La intimidad
Crónica del manicomio ·
«Pero la intimidad también conoce el fracaso. La soledad es su fiasco. Una derrota que acontece cuando la fortaleza se eriza de espinas o, al revés, cuando las puertas quedan libres y sin protección ante la curiosidad ajena»Cada quien posee una zona espiritual reservada que llamamos intimidad. Un territorio que, aunque todos reconocemos, nadie sabe exactamente lo que contiene. Identificamos en su ... interior lgunas emociones amorosas, un conjunto de creencias más o menos religiosas, los fragores de la sexualidad y las directrices estéticas del gusto. El resto son zonas grises, oscuridades del alma y camuflajes del inconsciente que permanecen ocultos para nosotros mismos.
Sin embargo, pese a la incertidumbre que le rodea, es la estancia donde convidamos preferentemente a los seres que más queremos. Compartir la intimidad con alguien, ofrecerse como el amigo principal de quien fuere, supone invitarle a lo más íntimo, conducirle a primera línea, hasta allí donde se cuece la vida a fuego lento, para que contemple con nosotros lo que sentimos y lo que sabemos.
Pero ese lugar no siempre es un espacio pacífico que cubre de agasajos y gentilezas a algunos afortunados. También puede ser un terreno muy desapacible e inhóspito. Una frontera insalvable, construida con murallas y estancias secretas. Quizá llegue a convertirse en el rincón donde uno se refugia y evita cualquier intrusión y compañía. La celda donde quien sea corre el riesgo de quedar preso en su propio castillo, sin poder abrir el puente levadizo que le separa del mundo y de la tierra.
Pero la intimidad también conoce el fracaso. La soledad es su fiasco. Una derrota que acontece cuando la fortaleza se eriza de espinas o, al revés, cuando las puertas quedan libres y sin protección ante la curiosidad ajena. Esta última experiencia es la propia de la locura. Enloquecemos cuando la intimidad se abre al exterior y queda expuesta. Nos volvemos locos no por exceso de pasión, como defendían los antiguos moralistas y los pioneros de la psiquiatría, sino por pérdida de la intimidad, por carencia de refugio, por falta de persianas que nos oculten ante la curiosidad de las personas.
Pero la intimidad no sólo es eso. También representa un sitio de buenas intenciones e ingenuidad. Cuando acogemos a alguien en este punto, le ofrecemos la verdad, como si esta destilara espontáneamente del manantial sentimental. Olvidamos que en el núcleo íntimo es donde los autoengaños más nos fuerzan a ensombrecer y tergiversar. Y, sin embargo, no tenemos más verdad que ofrecer a quien se acerca y pide refugio.
No obstante, para evitar la capitulación rápida, nos gusta proponer al amigo íntimo que renuncie a las palabras comunes de la lengua y cree con nosotros un lenguaje particular. Con quienes comparten nuestra intimidad a lo largo de un tiempo construimos un lenguaje propio, cuyo uso convertimos en un canto a la ternura y la complicidad. En realidad, recurrir a las fuentes del lenguaje es la única posibilidad de amar. Al menos en el Occidente platónico, romántico y patriarcal. Más adelante no sabemos lo que pasará.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión