La velocidad con el tocino
«Puede que el problema de Puebla de Sanabria y de Medina no sea tanto el tren veloz, que es el clavo ardiendo al que se agarran, como el abandono y la ausencia de un transporte de cercanía»
En una portada de 1999 de El Cochinillo Feroz, una genial revista satírica que sobrevivió durante unos pocos años en Segovia, apareció una viñeta del ... por entonces alcalde de la ciudad en un cuerpo a cuerpo con el ministro de Fomento de entonces, Arias Salgado. «Nos dieron por el túnel y ahora nos dan por el tren», ponía, porque cuajaba el trazado del tren veloz con un nuevo túnel que horadaría Guadarrama, y ni siquiera pararía en Segovia. La teoría era que para ser veloz tenía que alcanzar los 300 km/hora, y si paraba aquí y allá perdería su utilidad, que era unir a Madrid con Valladolid y luego con el norte, vamos, que a Segovia llegó de potra. Tras las quejas, se empezó a valorar que Segovia tuviera un apeadero, aunque nunca una estación como tal. Y candidata para ello fue Arcones, que hoy sigue en su sitio, con poco más de un centenar de habitantes, aunque al final se eligió su actual ubicación, a un par de kilómetros de la capital.
La primera traviesa de la línea Madrid-Valladolid se puso con Aznar como presidente, y Zapatero inauguró la línea seis años después. A finales de 2007 llegaba el primer TAV a Segovia, y treinta minutos después a Valladolid, capital con la que no había comunicación por tren desde los noventa, como Soria, que ahí sigue a su suerte. Se decía por entonces que Segovia sumaría miles de habitantes procedentes de Madrid –ya no sé si prometían 20.000 o 40.000–, aunque eso no ocurrió. Hace pocas semanas publicaba este periódico un informe que demostraba que no solo bastaba el tren para sumar población. Eran precisas otras variables que sí se dieron en Toledo, pero en Segovia no se vieron o no se quisieron ver. Hay un estudio de una arquitecta catalana sobre el asunto, y califica a Segovia de núcleo metropolitano discontinuo, porque la mancha de aceite de Madrid que circunda Madrid se interrumpe en el Guadarrama.
Desde que empezó a hablarse del tren y hasta que fue una realidad, hubo vallisoletanos que fueron a trabajar a Madrid y allí montaron su hogar, o segovianos que llegaron a Valladolid, como es mi caso. Quizás si hubiéramos podido elegir seríamos como los que hoy van y vienen a diario a sus trabajos y siguen viviendo cerca de su barrio de siempre y de sus familiares. Es normal que reclamen todos los horarios posibles; como se vio con el apagón, cuando falla el transporte, hay un océano oscuro de cien o doscientos kilómetros que les separa de su casa. Igual algo podría decir y aportar Madrid para facilitar el transporte diario de estos miles de trabajadores itinerantes de otras comunidades que, de lunes a viernes, dejan en sus empresas su talento y energía, para regresar cada noche a sus guaridas. Y sin colapsar aún más los servicios y viviendas de la capital de España.
Por otra parte, aunque pedir por lo tuyo y por lo de tus paisanos sea natural, no veo por qué no se puede entender a los gallegos, cuando todos elegimos si podemos el trayecto directo y no las travesías. Aunque el alcalde de Vigo sea de hablar 'pronto y mal', es comprensible que los gallegos aspiren a tardar cuatro horas si técnicamente es posible, cuando desde Barcelona se plantan en Madrid en dos horas y media. Contraponer su causa a la de la 'España vaciada' me parece un error: en ese caso, el tren veloz debería parar en Olmedo o en Garcillán, que también pillan de camino. Ni Segovia ni Valladolid son la España vaciada. Puede que el problema de Puebla de Sanabria y de Medina no sea tanto el tren veloz, que es el clavo ardiendo al que se agarran, como el abandono y la ausencia de un transporte de cercanía que les conecte con la capital provincial. La solución no es fácil, y darse porrazos entre administraciones no ayuda. Con dos mil y pico municipios y una región enorme el déficit es de partida la única posibilidad, y los recursos todos sabemos, aunque ladremos, que son limitados.
Como aquel que se creía pobre por comer altramuces hasta que comprobó que había otro que le seguía para comerse las cáscaras que tiraba, hay pueblos que dan las gracias si el autobús pasa una vez al día. Es buena medida que sea gratuito, porque el bus es el último recurso, cuando no se cuenta con coche ni mucho menos con tren. Estos viajeros de ruta no se quejan, ni tienen capacidad de movilizarse. Como mucho suspiran para sus adentros.
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