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El pasado finde, unas tres mil personas se manifestaron en Sanabria contra la supresión de horarios de alta velocidad ferroviaria; pocas para lo que ... late. Los ánimos estaban inflamados, no solo por la decisión de Renfe, sino (más) porque Abel Caballero se saliese con la suya. A lo anterior, sumemos el desdén político hacia la comarca, la invasión paisajística en nombre de las renovables, el caciquismo local, y ese tándem fatal que conforman la despoblación y el envejecimiento, cuya suma revela el resultado de un cabreo sistémico, pero laxo.
El eco de las proclamas se desvanecerá, porque Zamora no es dada a incendiar las calles al uso periférico, y la empresa gestionada por uno de los hombres de Óscar Puente dictó sentencia. Caballero gana, el PSOE regional pierde, y la agrupación provincial del diputado nacional Antidio Fagúndez pugnará por afianzar cobardemente su posición residual electoral. Fagúndez tiene como foco apuntalar su escaño, y para eso no incordiará a Ferraz liderando esta protesta, a la que se ha visto arrastrado el senador de su partido y alcalde de Puebla, José Fernández, despertando del sesteo. El sindiós socialista facilita que el Partido Popular capitalice el desgaste, gobierne quien gobierne en amplios rincones del reino.
Susana Escribano afeaba el domingo en estas páginas al directivo ferroviario un economicismo que sería inaceptable en ámbitos como la sanidad o la educación. Hurtarte el acceso al tren no te mata, pero te condena.
Hace 40 años, Enrique Barón liquidó el ferrocarril Ruta de la Plata, que unía Gijón con Sevilla, en favor del sector autobusero (del que proviene el hoy titular de Renfe). Y meses más tarde, ese ministro de transportes del rapsoda Felipe González traspasó la cartera a Abel Caballero, hoy edil vigués. Algunos legados envejecen mal. Otros, simplemente, apestan desde el principio.
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