá sea el mundo.

La ciudad sin fiestas me dejó el alma confinada y he querido llevarme mis vacaciones al nivel del mar. A los vagos recuerdos de la infancia. Lupo sabe que me tiene a cuatro horas y hasta entiendo lo de Puente en alta mar porque ya no nos queda más que el hedonismo. Y en eso consiste ser, como diría el otro, «tan fieramente humano».

Era estos días de 'veroño' malagueño cuando salía con Manuel Alcántara a comer lechazo a 30 grados, a la sombrita, y el mundo se hacía más agradable en la sobremesa. Ahora sólo hay siesta y mucho Delibes, que la vida me ha vuelto a nuestro autor y leerlo a la atardecida, en el espigón donde se baten las olas, tiene algo salvífico que calma esos nervios que tan bien conoce Ansúrez desde aquel telele que me dió hace tres años en plena Plaza Mayor.

He dado negativo en Covid pero el doctor Martínez ha visto conveniente que me suba a la cofradía del Prozac.

Al sur y con el mar se olvida la pandemia, entran ganas de escribir un ensayo y buscar novia formal. Pero eso mataría a mi Lupo, dueño del pinar y alrededores y que perdió, por soledad, los desvelos del celo perruno.

Castrado de sí mismo.