Inmadurez inepta
Rechazamos las arrugas, el olvido, las costumbres. No nos damos cuenta de que este intento ridículo de negar nuestra condición humana nos resta honestidad y lucidez
Urge que nos reconciliemos con la vejez. La noticia de un hijo que encierra a su madre de 94 años en su habitación durante ... meses es un reflejo de lo que pretendemos hacer con nuestra vida. Reina entre los adultos la esperanza de morir jóvenes, como si la etapa final de aquellos que tienen la suerte de vivir mucho tiempo fuera un fracaso.
El joven autor de este acto tan deleznable como patético nos invita a reflexionar sobre la actitud infantil que nos gobierna ante la muerte. No le pasa a todo el mundo –hay mucho estoico en potencia que asume el paso del tiempo con aire triunfal–, pero, en general, lo que se ve hacia los mayores es de un idealismo que roza la falta de respeto.
Hemos pasado de ver en la vejez valía, a valorar con sentimiento trágico su proximidad al fin de la existencia. Nos compadecemos del que aparenta fuera de todo lugar social. Rechazamos las arrugas, el olvido, las costumbres. No nos damos cuenta de que este intento ridículo de negar nuestra condición humana nos resta honestidad y lucidez.
Stein llegó a una conclusión menos melancólica que Unamuno al respecto. «Podemos hacer realmente poco con lo que se nos da, pero debemos hacer ese poco», incluso cuando nos falle el pulso. Lo más urgente es concedernos el derecho a envejecer y superar la «inmadurez inepta», que denominara Ortega, de una época reacia a reconocer la verdadera belleza y asumir, como Víctor Hugo, que «en los ojos del joven arde la llama y en los del viejo brilla la luz».
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