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Veinte años han pasado desde aquel 11-M de 2004 y el recuerdo de la horrible masacre sigue muy vivo. Baste observar la proliferación de ... imágenes, testimonios, opiniones y comentarios que nos lo hicieron revivir en estos días pasados para comprobarlo. Y es perfectamente comprensible que sea así teniendo en cuenta la magnitud de aquel atentado que ocurrió aquel jueves previo a la celebración de unas elecciones generales el domingo siguiente. Lo que ya no es tan comprensible es que 20 años después se haya vuelto a reproducir el ambiente de división y tensión que entonces se extendió en la política y en la sociedad, afectando incluso a las propias víctimas que, en su persona, en su familia, o en su entorno más cercano, experimentaron más directamente la tragedia.
Ocurrió aquellos días un atentado de proporciones descomunales; ocurrió también que, desde el ámbito del Gobierno de entonces, se intentó confundir sobre la autoría, atribuyéndolo a quien no correspondía; y ocurrió, en fin, que las elecciones generales de tres días después arrojaron un resultado previsiblemente bastante distinto del que se hubiera producido en condiciones normales. Cierto fue que estuvieron influidas por un ambiente fuertemente pasional que tuvo impacto en el voto, aunque no sea posible establecer en qué medida se produjo eso. Muchos analistas han mantenido luego la opinión de que el ciclo electoral del PP (había gobernado en minoría y con mayoría absoluta las dos legislaciones anteriores) aún no había tocado techo en aquel momento y de que quedó abruptamente interrumpido por aquellos sucesos, más por la reacción engañosa que por el propio atentado. Y yo también pienso lo mismo.
Me ha venido también a la memoria que, justamente cuando se cumplían 10 años de aquello, iniciaba yo mi colaboración en estas páginas. Era el jueves 13 de marzo de 2014 cuando publiqué un primer artículo que llevaba por título «Con pedir disculpas, basta». Y decía en él que, habiendo recaído ya sentencia sobre la autoría, no entendía que siguiera alimentando la incógnita de si la verdad jurídica se correspondía o no con la verdad real. Porque habían pasado 10 años y ninguna de las hipótesis alternativas que se alentaron sobre la autoría había podido ser confirmada. Así que concluía yo que era el momento de intentar un reencuentro colectivo, reconociendo errores, que ayudara a cerrar heridas y paliar el sufrimiento de víctimas y familiares que tuvieron un sufrimiento añadido a causa de la división.
Diez años más han pasado y, por lo que hemos visto estos días, no parece que la cicatriz esté cerrada del todo. El tiempo transcurrido habrá podido poner distancia, atenuar las reacciones y diluir los efectos; pero el mar de fondo sigue ahí, turbio y amenazante, a poco que se escarbe en la superficie. Entre otras cosas, porque también se ha reiterado una opinión muy extendida, que afirma que en aquellos acontecimientos está el origen de un escenario político tenso y polarizado que llega hasta nuestros días y que no tiene visos de quedar superado, sino más bien lo contrario, pues ofrece cada día muestras de que siempre se puede subir un escalón más en esa peligrosa pendiente.
Y también esto es bastante cierto. Había habido antes fases de contraposición política intensa y de elevada crispación en ciertos momentos, especialmente cuando el ciclo de gobiernos del PSOE iba tocando a su fin tras una larga etapa y el centro derecha, ya organizado y concentrado en torno al PP, veía cerca la alternancia. Pero no se habían conocido hasta entonces estrategias de deslegitimación tan radicales como las que se fueron dibujando tras aquellas elecciones de 2004, aunque es verdad que los tiempos y la intensidad fueron desiguales y hasta hubo momentos de razonable tranquilidad, y así pude comprobarlo en el breve periodo (2008 a 2011) en que participé como diputado en la política nacional.
El gobierno del PSOE se extendió esta vez de 2004 a 2011. Para entonces se habían desatado todos los demonios económicos que cabría imaginar, y aquella terrible crisis, de la que surgió el 15-M y otras tendencias, hizo el resto. Volvió al gobierno el PP en 2011, aquella crisis, que ya era social y moral, además de económica, siguió taladrando los cimientos del sistema y, cuando volvieron a abrirse las urnas en 2015, el mapa político se había diversificado con una pluralidad desconocida. No salieron de ahí soluciones útiles para la estabilidad, y ya nada volvió a ser lo mismo. Una repetición electoral, que jamás se había conocido, con el PP en minoría; la profunda crisis interna que afectó al PSOE, cautivo de aquel debate entre el «no es no» y la abstención, para que hubiera gobierno sin tener que volver a las urnas por tercera vez; la ajustada moción de censura en 2018, que yo creo que pedía una convocatoria electoral inmediata que no se produjo hasta casi un año después; y otra vez el fraccionamiento tras las elecciones de 2019, que impidió formar gobierno (¡ay, aquel suicidio de Ciudadanos!) y condujo a una nueva repetición, de la que salió la coalición PSOE-Podemos, que enfrentó la pandemia y otras turbulencias económicas de diverso origen, sin margen ya para otra opción que no fuera contraponer el bloque de la izquierda y los nacionalistas al que, con igual tenacidad, dibujaban el PP y VOX. Ocasiones hubo de ensayar alguna transversalidad, pero ya era todo un asunto de buenos y malos, o amigos y enemigos, sin nada en medio.
El relato, que he tratado de simplificar, para explicar la evolución de la política española en los veinte años transcurridos desde 2004, no podía conducir a un escenario distinto del que ahora contemplamos, tras la últimas elecciones generales de julio de 2023. Ahorro los detalles, generalmente conocidos, pero la realidad es la que es. Dos bloques empeñados en excluirse recíprocamente, alimentando una peligrosa y estéril polarización que en nada ayuda a resolver problemas. Del lado de la oposición, un bloque a la espera de que las sucesivas confrontaciones electorales que se avecinan, y algún que otro asunto conflictivo o turbio, culminen la tarea pendiente; del lado del Gobierno, un bloque inestable, impotente para tramitar unos presupuestos generales del Estado, tan necesarios en un clima de recuperación económica, por el hecho de que uno de los socios ha provocado la disolución anticipada del Parlamento de una Comunidad Autónoma en la que pugnan otros dos aliados del Gobierno, incapaces de diferenciar los planos del interés general y particular, a pesar de las concesiones recibidas, empezando por la amnistía.
Si fuera cierto que todo este periplo tiene su origen remoto en la tragedia de 2004, sin perjuicio de tantos otros acontecimientos que han ido añadiendo obstáculos, habría que reconocer, con infinita tristeza, que no hemos sabido administrar la división. Y, hoy por hoy, no está nada claro que haya voluntad de modificar el rumbo.
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