La nostalgia de un tiempo que nunca existió
«Al cumplirse los 100 días de gobierno bipartito en Castilla y León parece que hay acuerdo en que ha habido más polémicas que acuerdos entre PP y Vox»
Al cumplirse los 100 días de gobierno bipartito en Castilla y León, parece que la mayoría de los medios de comunicación coinciden en dictaminar que ... ha habido más polémicas que acuerdos entre PP y Vox; pero que nadie se engañe, Vox está haciendo lo que había venido a hacer: dirigirse a su posible electorado de gente descontenta con la intención de ampliarlo. Puesto que, según señala Anne Applebaum en 'El ocaso de la democracia', los que ella considera nuevos partidos políticos seducidos por el autoritarismo actúan al modo de grandes compañías. Esas que, antes de lanzar un producto, hacen el consabido estudio de mercado para publicitarlo entre la clientela de unos concretos sectores demográficos: las multitudes que lo están demandando. Ya que dichos partidos –precisa la autora– «agrupan determinadas cuestiones, las reempaquetan en una nueva unidad y luego las comercializan utilizando exactamente el mismo tipo de mensaje que saben que funciona en otros ámbitos».
Porque se parte de que hay un número importante de personas que necesitan recuperar la estabilidad y confianza que –supuestamente– existió en un pasado remoto. Y es que han ocurrido demasiadas cosas en demasiado poco tiempo. Los descontrolados movimientos de masas desheredadas, como si ellas fueran el efecto resultante del mercado global, de la exportación e importación de mano de obra barata a cualquier precio, han causado una impresión de caos; una sensación de inseguridad; de miedo a lo diverso y recelo hacia 'el otro'.
Así, la propia Applebaum, que dedica la parte final de su obra a la emergencia en España de corrientes similares a las que había conocido en otros países de Europa –como Polonia o Inglaterra–, resume los eslóganes iniciales de Vox en tres palabras: «unidad, armonía y tradición». Y a estas, en efecto, apelaba la formación liderada por Abascal desde su propaganda inicial. Unidad en la patria; armonía –forzada o no– entre sus territorios; y tradición, mucha tradición, que no deja de ser una excelente manera de hurtar la historia.
Pues a qué mundo de antaño, a qué otro tiempo pasado y mejor se nos remite cuando algunos hablan de cierta tradición o tradiciones… ¿De las vigentes y predominantes durante el franquismo? Se hace creer –mediante la manipulación de una idea de tradición rural inmóvil– que, de 50 años para atrás, las cosas eran de una determinada manera porque habían venido siendo así «desde siempre». Y no es verdad. Tuvo que producirse la confesión (tardía pero lúcida) del antropólogo norteamericano –de ascendencia segoviana– Joseph Aceves, para que tamaña ocultación de no pocas realidades quedara al descubierto. Porque no solo los folkloristas nativos, también los antropólogos extranjeros habrían preferido no mirar hacia atrás y alinearse con el silencio respecto a los condicionantes de la Guerra Civil que resultaba tan confortable a la dictadura. Lo cual no constituía únicamente un acto de doblegamiento ante tales situaciones, sino también un falseamiento de las culturas rurales que se pretendía estudiar.
Dado que la «retradicionalización» que se llevó a cabo en el campo para hacer de quienes allí habitaban «buenos españoles y españolas» se encontraba perfectamente programada por el régimen. En lo que se refiere al papel de estas últimas, habrá que recordar que –además de asumir una figura estereotipada de las mujeres– las mismas se vieron privadas hasta de derechos legales, al ser el marido quien firmaba por ellas. De forma que su rol sumiso –presentado como 'tradicional'– no sería tampoco ajeno al mencionado proceso, aunque no resultara concorde con el protagonismo efectivo de las mujeres en aquellas áreas donde se hacían cargo de las labores del campo o del ganado, al ausentarse los hombres del pueblo por distintos motivos, como podía ser la práctica de la'carretería'.
De igual modo que el éxodo temprano del agro a la urbe tuvo que ver –en buena medida– no nada más con su tecnificación o el desarrollismo que el franquismo posteriormente impulsara, sino con las consecuencias de un sistema represor. Por lo que no ha de sentirse la nostalgia de ese tiempo idílico que nunca existió.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión