Otoño
¿No vamos a dejar a nadie atrás? Bonita frase para soltarla en mitad del vuelo rasante de un helicóptero
Este año pueden ahorrarse los titulares y las declaraciones sobre el otoño caliente. Este año pocas cosas se han dejado aplazadas para que friccionen con ... el regreso a la actividad, todas las carpetas permanecen abiertas durante el verano. Otoño incendiado, otoño colapsado u otoño volcánico. Podrán llamarlo como quieran pero la cruda perspectiva será esa. Dulces valses otoñales aquellos en los que el temor más grave que nos acuciaba era la diada catalana, el recuento de manifestantes –la sisa del cómputo oficial y la hinchazón de los amarillos– y las declaraciones de un tal Puigdemont. No, el embudo está ahí, y la caída de la primera hoja será la señal de salida para esa apretada carrera que solo concluirá con la vacuna. Entonces llegará la verdadera nueva normalidad, esa tras la que corremos como el burro detrás de la zanahoria. Habrá que darle alcance.
Y, sí, la alcanzaremos, con el cuello descoyuntado, las piernas fatigadas y los pulmones exhaustos, pero le daremos el primer y el segundo y el tercer mordisco. Lo que dejaremos atrás todavía no se sabe. El cuento ese, plagiado de las películas de marines, de que no vamos a dejar a nadie atrás es eso, cuento chino-americano. Oficialmente ya han quedado atrás casi treinta mil muertos y no se sabe cuántos puestos de trabajo irrecuperables. Las cuentas tardarán años en cerrarse y solo entonces se verá a cuántos, y cuánto de nosotros mismos, hemos dejado atrás.
Los detalles que ahora conocemos sobre lo ocurrido en algunas residencias de ancianos puede ser un anticipo de algo de lo que hemos perdido en este tiempo de pandemia. El anticipo de una dolorosa vergüenza. Personas mayores sin poder valerse por sí mismas encerradas en sus habitaciones pidiendo salir, golpeando la puerta y muriendo de ese modo, desasistidas. ¿No vamos a dejar a nadie atrás? Bonita frase para soltarla en mitad del vuelo rasante de un helicóptero, luciendo un casco de camuflaje y unas gafas de visión nocturna mientras la banda sonora de la película aumenta el ritmo y los decibelios, pero una tristísima mentira cuando se pronuncia por encima de tanto dolor. Solo el deseo de que hubiera sido así puede salvar mínimamente a quienes la pronuncian. Solo la firme voluntad de que no vuelva a ocurrir puede dispensar en parte a los rimbombantes oradores que se adornan con esa falacia como si fuese una promesa electoral más. Porque puede volver a suceder. El otoño también puede ser eso, un nuevo callejón sin salida para una legión de ancianos indefensos que acaban sus días noqueados entre el miedo y la soledad. Abondonados a su suerte. Como si su suerte no fuese la nuestra.
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