Carril bici no apto para ciclistas
«Este desatino urbano ha querido anteponer la urgencia de quien circula en automóvil frente a la seguridad de quienes afrontan la suya pedaleando»
En cuanto contemplé la docena larga de pasos para peatones que cruzan el nuevo carril bici perpetrado por el Ayuntamiento de Valladolid en las Moreras ... recordé al hijo del panadero, ese que José Luis Mestre describió en uno de sus enormes poemas yendo en bici «como si la razón no tuviera frenos». Imagino que durante su recorrido, justificadamente apresurado, rondarían por la cabeza del chaval la mismas decepciones desveladas en el poema que habitaba sobre la fe menguante en las multiplicaciones bíblicas, o la certeza de que ya nadie encuentra pepitas de oro en el río. Pero lo que seguramente jamás se le ocurrió pensar a aquel joven y solícito repartidor que dejaba pan en las bolsas de tela colgadas de los pomos es que la misma prisa que siempre lo acompañó como una sombra durante la noble tarea del reparto perdería un día su derecho a moverse en bicicleta. Jamás hubiera concebido que la seguridad vial de sus pedales, consagrados al trabajo, llegaría a ser considerada un estorbo para la actividad de las ciudades o tratada con tan descabellada desconsideración por la misma oficialidad que precisamente debiera protegerla.
Porque de eso trata, en realidad, todo este desatino urbano que ha querido anteponer la urgencia de quien circula en automóvil frente a la seguridad de aquellos que afrontan la suya pedaleando.
Quiere el Ayuntamiento hacernos creer que quien conduce un coche está más ocupado que el resto de viandantes; que quien acelera en los semáforos en ámbar y acosa en el parpadeo de los pasos de peatones lo hace movido por una extrema necesidad, porque no tiene tiempo que perder o porque el suyo es un tiempo más valioso. Sugiere con sus actos este gobierno local que basta el medio de transporte utilizado por cada cual para justificar su prioridad, que si va usted en coche a tomar una pizza tiene sin duda más prisa que si la entrega a domicilio montado en una bici.
Ya sean repartidores o médicos, profesores o estudiantes, con o sin mochila cúbica de colores, los ciclistas son concebidos por Jesús Julio Carnero y sus concejales como ecologistas cargantes, siempre ociosos, que pedalean sin horarios y sin prisas, semejantes a turistas despreocupados que circulan serpenteando y tarareando tontamente mientras apuntan con la mirada distraída hacia las copas de los árboles. Los imaginan insolentes mientras disfrutan de su trayecto cargados, a lo sumo, con una bolsa de papel kraft de la que asoman, como en el cine independiente y las novelas gráficas de Roca, dos tallos de apio graciosamente inclinados.
Dispone nuestra actual corporación municipal que los ciclistas han de desviar sus canturreos hacia el parque, lejos del viario urbano reservado a las personas ocupadas, que son —como todo el mundo sabe— las que circulan en coche. En el nuevo carril podrán pedalear tranquilamente entre peatones y paseantes, cochecitos de bebé y triciclos de principiante, niños con pelota y perros con correa, ancianos con andador y parejas cursis, de esas que balancean sus manos entrelazadas mientras se miran tan fijamente que olvidan la existencia de un mundo alrededor.
La movilidad municipal impone un nuevo espacio de convivencia imposible e insegura entre ciclistas y peatones porque la alcaldía no está dispuesta a facilitar la seguridad vial de los ciclistas en su uso legal y lógico del viario urbano. Acaso sea ese el motivo de que el nuevo carril bici de las Moreras no haya sido construido por y para los ciclistas, sino por para los conductores que ya estaban hartos de ver cómo se escurrían por el brazo desde el reloj sus minutos de oro, mientras pensaban entre el cabreo y la desolación que a este paso les darían las cinco sin haber comido.
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