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La elocuente prosa de Menéndez Pidal me lleva a releer una obra imprescindible, el Poema del mío Cid, cuyo valor nacional señalaba aquel ejemplar sabio: « ... En el Cid se reflejan las más nobles cualidades del pueblo que le hizo su héroe: el amor a la familia, que anima la ejecución hasta de las más altas y absorbentes empresas; la fidelidad inquebrantable; la generosidad magnánima y altanera aun para con el Rey; la intensidad del sentimiento y la leal sobriedad de la expresión. Es hondamente nacional el espíritu democrático…». El Cid, entonces, era según Don Ramón un demócrata.
También lo creo; si no reuniera estas virtudes, no sería tan admirado hasta hoy. Debido a sus convicciones, existe un Paseo dedicado al Cid en Valladolid, aun siendo rival del Conde Ansúrez. También lo encontramos en el callejero de Palencia, Segovia, Soria, Salamanca, Zamora…, por supuesto en Burgos. El héroe Rodrigo Díaz de Vivar se mantiene en los mapas porque luchó con bravura tantas batallas, y porque fue coherente en la defensa de la ley y la equidad: «…que defenderé el derecho, pero la injusticia no», dice en su oda contra el desafuero.
Tan justo fue en verdad el Cid que, durante la incivil guerra española, su leyenda fue manipulada por republicanos y nacionales. Los hunos lo lanzaban contra la guardia mora de Franco; los hotros invocaban el tradicionalismo. Después el régimen emplearía su mitología a favor del Dictador, al igual que intentó apropiarse de Santa Teresa o Francisco de Vitoria, cuyas biografías expresan valores opuestos a los de la tiranía y la opresión.
Dignos herederos de estos principios democráticos fueron también los comuneros de Castilla, cuya derrota en Villalar volvemos a conmemorar con cierto disimulo vergonzante, sin reivindicarlos sintiendo el orgullo que correspondería. Hay que recordar que nuestros históricos defensores de los derechos frente a los abusos evocan la misma milenaria tradición castellana del Cid: la de los hombres libres. La Ley perpetua de Ávila muestra su programa de buen gobierno, muy avanzado para aquel tiempo por sus limitaciones a los impuestos y sus frenos a otros excesos del poder.
A pesar de tanta audacia política, o tal vez por ello, Padilla, Bravo y Maldonado incomodan hasta nuestros días a parte de los procuradores en las Cortes de Castilla y León. Tampoco son reconocidos con calles céntricas ni principales, ni en Valladolid ni en otras ciudades de nuestro entorno. Su importancia en la trayectoria de la Democracia en España no se corresponde en el plano de las capitales de provincia.
¿Por qué celebramos en sordina a quienes lucharon por la libertad? Puede que sea porque en la transición fue la izquierda la que levantó las banderas comuneras en Villalar, se batió en épicas peleas con falangistas pendencieros y marcó con su impronta la celebración en La Campa, lugar mítico del relato regionalista castellano. Desde entonces, ir a Villalar pareciera una declaración ideológica, como prometer en lugar de jurar, no llevar corbata, o decir buenos días a todas y a todos.
En fin, podría prometer y prometo que esto es un error histórico. Los comuneros, que eran las élites urbanas, burgueses, por tanto, se opusieron a los impuestos excesivos (no es una causa comunista, precisamente), al nombramiento de ministros extranjeros y a las ausencias del Rey, empeñado en su proyecto imperial fuera de España. Estos paladines de la libertad defendían la representación, los fueros y la división del poder, nada menos. Más que regionalistas, eran municipalistas, convencidos de que cada ciudad merecía respeto de su autonomía, sus propias reglas y riquezas generadoras de recursos para la prosperidad (capitalismo).
Por supuesto, en su sentimiento comunero peculiar, los castellanos progresistas merecen gran respeto porque lucharon en pos de la libertad contra el franquismo. Cada persona que defiende los derechos de los demás con coraje es digna de agradecimiento. Por eso, el próximo 23 de abril, día de la Comunidad, dediquemos algunos minutos a recordar al Cid, a los Comuneros, a Santa Teresa, a todas las mujeres y a todos los hombres valientes que se empeñan en frenar los desmanes de quienes abusan de los demás.
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