Caso de los ERE: una pecaminosa torpeza
La larga preponderancia del socialismo en Andalucía acabó engendrando un enfermizo clientelismo
El caso de los ERE, sin duda de extrema gravedad, no es del todo encasillable en el epígrafe ordinario de lo que ha sido hasta ... ahora la corrupción política de este país, directa o indirectamente vinculada en general a la financiación ilegal de los partidos políticos y siempre ligada a la explosiva combinación de ambiciones humanas y falta de controles democráticos que ha caracterizado nuestra ya cuarentona etapa democrática.
Chaves y Griñán, expresidentes de la comunidad andaluza, son dos personajes austeros e intachables en su comportamiento personal, de los que hasta sus enemigos dan por seguro que jamás se apropiaron de algo ajeno y que, sin embargo, fueron incapaces de entender algunos de los fundamentos de la democracia y la delicadeza con que cualquier político debe manejar el dinero público.
La larga preponderancia del socialismo en Andalucía acabó engendrando un enfermizo clientelismo, es decir, una connivencia insana entre los poderes públicos y la sociedad civil, que afectó a la neutralidad de ciertas instituciones. A lo que parece, a la luz de la sentencia, se creó un aparato perverso y viciado que socorría a los empresarios «amigos» en crisis, facilitándoles la realización de ajustes de plantilla retribuidos, un empeño opinable que en todo caso debió haberse realizado bajo el estricto control de la Intervención General del Estado y aplicando rigurosamente la normativa sobre subvenciones. Por el contrario, según la sentencia, en 2000 se ideó un artificio para agilizar el pago de aquellas ayudas.
La política, que todo lo corrompe, se ha apresurado a comparar el caso de los ERE con el Gürtel y las deshonestidades del PSOE con las del PP con el fin de sacar rédito de lo ocurrido. El único parangón aceptable es el de la reprobación sin paliativos de cuanto infrinja las leyes.
Dicho esto, muchos españoles sentados –esos que aguardan pacientemente y en estado de reflexión el paso de las horas– tienen su propia opinión sobre las personas, y estoy seguro de que Chaves y Griñán son más criticados por haber engendrado y cultivado un monstruo –un régimen viciado que ha sido fruto de haber ostentado demasiado poder durante demasiado tiempo– que por unas ilegalidades de las que no se han lucrado. Ocuparon cargos de gran responsabilidad, no se enriquecieron, vivieron discretamente, fueron eficaces y serviciales, pero no entendieron los rigores estrictos del servicio público. Todos cometemos torpezas, pero esta fue una pecaminosa frivolidad, una tremenda pérdida de los grandes principios y de la perspectiva. Ellos lo saben y su cara, que es un poema, revela conciencia de su error. Muchos de nosotros, que pensamos que la condena es justa (a expensas de lo que diga el Supremo), no podemos evitar cierta piedad ante lo que para que algunos de los condenados es la dolorosa constatación de un gran fracaso.
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