Sobre las terrazas covid
Eran un tablao con flores sintéticas y césped de lo mismo. Fueron aquí, allí, y acullá, el placebo de la felicidad cuando nos hartamos de hacer pan casero y de que al vecino lo viéramos como un apestado
Terrazas covid fuera. Ese parche que nos salvó de la locura al vertedero de la Historia, a donde picó el pavo o al charco de ... la pava. Terminó enero, empezó este mes mediopensionista que es febrero, y ya nos olvidaremos en la ciudad de esas terrazas donde los camiones de vino pasaban arrimándose en la calle que ni José Tomás. Todo eso, ya, es un pasado. Y sale el sol, y en dos semanas ya los restaurantes y los bares, que nos dieron la luz de la civilización, volverán a lo que son. A los interiores, a ese salir a fumar sin tener que estar con siete capas de mantas zamoranas. Ahora volvemos a los problemas de siempre; la hora, el lechazo, el fogón, y ya, con estas cosas del tiempo raro, la disyuntiva entre sopas de ajo o gazpacho pero en terrazas/terrazas, o ya digo, en interiores.
Se van las terrazas covid y todo es no acordarse, por ventura, ni de Simón ni de Illa, que ni una máscara quirúrgica en modo teleñeco supieron ponerse. Yo acabo de ser tío, y quiero que mi sobrina, apellidada Capote de primero, vea la Pucela intrusa del tío con su actividad habitual. Con los pavos reales'pavoneándose' (sic) sin entrar a curiosear ese territorio de los humanos.
Al ponerle el fin a las terrazas covid habría que hacerle un poema. Eran un tablao con flores sintéticas y césped de lo mismo. Fueron aquí, allí, y acullá, el placebo de la felicidad cuando nos hartamos de hacer pan casero y de que al vecino lo viéramos como un apestado. Dicen que se avecina una guerra mundial con el burraco de Putin, jinete de osos y caja de bombas y cajón de venenos. A los bares, por caridad.
En esto consiste, también, la libertad.
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