Otro desgarro en el alma de Europa
«La invasión rusa de Ucrania, por una parte, y la proyectada ocupación israelita de Gaza, por otra, tras el terror desencadenado por Hamás, sitúa a la Unión Europea delante de sus contradicciones más íntimas»
Resuenan, hoy, voces advirtiendo de que Europa corre el riesgo de «perder su alma» en el conflicto que amenaza con asolar Gaza. Y, si ... bien es pronto para pensar que ciertas actitudes o decisiones de la UE puedan conducirnos a ese supuesto extravío del «auténtico espíritu europeo», también parece verdad que su postura no ha sido lo suficientemente rotunda y ecuánime.
Puesto que ha habido una repulsa mayoritaria de su parlamento a la acción terrorista de Hamás, pero no tanto de los desmanes posteriores cometidos por fuerzas militares de Israel sobre la población civil de Gaza. La posición oficial de sus portavoces sólo aparenta una forzada equidistancia, que se resumiría en una declaración más matizada con la cual, por un lado, se apoya el derecho de Israel a defenderse, mientras –por otro– se hace una llamada a que su respuesta contra Hamás resulte proporcionada. Pero no estaría siendo –precisamente– así. Los números cantan. O, dicho de otra forma, la diferencia entre las cifras de muertos y heridos son obvias. No hay proporcionalidad. Como ponía de manifiesto con sus palabras una desesperada mujer palestina frente a las cámaras de los reporteros: «Nuestra sangre no vale menos que la de otras personas».
¿El motivo para ello? Existen intereses económicos y afinidades culturales, aunque –sobre todo– prevalece una mala conciencia respecto al comportamiento vergonzante que los gobiernos de naciones como Alemania, Italia o Francia tuvieron hacia los judíos antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Europa había cambiado –ya– a partir de la Primera, porque -como escribió con lucidez Stefan Zweig- «desde entonces, las tinieblas que sumieron a Europa todavía no habían llegado a disiparse del todo sobre el horizonte del continente antes tan claro». La Europa unida y referencia de libertades que Zweig y otros muchos anhelaban entró en un periodo oscuro que la alejaba de sus orígenes y principios.
Pues ¿en qué consistiría el milagro griego que constituye la esencia de Europa? Si es que –a estas alturas– cabe hablar de «esencias», «espíritus» o «almas» de naciones (y menos de continentes, como se atrevían a hacer los románticos alemanes). Seguramente, en la superposición o fusión –que se diría ahora– de modelos míticos y científicos para intentar comprender el mundo. Un enunciado que se atribuye a Tales de Mileto lo explica muy bien: «Todo es agua y el mundo está lleno de dioses». Lo material y lo inmaterial. Materia y antimateria.
Los griegos no tenían propiamente religión, sino mitos. O –dicho de manera más genérica y, al tiempo, abstracta–: la poesía. Homero inventó a los griegos, o como también se ha dicho en alguna ocasión, les enseñó por dónde habrían de caminar. Y los autores clásicos del teatro los terminaron de modelar o regular como ciudadanos. Ya que, según ha escrito Richard Tarnas en su libro sobre La pasión de la mente occidental: «Si de Homero se dijo que era el educador de Grecia, los autores trágicos, con sus representaciones teatrales que tenían más de sacramento religioso comunal que de acontecimiento artístico, expresaron a su vez la progresiva profundización espiritual de la cultura y modelaron su carácter moral».
Fue –justamente– sobre el legado inmenso de la Antigüedad clásica que se construyó un relato de humanidad y una aspiración democrática de libertad o justicia: el sueño humanístico que rescató el Renacimiento y que, junto a los derechos otorgados a cualquier persona por el hecho de serlo, ha inspirado el verdadero y único progreso del mundo. Si Europa renuncia a esta responsabilidad –contraída históricamente– de sentir compasión ante el semejante e indignación ante la iniquidad y atropello contra inocentes, traicionará –de algún modo– lo mejor de sí misma.
La invasión rusa de Ucrania, por una parte, y la proyectada ocupación israelita de Gaza, por otra, tras el terror desencadenado por Hamás, sitúa a la Unión Europea delante de sus contradicciones más íntimas. Son guerras o conflictos que la tocan y conciernen; convulsiones que acabarán alcanzándola. Un zarpazo a sus pretensiones de paz y prosperidad. Otro desgarro en la dolorida alma de Europa.
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