Mundos aparte
La España actual es muy diferente de la de hace noventa años pero, como entonces, los políticos optan por la exclusión y confrontación con el oponente
España produce más política de la que puede consumir», es el certero resumen de La Vanguardia sobre nuestra compleja situación política, que cada vez recuerda ... más a la frustración de la Segunda República Española. Aquel nacimiento generó grandes esperanzas de regeneracionismo y progreso en gran parte de la Sociedad, en especial entre intelectuales, pero sus expectativas se redujeron con rapidez a medida que la República avanzaba su hipertrofia política que, lejos de resolver problemas a los ciudadanos, los incitaba a la intolerancia y la violencia, como advirtió el premonitorio «No es eso, no es eso» de Ortega y Gasset. La España actual es muy diferente de la de hace noventa años pero, como entonces, los políticos optan por la exclusión y confrontación con el oponente. De hecho, se ha dinamitado el espíritu del Consenso Constitucional, sustituido por una charca donde se enfrentan sus defensores y chapotean sus enemigos.
La compleja situación española nace con la crisis financiera e inmobiliaria de 2008, no superada totalmente; la contamina la amenaza independentista y la remata la pandemia de la covid, de alcance económico devastador pues, sin controles del Banco Central Europeo hasta 2022, se vive del endeudamiento del Estado. La ayuda de la UE será importante, pero nadie debe engañarse; los fondos dependen de aportaciones de países miembros como España y, aunque reciba más de lo aportado, no cubrirá el profundo boquete económico. La realidad es que el PIB de la economía española bajó del octavo puesto (2007) al catorce (2019) en el ranking del FMI. Esa posición puede descender según sea la recuperación de la pandemia, que golpea duramente a sectores productivos básicos y provoca la mayor caída del PIB (11%) en países desarrollados. Se espera que sea rápida, pero algunos sectores no recuperarán la situación previa y, simultáneamente, países emergentes logran mayores desarrollos, pues el mundo cambia con rapidez.
El FMI ha alertado de la previsible conflictividad social, una vez superada la pandemia y reducidas sustancialmente las ayudas públicas para paliar sus efectos económicos. España ofrece un escenario poco halagüeño en vista del avance de la pobreza, reflejado en las crecientes colas del hambre, y de protestas vandálicas de dudoso origen. Hace tiempo que no sorprende la connivencia, de algunos sectores políticos en el poder que simpatizan con los violentos y eluden una función básica que ostentan: garantizar el orden público y la seguridad ciudadana. Los intentos de linchamiento de policías, anticipan más acciones criminales en violentos escenarios, fruto del malestar social inducido por la crisis económica de la covid, cuyos efectos se despliegan como matrioskas rusas, cada una detrás de la anterior. La mayoría ciudadana se muestra responsable y solidaria ante una situación restrictiva tan dilatada, pero tiene sobrados motivos de preocupación, vistos los hechos.
Un escenario tan complejo y preocupante debería llamar a la responsabilidad de los políticos, elegidos para resolver problemas a los ciudadanos, y favorecer consensos ante las graves amenazas que se adivinan; por desgracia no es así. Lejos de ello se entregan a un juego político del que los ciudadanos son rehenes. Hace tiempo que la política parece una cosmética para el acceso al poder, a cualquier precio, y su disfrute; todo ello crea distanciamiento y desconfianza entre la clase política y respecto a los ciudadanos. Las elecciones catalanas pasadas lograron la participación (53,6%) histórica mínima, que descendió el 34,80% respecto a los resultados de 2017 (participación de 81,94%).
El esperpento de las mociones de censura encadenadas evidencia la miseria que alcanza nuestra política, dada a conspiraciones de personajes cuyo único empeño es el poder. Para ello recurren al cainismo de nuestro pasado más lamentable. La ocasión deja una víctima política singular: Ciudadanos. Una plataforma de Regeneración Política promovida en 2005 por intelectuales, convertida en partido en 2006, y cuyo crecimiento fue admirable hasta diciembre de 2018, cuando ganó las elecciones en Cataluña (36 diputados) y alcanzó su cénit en 2019 con 57 diputados en Las Cortes. Cs nació para posibilitar la Regeneración como partido bisagra, pero cuando pudo no quiso y cuando ha querido no ha podido, entrando en la maquiavélica trampa de elefantes urdida por La Moncloa: el resultado era destruir el limitado poder del PP o a Cs. Su extinción anunciada es una desgracia para la atribulada política española. En sus antípodas, el populismo de izquierda, su caudillo se impulsa a seguir los pasos del Che y abandona oropeles de vicepresidente, para enfrentarse a la «derecha criminal» en la selva de la Comunidad de Madrid; una retórica de confrontación que avanza sus futuras posiciones de conflicto político. La situación de dos alternativas, nacidas para regenerar la política, añade fragilidad al sombrío panorama de nuestra Democracia, impulsada a una conflictividad irresponsable, pues políticos y ciudadanos parecen vivir mundos aparte y mucha gente ya no vota por algo, sino contra alguien.
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