Incongruencias
CRÓNICA DEL MANICOMIO ·
«Apenas sacamos partido de la fuerza del mar. De la luz y el viento vamos extrayendo algún rendimiento energético, pero del incansable ir y venir del oleaje y las mareas no sacamos provecho»En tiempos veraniegos, de turismo y playa, se hace muy notorio el contraste entre el mar y la montaña. Crea un antagonismo que hoy, debido ... a las adversidades climáticas, es como contraponer la sequía al agua. Ya sea por ingenuidad o por temor reverencial elogiamos con entusiasmo la sabiduría y previsión de la naturaleza, sin maldecirla en cambio por haber llenado el orbe de agua no potable y salada, cuando la dulce era más necesaria. Mientras se mueren de sed los cultivos y el ganado, el agua desaprovechada del mar se extiende interminable a nuestros pies. Incluso amenaza con crecer, subir de nivel y atropellar el litoral. Los mares están más llenos que nunca, como si se burlaran por rebosamiento de la tierra baldía y la aridez de los campos.
De qué nos sirve tanta agua salada, en definitiva, cuando muchos ríos ya ni van a dar al mar, sino que se agostan en medio de la tierra como si fueran Okavangos. La naturaleza no es tan previsora como se dice. Va a lo suyo sin tenernos mucho en cuenta.
A sus ojos somos una especie más, sin ningún privilegio particular. Nos trata como a un bicho cualquiera. Lo cual no deja de ser normal, pues formamos parte de ella. El espíritu, que parece proveernos de una identidad diferente, no es nada más que materia con una chispa de originalidad. Incluso los nombres, como juzgaban los antiguos, son una propiedad más de las cosas, igual que el color, la extensión o la dureza. Por ello, es más correcto referirse al nombre que «tengo» que al nombre que me han «puesto». Los nombres no se ponen a las cosas, se descubren dentro de ellas.
Toda nuestra inteligencia junta no consigue desentrañar el misterio de estas resistencias de la naturaleza. Apenas sacamos partido de la fuerza del mar. De la luz y el viento vamos extrayendo algún rendimiento energético, pero del incansable ir y venir del oleaje y las mareas no sacamos provecho. El mar es un piélago oscuro y secreto que no conseguimos desentrañar.
Motivos debe tener el mar para haberse convertido en la imagen del desamparo y la soledad. Freud y Romain Rolland hablaron del «sentimiento oceánico» para referirse a esa impresión de destierro y pequeñez que experimentamos de vez en cuando. Una evocación emparentada directamente con el trauma de nacimiento, con esa quiebra con el pasado y la nada, de quienes somos hijos nativos y huérfanos. Y no olvidemos que el feto sale al mundo como un náufrago, rompiendo las aguas donde nos sumergen mientras crecemos. Ni pasemos por alto que la locura no es otra cosa que la angustia que aflora cuando volvemos a sentirnos en la soledad del comienzo.
En realidad, lo más sorprendente es la avidez de las incongruencias. El mar sube en tiempos de sequía, la pobreza aumenta cuando crece la riqueza, y en esta sociedad, llamada líquida y fluida, la deshidratación se bebe lo que queda.
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