La muerte a nuestro pesar
Después de las palabras ·
La muerte no tiene palabras apropiadas que la definan, que la expliquen, siquiera que anuncien su presencia. La muerte, de la que se ha escrito ... y se escribirá infinitamente, no tiene palabras. Sabemos que la muerte es devastadoramente justa con todo lo vivo, a nadie perdona, no hace excepciones, la naturaleza iguala a todos en un objetivo común que es la ausencia de cualquier objetivo
La muerte se lleva la vida y con ella se lleva también cada muerte individual. La muerte es limpia, no deja huella. Con la vida, se va también la muerte. Perdemos lo que ganamos, así es la naturaleza de la vida, y sobre todo así es la naturaleza humana. Lo que nunca llega es lo que nunca abandona el punto de partida. Desde la quietud no es posible alcanzar la muerte sin el previo desgaste de la vida. Uno a uno, todos morimos y la vida no se inmuta, sigue su curso imperturbable, pues es sencillamente la realidad. Solo lo que es real muere.
La liberación definitiva no es la muerte, sino su aceptación sin necesidad de ser comprendida. Y ni siquiera eso. La muerte es un simple desenlace, el morir es un proceso: el de vivir. El nacimiento es probabilidad, a cambio la muerte es (in)esperada certidumbre. La muerte borra la expresión de los rostros, de hecho los enmascara ante la impotencia y perplejidad de los vivos.
La muerte, fiel amiga en los días del crepúsculo, amante secreta que pronto deja de serlo. El derecho a una muerte digna es algo más que un derecho, tal vez sea un deber inexcusable en una especie como la nuestra, que se vanagloria de ser moral, ética y orgullosamente consciente de su humanidad. El humilde pájaro agoniza, sabe que no tendrá ayuda, que no habrá compasión con él y no protesta.
Las convicciones religiosas aparecen con el sentimiento humano del miedo a morir, el resto de especies irracionales no tiene la necesidad de ese sentimiento. La muerte, si fuera algo, es un acto natural inevitable.
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