Con un seis y un cuatro
Si una mancha dactilar bien puesta es capaz de dotar de vida a un canto rodado, qué no logrará un concepto como «informe jurídico»
En ese prodigio de revista mensual llamada Mirlo que edita junto a Asís González Ayerbe, Óscar Esquivias nos confesó hace algo más de un año ... que ve caras desde niño y que de adulto continúa haciéndolo de forma habitual. Tantas, ha llegado a admitir, que podría organizar rutas por los lugares que frecuenta. No en vano, en el número de la revista dedicado a ellas, aparecen fotografiadas unas seiscientas. Aunque reconoce que acaso el hábito de encontrarlas a su alrededor con tanta facilidad en todos los rincones, allá donde esté, no sea más que un modo caprichoso de sentirse acompañado.
No lo he comentado con él, pero estoy seguro de que se ha conmovido especialmente con la publicación de uno de los hallazgos arqueológicos producidos en el yacimiento segoviano del Abrigo de San Lázaro, en le valle del Eresma, donde las excavaciones de 2022 sacaron a la luz un canto rodado retocado durante el Paleolítico Medio con la graciosa huella dactilar de un neandertal. A juicio de los arqueólogos responsables del yacimiento, María de Andrés y David Álvarez, aquel dedazo teñido de ocre intentaba reforzar la imagen de un rostro. A mi juicio, no autorizado, el dedo estampado en la superficie de la piedra vendría a añadir, paradójicamente, la primera nariz de Augusto conocida junto al hieratismo oblongo de una cara con ojos taciturnos y boca menuda.
Puede que los efectos de la pareidolia en nuestro ancestro, habitante y beneficiario en estas tierras hace más de cuatrocientos siglos, también se vieran alimentados, como en el caso de Esquivias, por el deseo de sentirse acompañado, incluso en momentos de deseada soledad. Que una vez dotado de nariz, aunque fuera rojiza y puntual, aquel canto rodado hubiese podido convertirse sin saberlo en el 'Wilson' para náufragos más antiguo de la historia y la prehistoria, es decir, un amigo con quien compartir deseos, confidencias y temores en voz alta. Aunque también pudiera ser que nuestro neandertal pretendiera con la precisa y discreta pigmentación de su dedo traer de vuelta a un antepasado cuyas facciones creyó vislumbrar en la forma alargada de la piedra, o incluso ir mucho más allá en el atrevimiento y en la capacidad creadora de los humanos, también de los arcaicos, para dotar de alma a alguna de esas criaturas poderosas y longevas que sin duda poblaron los valles en cuanto los neandertales comenzaron a ver ojos y bocas en todas partes, como Esquivias en el metro; o a interpretar miradas de consuelo y de reproche en cada tronco, en cada peñasco y en cada planta, para aprovechar sus consejos y advertencias durante la noche, cuando la piedra dotada de rostro pareciera mover los músculos de su boca gracias a la danza parpadeante y tenue de una pequeña fogata.
Esa pareidolia que se nos muestra primitiva, continúa facilitándonos las cosas a diario. Si una mancha dactilar bien puesta es capaz de dotar de vida a un canto rodado, qué no logrará un concepto. Esta última semana yo he descubierto que el de «informe jurídico» se parece mucho a un punto rojo colocado a capricho. De igual modo cambia la apariencia de las cosas. Cualquier barbaridad se abre paso gracias al conjuro de un «informe jurídico». Así ha ocurrido tras la polémica actuación programada por el TAC en la torre de La Antigua. Un espectáculo de danza, sin duda cautelosa —solo faltaba— sobre la integridad impredecible de sus cornisas y filigranas. Y se programó sin pedir la elemental valoración de riesgos, o el imprescindible permiso, a la Dirección General de Patrimonio. A nuestro Ayuntamiento le bastó con un informe jurídico, sin argumentario ni soporte normativo, para imaginar caras sonrientes donde a mí la pareidolia solo me ha mostrado semblantes de estupor.
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