Primera prueba
Pongan a Feijóo y a Urkullu en una de esas fotos comparativas de buscar semejanzas y diferencias y verán que la diferencia fundamental está en el proyecto, quizá más que en la ideología, y la semejanza principal está en la estrategia y en la imagen
Había curiosidad por ver cuál sería el resultado de las elecciones autonómicas que se celebraron hace una semana en Galicia y en el País Vasco. ... Y es lógico que así fuese. Otras veces en que se han celebrado elecciones autonómicas más o menos aisladas, o a cierta distancia de las elecciones generales, el interés era muy desigual, teniendo en cuenta las circunstancias del momento, el estado del ambiente político, o el valor que se les concediera como indicio parcial de la situación nacional. Cualquiera de esos factores hacía que al resultado se le diera más o menos trascendencia, o que se le tomara simplemente como factor local sin extrapolación posible a un nivel más amplio y, por tanto, sin demasiada relevancia.
Esta vez había algo especial y común en ambos casos, más allá de que cada una de esas dos Comunidades tenga notorias peculiaridades en la configuración de sus respectivos mapas políticos, entre otras cosas, porque también las tienen en los colectivos sociales que las habitan. Eran las primeras citas electorales después de unas generales que tuvieron que repetirse no hace mucho tiempo y después de la formación de un gobierno de coalición sin precedentes como fórmula política. Pero, sobre todo, eran el primer test de cierta significación después de todo lo que pasó de marzo para acá; o mejor dicho, en medio de todo lo que ha venido pasando en este tiempo, porque es evidente que, con más o menos conciencia o intensidad, seguimos bajo el efecto de la pandemia en todo, en lo psicológico, en lo económico, en lo político, y ojalá que no en lo sanitario.
Recuérdese que estas elecciones estuvieron convocadas para abril, que se suspendieron mientras estuvo vigente el estado de alarma, y que se han celebrado con rebrotes, con restricciones parciales de movimientos y con dudas jurídicas sobre los límites del ejercicio del derecho al voto. Así que, más especialidad, imposible.
Pues, una primera impresión: así como el escenario político español venía dando desde hace unos años cierta imagen de volatilidad inestable y de incertidumbre, estas dos Comunidades son un ejemplo notorio de estabilidad y certeza. Otra cosa es que luego, en el resultado uno a uno, haya de todo, como es bien evidente; pero el titular grande es tan o más evidente: los dos partidos que gobiernan allí desde hace tiempo volverán a gobernar, incluso con más holgura. En el caso de Galicia, con una mayoría absoluta reiterada, y verdaderamente meritoria; en el caso de Euskadi, con un resultado para el PNV mejor que el que tenía y con una opción de acuerdo con el PSOE de allí, que tiene detrás el aval de la experiencia porque ya ocurrió en diversas ocasiones. Es cierto que, en este caso, hay una suma que daría mayoría alternativa, la que podrían formar, por este orden, Bildu, el PSOE y Podemos; a alguno se le pasó por la imaginación, pero pregunten ahora a ver quién se atreve.
Así que da toda la impresión de que la estabilidad, la continuidad y la certidumbre han sido en ambos casos valores al alza. Cabe preguntarse si hay alguna razón común, porque, a primera vista, se trata de dos Comunidades con algunas semejanzas, y muchas diferencias. Las dos tienen fuertes elementos de identidad, lingüísticos, históricos, sociológicos, etc., aunque no hayan producido fenómenos nacionalistas equiparables, sino más bien lo contrario: en Galicia siempre gobernaron 'partidos estatales', con algún matiz; en Euskadi casi siempre gobernó el mismo 'partido nacionalista', con alguna excepción. Pero, más allá de eso, en ambos casos, y aunque cada uno tenga sus peculiaridades bien marcadas, la sensación que proyectan sus gobiernos es de moderación y de haber sabido moverse en zona templada. Pongan a Feijóo y a Urkullu en una de esas fotos comparativas de buscar semejanzas y diferencias, y verán que la diferencia fundamental está en el proyecto, quizá más que en la ideología, y la semejanza principal está en la estrategia y en la imagen. Tal vez sus respectivos electores, ciertamente que con un elevado grado de abstención, que en parte podrán explicar las circunstancias, hayan preferido eso, mantener lo que les da tranquilidad, precisamente en momentos tan turbulentos como los que vivimos. Veremos luego si, especialmente en el caso de Galicia, que es donde ha lugar a plantearlo, el resultado induce reflexión, o incluso cambios, en las alturas, que es pronto para olfatearlo; pero el debate está ahí y eso, en política, no se evita, por mucho empeño que se ponga.
Lo de Podemos en Galicia no tiene parangón: perder de una tacada los 14 escaños que tenían las Mareas, bajando en porcentaje de voto del 19 al 0,22% y quedarse fuera de un parlamento donde era segunda fuerza
La otra evidencia está en la otra orilla. Me refiero, obviamente, al resultado de Podemos y a la redistribución de voto que ha podido producir. En el País Vasco perdió casi la mitad de sus escaños, bajando de 11 a 6, algo parecido a lo que le pasó al PP, que, coaligado con Ciudadanos, bajó de 9 a 5; tiene cierto mérito en ambos casos. Pero lo de Galicia no tiene parangón: perder de una tacada los 14 escaños que tenían las Mareas, bajando en porcentaje de voto del 19 al 0,22% y quedándose fuera de un parlamento donde era segunda fuerza, no tiene precedente. No tengo datos suficientes como para afirmar que tal debacle obedezca solo a causas locales, o más bien responda a una trayectoria general que ya se había apuntado en los procesos electorales más inmediatos, y en la que el papel del liderazgo nacional debería analizarse con rigor. Si hay algo de esto último, no puede dejar de infundir preocupación por doble motivo: hoy por hoy, es un partido con responsabilidades de gobierno nacional en una singular coalición, y su deriva puede tener una negativa incidencia en ese nivel, justo cuando la política nacional necesita más solidez y más templanza para afrontar lo que venga; el otro motivo tiene que ver con la redistribución del voto perdido.
Hagan la cuenta: en Euskadi, Podemos perdió 5 escaños; 4 han podido ir a Bildu y solo uno al PSOE, razonándolo con simpleza; porque los 3 que ganó el PNV perfectamente pueden proceder de los 4 que perdió el PP, yéndose el otro a Vox; pero en Galicia, algo más homologable a estos efectos, de los 14 que perdieron las Mareas de Podemos (ya me dijo un amigo gallego que allí las mareas suben mucho y bajan mucho, según la época del año) nada menos que 13 fueron al Bloque, que subió de 6 a 19, y también solo uno fue al PSOE, que pasó de 14 a 15, relegado a la tercera posición. O sea, que la inmensa mayoría de ese voto tomó el camino del nacionalismo radical en ambos casos. Si el resultado de Podemos, por sí mismo, induce preocupación en la situación actual, más allá de que ponga algunas cosas en su sitio, la dirección tomada por su voto perdido la incrementa. Para el desarrollo de la política nacional esto segundo es peor noticia que lo primero, sin duda, porque si Podemos intenta recuperar espacio por ahí, a base de radicalidad identitaria para marcar diferencia, será mala cosa. Así que, atentos a la jugada.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión