Fin de la cita
«Se asoman las elecciones y Valladolid está haciendo el cambio de armario para lucir sus mejores galas»
Adiós a los leotardos. Aparecen las lluvias intermitentes, las tardes efervescentes en mangas de camisa, las sobremesas de solos con hielo. El cielo intercambia estorninos ... por golondrinas. En un pestañeo florecen los frutales.
El recuerdo de hace tres años, de bicis colonizando carreteras y corzos saltándose semáforos, queda muy lejos. Esta primavera veremos cómo los cambios de temperatura alteran al personal con los vapores del olor a pan candeal.
Se asoman las elecciones y Valladolid está haciendo el cambio de armario para lucir sus mejores galas. Desde aulas y despachos escuchamos a los jardineros pasar el cortacésped bien temprano.
Con Saravia fuera, Puente pasado de vuelta y Vicente de Pedro bajando la persiana, Carnero siente el empujón sin aviso al pulso por la alcaldía. En los pasillos del ayuntamiento se respiran nervios: una mezcla de astenia primaveral y ciclotimia.
Pronto, unos y otros se echarán en cara las promesas incumplidas: el soterramiento de las vías del tren, la recuperación de la N-122, la falta de personal sanitario. Florecerá el orgullo oculto propio de un noviazgo que expira.
Igual que los pretendientes «deben creer en la primavera», como reza el disco de Bill Evans, los candidatos disponen de poco más que su fe para las elecciones. Superarlas con dignidad depende de tomarlas como esta estación que viene y no se explica, de brotes verdes y metamorfosis, y asumir, como hacen los enamorados invernales, que la primavera es el anuncio del fin de la cita.
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