Guardianes de la ortodoxia
Dados rodando ·
«Más valdría que cada cual se ocupara de lo suyo, de resolver sus propios problemas y de ayudar en lo que pueda a los demás»Pues resulta que un joven y conocido actor español, Miguel Ángel Muñoz, ha podido vacunarse en los Estados Unidos de coronavirus, recibiendo las correspondientes dos ... dosis de Pfizer. Lo curioso es que el lugar de inoculación del fármaco ha sido un establecimiento de la cadena CVS Pharmacy, una especie de supermercado de artículos de parafarmacia, aseo personal y perfumería que, al fondo, tiene un mostrador para dispensar medicamentos con receta. Más allá de está anécdota, no creo que haya que reprocharle nada a un profesional que viaja a EE.UU. por motivos de trabajo y encuentra la oportunidad, absolutamente legal, de vacunarse. Recordemos que las autoridades sanitarias neoyorquinas ya están citando a los jóvenes por debajo de 30 años. O sea, igual que aquí.
Leo lo de la vacunación del actor y no encuentro nada irregular ni anormal en esta decisión. Es más, pienso que si yo estuviera allí y tuviera tan fácil acudir a un centro accesible sin molestar a nadie ni quitarle la dosis correspondiente a ningún otro candidato en España, lo haría sin problema. Sin embargo, aquí ya ha salido la policía ciudadana de balcón y callejón a dejar sus inútiles opiniones en las redes sociales. A muchos les parece fatal que este profesional no haya esperado pacientemente su turno en España y le acusan de falta de solidaridad. Cabe preguntarse qué más les dará a ellos. La alternativa que plantean estos lindos al hecho de vacunarse, para estar entre otras cosas con una abuela que tiene 90 años, es que se hubiera vuelto a Madrid sin hacerlo por aquello del qué dirán.
Ocurre que en este bendito país, donde todo el mundo opina de todo, esto de dictar sentencias públicas es un privilegio que hemos descubierto y del que no vamos a abdicar fácilmente; más allá del conocimiento de causa que los promotores de esas opiniones puedan ser capaces de exhibir. Los ciudadanos, investidos en su Twitter particular, se ponen la toga y dictan sentencias de todo y sobre todo. Dictaminan y pontifican desde sus tribunas de Internet sin ser muy conscientes de que, más allá del ruido, sus opiniones resultan ser absolutamente irrelevantes a todos los efectos.
Entre este afán denodado por esculpir en piedra puntos de vista que carecen de trascendencia alguna, se encuentra también la vocación de Gestapo de calles y aceras que lleva a que algunos ociosos ciudadanos, sin otra función mejor que hacer, se erijan en guardianes de la ortodoxia denunciando todo aquello que, a su particular juicio, otros hacen mal. Y se ponen a ello con vocación inmarcesible, con un sentimiento y una intensidad que van mucho más allá de lo que se esperaría de ellos. En este país siempre han medrado los envidiosos y rencorosos. Ahora, con la pandemia, han encontrado la excusa perfecta para ejercer su función amparados en la supuesta defensa del bien común.
Más valdría que cada cual se ocupara de lo suyo, de resolver sus propios problemas y de ayudar en lo que pueda a los demás, sin tratar de ejercer de vengadores justicieros ni de salvadores colectivos, permanentemente perplejos y escandalizados. Confundir la envidia con la ética es como mezclar la gimnasia con la magnesia. Eso es, justamente, lo que ha ocurrido con el actor Miguel Ángel Muñoz y con tantos casos más escrutados por la opinión pública por jueces de pacotilla sometidos a su propia inanidad. Menos denuncias absurdas, menos opiniones espurias y más empatía, sentido común y conocimiento de causa. Eso es lo que hace falta.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión