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Era un hecho cierto que esas elecciones autonómicas que se celebraron el día 18 en la Comunidad Autónoma de Galicia eran gallegas y solo gallegas. ... Y es un hecho tan igual de cierto que todos (lo que se dice todos: los medios de comunicación, los analistas, los sondeos, los propios contendientes, los ciudadanos) les daban un significado más amplio, como si se tratara de un test con efectos a otro nivel distinto del exclusivamente gallego. Al menos así era antes de celebrarse, cuando todo estaba aún en el aire y cada uno acariciaba la posibilidad de que el resultado fuera favorable a sus pretensiones; porque luego, conocido el resultado, ya es otra cosa y la interpretación varía mucho según lo que haya sucedido. En fin, que ya saben lo que ocurre con la política, que con mucha frecuencia las cosas son como parece que son, incluso más que como son en la realidad. Y esto es lo que ha pasado en las elecciones gallegas, que todos las esperaban como una buena oportunidad para sus intereses en clave no solo regional, sino nacional; y, si no era así, lo parecía, vaya si lo parecía. Así que procede el análisis a posteriori, tanto en perspectiva gallega como nacional, por lo que pueda derivar de lo uno sobre lo otro; procede, además, hacerlo pasado algo de tiempo, porque los resultados electorales son como algunas viandas, que su sabor se aprecia mejor cuando han «posado» un poco.
Lo primero que me ha llamado la atención es la marcada tendencia bipartidista que muestra el resultado, algo no extraño en la sociología política gallega, donde la pluralización representativa no prendió como en otros sitios. Bastará recordar que ya en las elecciones autonómicas anteriores, ni Ciudadanos, ni Podemos, alcanzaron representación en aquel Parlamento, cuando su presencia estaba aún bastante extendida. Así ha vuelto a ocurrir esta vez: ni Sumar, ni Podemos, ni VOX, ni otras opciones, salvo esa representación mínima de la peculiar Democracia Orensana, han pasado el listón. Lo llamativo, sin embargo, es la dirección de ese bipartidismo gallego, allí polarizado entre el PP y el BNG, con el PSOE en franca retirada. Esto es lo que merece consideración y más en concreto que la polarización se haya establecido entre un partido estatal y un partido nacionalista, y no entre los dos partidos estatales de referencia.
Los datos son muy elocuentes: el PP mantuvo una mayoría absoluta por cuarta vez, aun perdiendo dos escaños (de 42 a 40), pero rompiendo la mayoría de los pronósticos que le concedían 38, en el mejor de los casos, o menos, como lo hizo el CIS, seguramente con más oportunismo que perspicacia; el BNG ascendió 6 escaños, de 19 a 25, parece que llevándose toda la caída del PSOE, que perdió 5, bajando de 14 a 9 (obsérvese, para valorar mejor esta inversión electoral, que, en lo que va de siglo, el PSOE venía de un techo de 25 escaños, con esa progresión a la baja de 25, 14, 9, mientras que el BNG venía de un suelo de 6 escaños, con esa progresión al alza de 6, 19, 25). ¿Hay una explicación razonable para el resultado en general y para este trasvase en particular? La hay, sin duda.
Ante todo, ha funcionado el voto útil con singular intensidad. También esto no es nuevo en Galicia, pero esta vez la concentración del voto es casi espectacular: de VOX hacia el PP es evidente, y confirma la tendencia general que ya se manifestó en las generales de julio de 2023; pero, al otro lado, casi todo Sumar y Podemos, y algo más del 30% del voto del PSOE, se fueron al BNG. Visto ya con algo de distancia, el fenómeno es bien curioso: toda la izquierda, y muy explícitamente el PSOE, hicieron ver al electorado que la posibilidad más cierta de alternancia era un buen resultado del BNG, al que luego añadirían sus escaños para sumar mayoría suficiente para quitársela al PP. De manera que el sector progresista del electorado gallego compartió la estrategia y fue leal a la consigna, votando útil al BNG, pero el sector conservador se agrupó aún más en torno al PP. Sorprende, pues, tal estrategia por el lado del PSOE, que prácticamente renunció a encabezar una alternativa y trabajó para causa ajena, con tanto éxito en el favorecimiento al BNG, como en detrimento del propio interés. Lo que hay que considerar como un error de proyecto y no solo de cálculo: al PSOE no le cuadra aparecer como muleta auxiliar de partidos nacionalistas alegando que es la forma de evitar al PP y a la ultraderecha; ya es complicado que lo haga como agente principal de la alianza, y así se está comprobando, pero invertir el orden puede ser letal, como lo fue en Galicia.
Hubo, además, alguna otra circunstancia que pudo contribuir al resultado. Por ejemplo, se incurrió otra vez en esa práctica consistente en utilizarlos mítines electorales como escenario para anunciar decisiones a adoptar por el Gobierno a corto plazo, esperando que la ciudadanía las acoja favorablemente y actúe en consecuencia. Se recordará que esa práctica se utilizó con profusión en las elecciones municipales y regionales de mayo del año pasado, con resultados nada alentadores, y no se entiende bien la insistencia. El electorado, en general, ya no se deja impresionar por anuncios en campaña, y hasta valora negativamente la confusión de planos que encierra.
O, en fin, la más que evidente pretensión de convertir esos comicios en un test plebiscitario; se acariciaba la posibilidad de que, si el PP perdía allí la mayoría en beneficio de una coalición del BNG y el PSOE, la onda expansiva alcanzaría directamente al líder nacional del PP, debido a su especial vinculación con aquella tierra. Por momentos, y con el aliento de algún que otro sondeo, llegó a escribirse el epitafio del citado líder. Y creo que fue un error. Cuando alguien ha ganado en un territorio por reiterada mayoría, hay que pensar que mantiene allí predicamento, buena imagen y hasta cierta dosis de afecto; de manera que excederse en la presión puede tener el efecto inverso, haciendo que el test cambie de bando. Y más de un gallego, o gallega, ha habido que corrió en auxilio de quien hasta no hace mucho fue su presidente, viéndolo en peligro. Lo hizo, obviamente, aceptando el plebiscito y votando al PP.
Es probable que, junto a todo esto, el clima de la política nacional, la amnistía, la percepción de la concesión de privilegios comparativos, o de la desigualdad, etc., también hayan hecho su tarea, aunque no creo que tan decisivamente con lo señalado.
Ahora vienen las vascas, y enseguida las europeas. Habrá ocasión en ellas para percibir si el resultado de Galicia obedece solo a causas locales, o marca tendencia general en una dirección. De momento, lo que no cabe es negar que se haya producido efecto alguno en la política nacional, cuando todos trabajaban para que ese efecto se diera. Y hasta lo esperaban y lo deseaban, solo que cada uno con distinta intención y no era posible satisfacer a todos a la vez.
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