La farola de las lamentaciones
«No sé qué pasa con las obras en esta ciudad que una ve zanjas que se abren y se cierran, y se vuelven a abrir y se vuelven a cerrar...»
Alberto Chicote, en su programa 'Pesadilla en la cocina', hacía siempre la misma recomendación: todo lo que se pone en el plato debe ser comestible. ... Quería evitar decoraciones tan de salón de bodas de los 70. Langostinos sobre una cama de lechuga mustia u objetos que, además de entorpecer el disfrute de la comida, ponen en riesgo la dentadura de un comensal despistado. Los expertos en desarrollo urbanístico podían aplicarse el cuento.
Hay carriles bici inacabados como una promesa de verano, pasos de peatones que conectan tiempos futuros y ahora aceras nacidas para no ser paseadas. El lunes, en este diario, se podía leer el siguiente titular: «Instalan bolardos para que los peatones no se golpeen en la cabeza contra las nuevas farolas de Arco de Ladrillo». En imagen, una acera estrecha –que rápidamente desde el Ayuntamiento se ha aclarado que, en realidad, no es una acera, acera–, las bases de unas farolas suspendidas en el aire y unos bolardos de esos verdes tan bonitos –ironía– en el suelo. No me diga que la historia no tiene su retranca. Pero la culpa es del peatón que circula por una acera que era sólo para los bolardos.
No sé qué pasa con las obras en esta ciudad que una ve zanjas que se abren y se cierran, y se vuelven a abrir y se vuelven a cerrar; zonas por las que, sin previo aviso, no se puede circular; y, sobre todo, atascos y más atascos. Pero lo de las farolas… ¿Se dejarán así o los vecinos volverán a despertarse con el alegre trino de las perforadoras? ¿Acaso son una especie de muro de las lamentaciones listas para expiar culpas? No me quiero ni imaginar el último año de legislatura que es cuando, de toda la vida, se han acometido siempre las obras. Lo mismo para entonces se entiende lo de las farolas y los cabezazos. Y ahí ya sí le vemos la gracia.
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