Miguel Delibes y el Derecho Mercantil
«Encauzada su verdadera vocación hacia el periodismo y la literatura, el Derecho Mercantil pasó a un segundo plano»
Apunto de concluir este, por tantos motivos malhadado, 2020, se acaba también el año de celebración del centenario del nacimiento de Miguel Delibes. Es probable ... que más de uno de los eventos programados con tal motivo se hayan visto afectados por la pandemia, pero, a pesar de ello, la vida y la obra del ilustre paisano estuvo muy presente en este tiempo. Hoy, sin duda, muchos de nosotros conocemos mejor su trayectoria y su legado; el literario, desde luego, pero también el otro, el personal, ese que nos permite apreciar que detrás de cualquier producción intelectual, en cualquier ámbito, hay un ser humano, con su circunstancia. Y la circunstancia es siempre una delicada amalgama de ilusiones, logros, renuncias, alegrías y pesares. Siempre hay de todo.
Pues barrunto yo que, siendo tan notorio y elevado el impacto de la obra de don Miguel en su faceta de escritor, o en su labor periodística, hayan podido pasar más desapercibidos en la efeméride otros atributos; sin duda, y por lo que me alcanza, su condición de catedrático de Derecho Mercantil en la entonces Escuela de Comercio de Valladolid, con Cátedra ganada en 1945, tras seis años de preparación, poco después de su incorporación a la plantilla de El Norte de Castilla, en 1944, y poco antes de contraer matrimonio, en 1946, y de ganar el Premio Nadal, en 1947. Una acumulación de acontecimientos verdaderamente singular, con una consecuencia cierta: encauzada su verdadera vocación hacia el periodismo y la literatura, el Derecho Mercantil pasó a un segundo plano.
Por ventura fue así; imaginen por un momento que don Miguel hubiera dedicado su tiempo y sus afanes a escribir sobre esos prosaicos asuntos que nos ocupan y preocupan a los colegas de tal asignatura; imaginen, por poner algún ejemplo, que tratar sobre los efectos que produce la firma del aval en una letra de cambio, o sobre los requisitos para celebrar válidamente la junta general de una sociedad anónima, o sobre las obligaciones del tomador de un contrato de seguro, o, en fin, sobre las formas de concluir un concurso de acreedores, que en aquel tiempo era una quiebra o una suspensión de pagos, le hubiera ocupado el tiempo, dejando sin escribir 'Cinco horas con Mario', o 'Los santos inocentes', o 'El hereje', por citar algo.
Hubiera sido imperdonable y a todos los que nos hemos dedicado al Derecho Mercantil a lo largo de la historia nos hubieran faltado vidas para lamentar que nuestra disciplina académica fuera la causa de tal dispendio. Conste que yo hubiera dado los dedos de una mano por leer uno de esos trabajos jurídicos salidos de su pluma; pero maldita la gracia que le hubiera hecho al resto de la humanidad.
Resuelta esa disyuntiva, hay dos detalles que me producen especial emoción. Uno puede parecer más anecdótico, pero está lleno de nostalgia; el otro es más revelador y está lleno de significado.
«Yo hubiera dado los dedos de una mano por leer uno de esos trabajos jurídicos salidos de su pluma»
Aquella Cátedra de Derecho Mercantil de la Escuela de Comercio que don Miguel ganó, tras realizar estudios de Comercio y de Derecho, había estado ocupada por su padre, don Adolfo Delibes. Y es de suponer que el precedente obligaba a prepararla a conciencia, teniendo en cuenta el modelo radicalmente memorístico que regía las oposiciones de entonces, y algunas de las de ahora. Objeto obligado de la memoria debía ser el venerable, entonces no tanto, Código de Comercio de 1885. En algún banco del Campo Grande el joven opositor le recitaba a su novia los artículos del Código, y sé de buena tinta –él mismo lo narra en 'Mi vida al aire libre'– que ella, a falta de otro marcador, señalaba con el carmín del pintalabios los artículos, no sé bien si los que estaban definitivamente memorizados o los que necesitaban algún repaso más.
Daría yo los dedos de la otra mano por hojear y ojear ese ejemplar, si es que se conserva; por comprobar donde está el énfasis del carmín, en qué contrato, título, concepto o institución, de aquellos 955 artículos que componían el Código, se detuvo con más insistencia el pintalabios. Cambió luego la enseñanza del Derecho Mercantil por la enseñanza de la Historia y hasta editó dos pequeños manuales ('Síntesis de Historia de España' y 'Síntesis de Historia Universal y de las Civilizaciones'), pero aquel Código de Comercio decorado constituye un entrañable tributo a la nostalgia.
El otro detalle nos reconcilia verdaderamente a los profesores de Derecho Mercantil con nuestra disciplina, con frecuencia tildada de árida y tediosa. Resulta que, en la preparación de aquella oposición, Miguel Delibes manejaba una obra jurídica, que venía a ser una especie de Biblia o Libro sagrado de la asignatura por aquel entonces: el 'Curso de Derecho Mercantil', escrito entre 1936 y 1940 por don Joaquín Garrigues, insigne profesor de la Universidad de Madrid, al que todos nosotros consideramos algo así como el padre fundador del Derecho Mercantil en España. Don Joaquín, que luego presidió el Tribunal de la citada Cátedra, era un personaje de porte venerable.
Tuve ocasión de conocerle en persona a principios de los 80 en varias jornadas que se organizaron en Madrid para debatir sobre la necesaria renovación del Derecho Mercantil en España y le escuché decir emocionado que creía encontrarse en la última vuelta del camino. Falleció en enero de 1983, y al cumplirse un año, concretamente el 18 de febrero de 1984, Miguel Delibes publicó en 'ABC' un artículo titulado 'Garrigues, el maestro', en el que, además de reconocer su mutua afición a la caza, hacía expreso reconocimiento de algo que había afirmado frecuentemente en ocasiones anteriores, que don Joaquín «consiguió interesarme por la palabra escrita, seducirme con sus múltiples combinaciones y, en consecuencia, ganarme para un mundo, el de las letras, en el que yo nunca había soñado entrar».
Añadía, con gracejo, algunas muestras que le habían llamado la atención: como explicaba la responsabilidad derivada de la letra de cambio diciendo que todo firmante era su esclavo, o como definía la esencia del concepto del buque diciendo que todo lo que flotara, desde una boya hasta un hidroavión, era buque en el sentido jurídico.
Extraigo de la estantería el ejemplar del 'Curso' que adquirí en mis comienzos académicos: es la séptima edición, de 1976, en dos tomos de 969 y 835 páginas respectivamente, con precio aún marcado de 1.250 pesetas. Lo abro al azar y releo un párrafo sobre la aportación del socio comanditario en ese tipo de sociedades. Dicho así les parecerá casi un acto de auto masoquismo. Hagan la prueba si tienen ocasión. Miguel Delibes la hizo, y ya ven los resultados. Aunque exagerara un punto en su apreciación literaria, a mí, y a tantos colegas, nos llena de orgullo, en la ínfima medida en que nos alcanza, saber que nuestra disciplina, a través de la pluma de Garrigues, tuvo tal influencia en su vocación de escritor.
Lo dicho, feliz centenario de don Miguel; y feliz Año Nuevo, que por fuerza ha de mejorar al viejo.
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