Madrid y el asunto Vox
Podemos tuvo caldo de cultivo en una crisis más netamente económica, en la que asomó también con notable virulencia; Vox lo ha tenido en una crisis sanitaria
Era bastante previsible que la campaña electoral madrileña, tal como venía evolucionando el clima político general, terminaría por enfangarse en cuanto saltara cualquier chispa. Se ... planteó desde el principio con un alto nivel de frentismo, con una forma de contraposición de bloques cada vez más virulenta, y esta oleada reciente de amenazas, radicalmente condenables, descalificaciones, mensajes agresivos, estallido de debates frustrados, expresiones de odio, condenas selectivas de la violencia, intentos estratégicos de cordón sanitario, etc., encontró el ambiente ya suficientemente caldeado, hizo el resto. Se podrá luego valorar si las reacciones de unos y otros han sido proporcionadas, si ha habido algo, o mucho, de sobreactuación o de exageración, con el fin lógico de rentabilizar electoralmente los acontecimientos; el contexto de una campaña electoral tan reñida como parece ser ésta siempre ofrece un escenario propicio para dimensionar los hechos en función de los intereses. Cosa explicable, y hasta comprensible.
Al fin y al cabo, estas elecciones, que no tocaba hacer, venían ya 'ambientadas de fábrica', con una disparidad creciente en la forma de afrontar la pandemia y sus efectos, con la presentación de aquellas mociones de censura que tanto dieron que hablar y con la inmediata elevación del nivel de afectación política, que las ha convertido en algo mucho más relevante que unas simples elecciones autonómicas. ¡Y vaya si se aprecia todo ello! La reducción del discurso electoral a una gruesa contraposición ideológica (comunismo/fascismo), con invocaciones continuas a lo elemental (democracia y libertad), seguramente ha impedido debatir sobre lo que hubiera correspondido (los problemas presentes y los programas para abordarlos), ha dificultado enormemente la percepción de mensajes más sosegados y menos trepidantes, ha modificado el perfil de algunos candidatos que tienen ideas pero no actitud para la gresca (¡toda mi solidaridad con Ángel Gabilondo en particular¡) y, en fin, ha transmutado lo que debiera ser una campaña electoral normal, en una especie de «tratado del despropósito». Y notorio es que a tal escenario han contribuido factores de la más variada naturaleza: unos más objetivos, derivados de la grave situación sanitaria, económica y social; otros más subjetivos relacionados con la vocación intensamente agitadora, y escasamente empática, de algún candidato/a, o con los profundos efectos modificativos o extintivos que estas elecciones pueden tener para algunos grupos políticos.
Sería deseable, pues, que, terminado el episodio, y sea cual sea el resultado electoral, que habrá de respetarse en la doble dimensión que se avecina (me refiero al resultado como tal, y a las alianzas o acuerdos de gobernabilidad que previsiblemente serán necesarios), se produjera un cierto retorno a la normalidad, rebajando ese tono de pelea por arriba que, con la inestimable ayuda de esa forma corregida y ampliada de traducirlo en las redes y en algunos medios de comunicación, amenaza con bajar a la sociedad, penetrar en las relaciones personales y activar una peligrosa extensión del odio. Hasta es posible que la expresión formal de compromisos firmes en ese sentido pacificador alcanzara el favor electoral de un buen número de electores en estas últimas horas de la campaña electoral.
Si hasta aquí he conseguido describir con algo de acierto lo que ha venido ocurriendo en el evento madrileño, resultará imprescindible dedicar alguna reflexión particular al análisis de un factor que ha concentrado una buena parte de las reacciones, comentarios, argumentarlos y alegatos de estas semanas. Como ya podrán imaginar por el propio título de estas líneas, me refiero al 'asunto Vox', pues es evidente que casi todas las estrategias de polarización que se han puesto en marcha en esta campaña, y antes de ella, tienen como referencia a este grupo. Sean por sus propias actitudes, sean por las de los demás frente a ellos, en forma de silencios calculados o de cordones sanitarios, lo que pudiera parecer inicialmente fruto de tácticas electorales estudiadas se ha convertido en un 'asunto'. Cuando se advierte de riesgos para el modelo democrático de convivencia y se invocan los más nobles principios y sentimientos para neutralizarlo, debe ser porque hay algo más que un interés transitorio con fecha de caducidad el próximo 4 de mayo.
Así que resultará oportuno darle una vuelta a este fenómeno: porqué lo que podemos etiquetar convencionalmente como la 'extrema derecha' ha llegado a ocupar una posición, ya no residual sino relevante, en la política española, emergiendo con fuerza a la derecha del PP. Curiosa pregunta; no hace mucho se hacía similar interrogante al otro lado: porqué a la izquierda del PSOE había crecido con tanta rapidez una opción como la que representó Podemos, con más expectativas que las que históricamente tuvieron en ese espacio el Partido Comunista o Izquierda Unida. Y curiosa observación: Podemos tuvo caldo de cultivo en una crisis más netamente económica, en la que asomó también con notable virulencia; Vox lo ha tenido en una crisis sanitaria. También ocurre que todas las crisis terminan teniendo algo en común en sus efectos sociales y políticos; aumenta la inseguridad, el desasosiego, la desconfianza y la indignación, y eso empuja muchos votos hacia los extremos que más se confronten con lo establecido. Creo que así pasó entonces y así ha pasado ahora, dejando a un lado el especialísimo supuesto de Ciudadanos, nacido y crecido en la zona media, y empeñado con exitosa contumacia en convertirse en su propio enemigo.
Luego están las circunstancias favorables, porque todo ocurre en un contexto. Vox apareció en escena en aquellas elecciones andaluzas del otoño de 2018, unos meses después de aquella moción de censura que cambió un gobierno del PP, en minoría, por uno del PSOE, también en minoría. El PP estaba bastante desvencijado, en un tenso proceso sucesorio; el PSOE intentaba sostener un gobierno necesitado a cada paso de apoyos complicados, de Podemos, de ERC, de Bildu, entre otros. Una situación objetivamente propicia para que Vox saliera a la luz. Y salió. Y el PP lo recibió con sentimientos encontrados: le restaba votos, porque salía de su seno, pero, llegado el caso, lo tendría como aliado. Y al PSOE no le hizo ascos: si Vox se plantaba en un 10% y el PP se quedaba en un 20%, bingo; unas elecciones generales estaban cerca, y ya se sabe, tu ventaja crece con lo que perjudica a tu adversario. Y así ocurrió. Y ahora, cuando se invocan los riesgos y se toca a rebato, conviene recordar que la política de corto plazo también tiene inconvenientes. Así que después del día 4 le seguiremos dando una vuelta por si aún tiene remedio.
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