La 'politización' de la cultura y otras tonterías
«Hay un cierto paralelismo entre la invisibilidad que se ha decretado, desde la esfera política occidental, en torno a los pueblos que no son asimilables al formato europeo de naciones, y el olvido o desdén hacia otras tantas culturas»
Hay políticos y políticas que parecen empeñados en poner de manifiesto que no saben qué es la cultura o prefieren seguir haciendo como que lo ... ignoran. Por ejemplo, cuando protestan por la 'politización' de la misma y pretenden que política y cultura se mantengan absolutamente separadas. Es extraño, sin embargo, que se empecinen en esa pretensión, cuando están más que enterados de que apenas existe nada en su uso, por poderes y contrapoderes, que resulte inocente. Y ellos son los primeros en conocerlo. O en valerse, sin escrúpulo alguno, de su manipulación para fines casi siempre inconfesables.
Desde la antropología tenemos –o creemos tener– más o menos claro en qué consiste la cultura. La mayoría de los antropólogos asumen la importancia del concepto de la misma para su desempeño, pero hay –con todo– quienes recelan de él y de lo que creen exageraciones o abusos en su utilización, mientras otros estamos convencidos de que la cultura es un medio, pero no un fin: sabemos de las ambigüedades y riesgos de la palabra y no pensamos que la tarea antropológica deba reducirse a la indagación sobre ella. Sería la investigación sobre la vida humana en su conjunto lo que nos propondríamos; y esto –por supuesto– no puede hacerse si no es a través del estudio de la cultura o culturas, que hasta el momento (y que sepamos) es lo que nos hace humanos cabalmente.
Como decía mi colega Ángel Díaz de Rada en un interesante libro de irónico título sobre Antropología, cultura y otras tonterías (2010): «Cada vez que un medio de comunicación confunde a las élites intelectuales con 'el mundo de la cultura', un periódico separa la sección de 'economía' de la de 'cultura' o una ministra confunde 'cultura' con 'escolarización', se está construyendo un mundo social indeseable».
Mientras, indígenas y campesinos, vueltos en migrantes, se ven –hoy– obligados, muchas veces, a pasar por un vía Crucis de adaptaciones al sistema y cultura del país de destino. Sea por la aplicación de baremos discutiblemente etnológicos –y casi siempre opacos o secretos– que aplican las oficinas de inmigración o, de manera más manifiesta, con programas 'naif' como los que pretenden poner en práctica determinados partidos europeos. Programas como esa especie de carnet por puntos u «oposición a ser español» que garantizaría la ascensión de los inmigrantes al estatus de poder ser tenidos por uno de nosotros, una vez se asimilen a nuestra lengua, cultura, costumbres, sistema económico y político. Resumidamente, y en palabras del actual líder de la oposición, «que se merezcan ser españoles».
No menos clave, para afrontar la deconstrucción de tal asunto, resulta la idea de que la personalidad o 'carácter' individual –y se supone que también colectivo– son transmitidos por genes, algo científicamente no demostrado y, además, casi indemostrable. Lo que fue claramente contestado, en cuanto que se trataba de una pseudo-etnologia más que amenazadora, por Levi-Strauss en su ensayo 'Raza e Historia' (1952), texto escrito a petición de la Unesco, para zanjar el debate sobre la triple unidad de raza, carácter y cultura de los pueblos, tras comprobarse los desastres a que había llevado esa creencia, al generar los crímenes del nazismo. Pero el trasladar las características que se otorgaba –entonces– a la raza hacia lo cultural trajo nuevos peligros, propiciando el rechazo o la discriminación de los 'otros', en razón de las diferencias culturales.
Pues hay, de otra parte, un cierto paralelismo entre la invisibilidad que se ha decretado, desde la esfera política occidental, en torno a los pueblos que no son asimilables al formato europeo de naciones, y el olvido o desdén hacia otras tantas culturas –mayoritariamente orales–. ¿O es que, acaso, cosas como ésta y el implantar la aceptación de la cultura propia a modo de criba para el permiso de entrada a un país, el blindaje y subvención de 'artes' tan polémicas como la tauromaquia, la caza o el manoseo de la 'tradición autóctona' no constituyen politizaciones culturales? No –se dirá–. Eso es solo 'ser español' y –como dijo aquel cráneo privilegiado de la retórica hispana– «mucho español».
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